El ser italiano

Al momento de escribir esto, hay cierta polémica en torno a la decisión del gobierno de Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, de restringir el acceso a la ciudadanía italiana a “solo” aquellos que tengan un abuelo nacido en el país. Más allá de las implicaciones prácticas de esta decisión, hay un dilema moral que subyace detrás, sobre lo que implica “ser” italiano. ¿Es tan simple como tener un pasaporte que así lo afirme? ¿Alcanza con tener un bisabuelo siciliano por ahí? ¿Es indispensable conocer todos los hits de Gigi D’Alessio?

Nuestro más reciente viaje a la península no tuvo como objetivo dar respuesta a esta trascendental cuestión en absoluto. Hacía tiempo que teníamos ganas de alquilar un auto para hacer las rutas de la Toscana y conocer algunos rincones un poco más apartados del centro de Italia, zona a la que no habíamos regresado desde nuestra primera visita en 2016. Pisa fue el inicio de este road trip, para un viaje circular que nos llevaría a visitar lugares famosísimos y otros… bueno, no tanto. 

Todo por unos tazos

No se si tiene que ver con la italianidad o no pero, esperando un colectivo a las afueras del aeropuerto de Pisa, dos personas quisieron ayudarnos en distintos momentos a tomarnos la línea correcta, a pesar de que no se lo habíamos pedido y no sabían a dónde íbamos. Nosotros, como buenos ítalo-argentinos millennials testarudos, rechazamos sus indicaciones y optamos por confiar en Google, lo que nos costó media hora extra de espera y terminó resultando en que tomáramos el mismo colectivo que los italianos nos habían señalado desde un principio. ¿Cómo lo sabían? Bueno, ¿a dónde más van a ir dos turistas recién llegados a Pisa sino a la zona de su famosísima torre?

Pisa

Aunque parezca curioso, mi primera evocación de la Torre de Pisa tiene que ver con los tazos, esas pequeñas figuritas de plástico que venían en los paquetes de chizitos (ahora Cheetos), donde Chester, el tigre insignia del producto, posaba en distintos lugares emblemáticos alrededor del mundo.

La torre es en realidad el campanario de la Catedral de Pisa, y comenzó a inclinarse poco después de iniciar su construcción en 1173, debido al suelo blando y a una cimentación poco profunda (apenas tres metros). Durante los 90, la torre estuvo cerrada al público porque se temía un colapso inminente, pero a finales de siglo lograron estabilizarla y al día de hoy hasta se puede subir (cosa que por supuesto no hicimos. Ya demasiado vértigo me da subir a estructuras rectas como para intentar con las inclinadas).

Los famosos tazos

Pisa no ofrece mucho más allá de la torre, así que tras un par de horas dando vueltas por su centro histórico decidimos buscar nuestro auto de alquiler (el entrañable Fiat Panda, que ya nos acompañara en Sicilia) y poner rumbo al interior de la Toscana.

Esta región de Italia es famosa por su capital, Florencia (un verdadero italiano diría Firenze), sus colinas siempre verdes, los cipreses y los antiguos pueblos medievales construidos en piedra. Una hora de manejo nos llevó hasta Volterra, no precisamente el más famoso de estos pueblos, pero sí uno muy bonito. Canteros con flores, vistas hermosas de las colinas toscanas, pasadizos estrechos; Volterra tiene el pack completo de este tipo de lugares. Además, probé un helado de avellanas delicioso que se jactaba de ser campeón de la Toscana en no sé qué año. Premio absolutamente merecido.

Volterra

En Volterra empezamos a experimentar una tendencia muy común en los italianos de hoy (los verdaderos, no los truchos como nosotros): mandar decenas de mensajes de WhatsApp para hacer los arreglos de la llegada al alojamiento. “¿A qué hora llegan?” “Mandame foto de los pasaportes”. “Llamame cuando estén ahí”. “Dejá la tasa de soggiorno en la mesa, grazie.”

Está práctica me parece casi tan polémica como la decisión de la Meloni, por varios motivos: 1) Asume que los nobles turistas vamos a tener internet en todo momento, en un país que no es el nuestro (o sí, pero no viene al caso); 2) Restringe la posibilidad de improvisar un poco durante los paseos del día, ya que hay que ser precisos con la hora de llegada; 3) El precio por noche sigue siendo muy similar al de un hotel con recepción, siendo que el servicio es mucho más económico. 

En el caso particular de Volterra, nos quedamos sin señal cuando llegamos al dichoso alojamiento, y por supuesto no había nadie para abrirnos la puerta. Esto nos obligó a meternos en la trattoria de al lado a pedir wifi y, ya que estábamos, unos tagliatelle al ragú que estaban exquisitos. No era cosa de usarles la conexión a cambio de nada.

No tan bajo el sol de la Toscana

Desde Volterra nos adentramos en unos estrechos y sinuosos caminos cuesta arriba para atravesar las Colinas del Chianti, una zona de más pueblos y colinas entre Florencia y Siena. Ya en ese momento apareció un elemento que nos acompañaría casi todo el resto del viaje: la lluvia. Yo siempre asocié la lluvia con los ingleses (fría, húmeda y gris como el corazón de ellos), así que me resultó extraño encontrarla tan copiosamente en una región que se hizo famosa por un libro llamado Bajo el sol de la Toscana. En fin, el mundo de hoy está cada vez más globalizado.

El día se nos fue entre caminatas bajo una persistente garúa por pueblos con nombres tan resonantes como Montefioralle, Castellina y Monteriggioni, kilómetros de caminos hacia arriba, con curvas tan cerradas que el Panda sufría hasta en segunda, y paradas estratégicas para probar cornettos, ciambellas (versión italiana de la argentinísima rosquita) y biscottis varios. Cuando nos cansamos de la lluvia y de los pueblos del Chianti manejamos hasta Siena, donde nos pusimos en contacto con nuestro italiano local vía WhatsApp para entrar al alojamiento.

Montefioralle
Greve in Chianti
Monteriggioni

Siena es, después de Florencia, la ciudad más linda de la Toscana. La parte histórica está sobre una serie de colinas, con lo cual es difícil caminar dos cuadras seguidas en línea recta. Las construcciones de ladrillo no superan los cuatro o cinco pisos, pero están tan cerca una de la otra que no son pocas las calles donde no se ve el sol. El centro de la ciudad es la Piazza del Campo, un enorme espacio ovalado, cubierto de cemento y vacío, bien italiano, en uno de cuyos lados se levanta la Torre del Mangia. Subir los más de cien metros de la torre por escalera fue un esfuerzo demoledor pero necesario: las vistas son espectaculares.

La Piazza del Campo es el escenario anual de una curiosa tradición sienesa llamada Palio. Se trata de una carrera de caballos alrededor de la plaza, donde compiten las diecisiete contradas (barrios) de la ciudad. Cada contrada tiene un nombre de animal, aunque son bastante desiguales; no es lo mismo correr para Bruco (Oruga) o Istrice (Puercoespín) que para Drago (Dragón) o Aquila (Águila). El Palio es tan importante que la piazza llega a contener hasta 70 mil personas, en una ciudad que solo tiene 50 mil habitantes.

Siena
La Piazza del Campo

Las ciambellas de Siena estaban muy bien, pero había que seguir recorriendo, así que manejamos el Panda hacia el sur, atravesando una zona de la Toscana llamada Crete Senesi. Como en el resto de la región, abundan las colinas, los campos de trigo y los cipreses, pero también la producción de vinos, aceites y quesos. Crete Senesi es también el origen de algunas de las fotos más reconocibles de la Toscana en todo el mundo, como esa donde se ve un camino serpenteante rodeado de cipreses, o esa otra con una estancia en medio de unas colinas verdesísimas, que se pierden entre la bruma del amanecer.

La foto que a mí me importaba, sin embargo, no era una foto en sí, sino un fotograma de Gladiador, en el que un Máximo ya muerto camina al encuentro de su familia mientras acaricia las espigas de trigo. Es posible encontrar el lugar exacto de la imagen, pero las copiosas lluvias de antes y durante nuestro recorrido provocaron que los campos estuvieran completamente anegados y llenos de barro. De hecho, mientras intentábamos llegar al lugar exacto de la toma, nos cruzamos con un francés que había querido acercarse en auto más de lo prudente y se había quedado atascado. Intenté ayudarlo a empujar, pero no logramos mover el auto ni un centímetro, así que lo dejamos solo y seguimos nuestro camino.

Lamentablemente, estaba todo tan embarrado y cuesta abajo que se hacía cada vez más difícil avanzar incluso a pie, por lo que tuvimos que desistir y conformarnos con una foto “cercana”, aunque no realmente igual a la imagen de la película. “Hay que saber cuándo se es conquistado”, como le dijo el general Quinto a Máximo antes de avanzar contra unos bárbaros.

Pienza
El momento “Gladiador”

Lo que no entra en el folleto

Aunque nadie lo dice ni hay ninguna marca en la ruta, seguir avanzando hacia el sur después de la foto Gladiador y el pueblo de Pienza es entrar en la Toscana más profunda y desconocida, aquella que visitan los italianos de pura cepa y los extranjeros con demasiada confianza en las recomendaciones de ChatGPT.

Sin embargo, aunque lejos del atractivo de lugares como Florencia y Siena, hay varios rincones interesantes por conocer. Las Termas de Saturnia, por ejemplo, son un pequeño grupo de aguas termales completamente gratuitas, que discurren por una serie de balcones naturales de travertino. Aunque el día seguía nublado y la temperatura del agua no era todo lo caliente que nos hubiera gustado, igual nos metimos en las termas para disfrutar de las vistas toscanas desde el agua. 

No muy lejos de ahí, Pitigliano podría ser uno más de los mentados pueblos medievales de la zona, pero su ubicación sobre un alto acantilado de piedra, con casas que parecen colgar del precipicio, lo hacen sobresalir de la media. El pueblo en sí está tan alto que hasta el paisaje cambia, con una vegetación mucho más frondosa y colinas más pronunciadas que en el resto de la Toscana.

Termas de Saturnia
Pitigliano

Y aunque técnicamente está en la vecina región de Lazio, Civita di Bagnoregio puede sumarse a esta lista. Es casi menos que una aldea (11 habitantes registrados según Wikipedia), y su localización es más dramática incluso que la de Pitigliano, en lo alto de una montaña rocosa, solitaria en medio de un amplio valle.

A Civita solo se puede llegar caminando por un largo puente peatonal desde el pueblo vecino de Bagnoregio, lo que refuerza su sensación de aislamiento. Una vez dentro, hay apenas un puñado de calles de piedra, plazas tranquilas y casas medievales, la mayoría de las cuales funcionan como restaurantes, galerías de arte o alojamientos. En el centro del pueblo, como en toda Italia, hay una plaza de cemento con una iglesia sencilla en uno de sus lados.

Algunos la llaman “la città che muore” (la ciudad que muere), debido a la continua erosión que amenaza con hacerla desaparecer. Su suelo de toba es muy frágil, y los movimientos sísmicos han provocado deslizamientos de tierra a lo largo de los siglos, fenómeno que solo se espera que continúe en el futuro cercano.

Civita di Bagnoregio

Tras un día intenso de termas, horas de manejo en medio de una intensa neblina y caminatas arriba y abajo por los pueblos medievales, llegamos a Perugia para pasar la noche. Entramos así oficialmente en la región de Umbría, una de las menos visitadas de Italia (puesto 16 entre las 20 regiones en que se divide el país), algo que sin dudas se nota en el mantenimiento (o la falta de) de Perugia en comparación con las urbes de la Toscana. Eso sí, Perugia puede presumir del impresionante Arco Etrusco, una mole de piedra de casi quince metros de altura, construido en el siglo 3 a.C. por los etruscos  y luego restaurado por los romanos.

Esa noche, mientras cenábamos sendas pizzas de quattro formaggi y quattro stagioni en un restaurante del centro de Perugia, vimos que en la tele no pasaban el calcio, pero sí un informe sobre Monfalcone, una ciudad del norte de Italia en la que habían prohibido jugar al críquet. La decisión no tenía nada que ver con el carácter profundamente aburrido y estático del juego, sino como un paso más en una supuesta lucha contra el “proceso de islamización” del municipio, ya que ese deporte es practicado mayoritariamente por la comunidad de Bangladesh en la ciudad. Ay, estos italianos.

Perugia
El Arco Etrusco

Como venía diciendo, la región de Umbría es poco visitada, y motivos no faltan. No es que sea fea en absoluto, pero la vara en Italia está tan alta que es difícil sobresalir. Un pueblo como Spello, por ejemplo, sería el lugar más visitado de Dinamarca, pero en Italia tiene que competir con otros doscientos pueblos con las mismas características, pero mucho mejor preservados, en mejores emplazamientos y con mucha más promoción.

Asís, en cambio, es un lugar que está a la altura, y no solo por situarse en lo alto de colinas que ofrecen vistas impresionantes, sino también por la belleza de su entramado. Las vistas del valle son impresionantes, las calles empedradas serpentean cuesta arriba en cada esquina y, más allá de la cantidad de visitantes, tiene un aire de tranquilidad muy de pueblo. Además, claro, es un centro religioso importante, ya que ahí nacieron san Francisco de Asís, fundador de la orden Franciscana y Patrono de Italia, y santa Clara de Asís, fundadora de las clarisas.

Tras hacer unos pocos kilómetros alejándonos de Asís, entramos en la región de las Marcas, otra que está en la parte baja de las más turísticas de Italia. La mayor parte de la región es montañosa, con un sistema extenso de colinas que van descendiendo poco a poco hacia el Adriático. Pese a que el entorno es muy lindo, la primera visita que hicimos en las Marcas fue una decepción. El lugar se llama Lame Rosse y es un pequeño grupo de formaciones de piedra arcillosa con formas curiosas, a la que algún caradura apodó “el Capadocia italiano”. Demasiado nombre para un sitio que no está mal, pero que de ninguna manera vale la caminata matadora de dos horas y media que hicimos en los Montes Sibilinos, incluyendo una tremenda subida al final sobre un canto rodado donde nuestros pies se hundían.

Asís
Lame Rosse

Por suerte, esa noche la compensamos con el mejor alojamiento de todo el viaje: un palacio en el diminuto pueblo de Belforte del Chienti. Literalmente. El Palazzo Bonfranceschi es una casona del siglo 17, con techos altísimos y muebles de época, que hoy funciona como hotel. Lo administran Elisa y Alfonso, una pareja de artistas que se mudó a la región de Las Marcas hace veinte años y no se arrepienten, aunque reconocen que mantener un emprendimiento turístico como ese, especialmente en invierno, es casi un arte de resistencia.

De todo esto nos enteramos gracias a las clases de italiano de Ro, que tuvo que rendir un examen de idioma para poder tramitar la ciudadanía por matrimonio (una nueva exigencia legal que, curiosamente, no se les pide a los “descendientes de sangre”). El viaje, al fin y al cabo, fue también una especie de festejo por el fin de sus estudios y un paso más en su camino hacia la italianidad oficial.

El origen

No es que visitamos las Marcas por inconscientes o por hacernos los viajeros snobs, sino que nuestro objetivo final era conocer Chiaravalle, el pueblo natal de mi bisabuelo Mariano, que a principios del siglo 20 decidió emigrar a la Argentina (bueno, en realidad sus padres, ya que él tenía apenas quince años). Quizás por las guerras, el hambre, la explotación laboral, porque los buscaba la mafia o vaya uno a saber por qué, Mariano y compañía se metieron en un barco y fueron a parar a la provincia de Santa Fe, donde ampliaron la familia hasta estos días, cuando quien escribe puede presumir de “ser italiano” gracias a él.

Chiaravalle es un pueblo muy ordenado, sobre un valle a diez kilómetros del mar, en un entorno bastante rural. No tiene atracciones turísticas como tales, pero sobresale por cierto progresismo que se aprecia en su nomenclatura urbana, con nombres como via Antonio Gramsci, via Che Guevara, via Martin Luther King, via della Resistenza, parque Salvador Allende, entre otros. También tiene un club de tenis, uno de fútbol que juega en la sexta división italiana, una fábrica de pastas a cargo de una tal Franca Re (que lamentablemente estaba cerrada y no pudimos conocer), la casa natal de María Montessori (la ideóloga del enfoque educativo que lleva su nombre) y una placa que recuerda el día de 1944 en que se liberaron de la “tiranía fascista” de Mussolini.

Con todas estas cosas, demás está decir que Chiaravalle nos gustó de inmediato. Pero nosotros no parecimos gustarle a ella, porque mientras recorríamos las primeras cuadras en el Panda se largó una lluvia torrencial, tan fuerte que nos obligó a detenernos porque no se veía nada, y que encima evolucionó en una potente granizada. ¿Sería el espíritu del nonno mandándonos una señal para que nos alejáramos de ahí? ¿O tal vez la ciudad se desquitaba con los descendientes de Mariano por algún mal recuerdo que habría dejado? Las elucubraciones estaban a la orden del día. Por suerte el granizo se detuvo a los diez minutos, también la lluvia, y salió el sol como si nada hubiera pasado.

En algunos supermercados italianos venden pasta fresca con salsas listas para llevar 🤤
El arte de prohibir cosas en las piazzas italianas

Tras la parada sentimental en Chiaravalle, tomamos la SS16 Adriática, la ruta nacional más larga de Italia, que discurre pegada a la costa de norte a sur, teniendo siempre a un lado el azul brillante del mar, y al otro colinas, campos de olivos y pueblos antiguos. La SS16 no es de esas autopistas aburridas llenas de peajes y autos que van a mil por hora. Tiene curvas, rotondas (muchas rotondas), ciclistas y miles de historias de vacaciones de verano esperando en cada parada.

Hicimos algunas, en lugares como Marotta, Riccione y Rímini, pero el hecho de ser abril, con quince grados y cielo nublado reducía el encanto de la zona. No había gente, los colores estaban apagados, había muchas obras en construcción y la mayoría de los negocios estaban cerrados.

Rímini, al ser la más grande de la costa, escapa un poco a esta descripción lúgubre. Todavía tiene cosas para ofrecer fuera de temporada, y los turistas siguen llegando a pesar del frío y la lluvia para conocer la ciudad natal de Federico Fellini, el cineasta italiano más importante de la historia (director de la famosísima La dolce vita). Nosotros no somos muy fellinianos, pero supimos disfrutar Rímini almorzando unas riquísimas piadinas, el plato por excelencia de la región. Es un pan plano parecido al pita, que se rellena con algo y se come doblado por la mitad. Las combinaciones típicas son jamón crudo, queso y rúcula; mortadela con mozzarella; y tomate, mozzarella y albahaca.

Rímini
La globalización llegó a Italia

Ya nos acercábamos al final del recorrido, y una de las últimas paradas tenía gran importancia en esto de pensar la “italianidad”. Se trataba de Ravenna, ciudad que alberga la tumba de Dante Alighieri, el “padre” de la lengua italiana. Dante nació en Florencia, pero los florentinos lo desterraron por razones políticas y se tuvo que exiliar. Algunos siglos después, el Papa León X (florentino) pidió que los restos de Dante fueran devueltos a Florencia, pero unos monjes franciscanos los escondieron para no hacerlo. Literal: abrieron la tumba, sacaron los huesos, los metieron en una caja y la empotraron en la pared del convento.

Tal vez la prueba definitiva de que no somos verdaderos italianos es que no nos gustó Ravenna. Creo que su atractivo pasa más por su importancia histórica que por los lugares que pueden verse de a pie. Nobleza obliga: no pagamos la entrada para ver ninguno de sus antiquísimos mosaicos de la época bizantina, orgullo de la ciudad.

La tumba de Dante
Los mosaicos de Ravenna
Bologna
Lucca

Después de tantos kilómetros, tanta pizza, gelato y café, volvimos a Pisa con la misma pregunta del inicio rondando nuestras cabezas: ¿Qué significa ser italiano? Y yo creo que ser italiano debería ser precisamente una pregunta más que una respuesta. Una pregunta que puede tomar la forma de un plato de pasta, una canción de Andrea Bocelli, una abuela que dice “andiamo” o un pueblo del que no sabías nada hasta que lo caminás después de un granizo monumental. En el fondo, es menos una categoría cerrada que una narrativa: la que te contás sobre tu vínculo con esa tierra. Podés ser italiano por sangre, por elección, por memoria o por deseo.

Y a veces, también, por trámite.

1 thoughts on “El ser italiano

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *