El año que fui librero en Dinamarca – Episodio II

Visitantes inesperados

Lunes a viernes de 10 a 18 y sábados de 10 a 15. Los horarios de apertura de Cervantes Boghandel eran normales para cualquier otro comerciante, pero ambiciosos para dos personas que, tras el desaceleramiento del covid, habían retomado sus otros trabajos.

A pesar de las largas jornadas, los primeros meses de la librería fueron trepidantes. Empezábamos las mañanas levantando las persianas, sacando las plantas al sol (cuando lo había), dándole play a nuestra lista de reproducción de música latina y haciendo el balance del día anterior.

En la sala principal de Cervantes, la que daba a la calle, pusimos un mostrador para atender, donde también aprovechamos a exhibir nuestros productos comestibles: alfajores, galletitas argentinas, yerba y dulce de leche. Sobre la pared de enfrente alineamos las estanterías con los libros, divididos en categorías como infantiles, contemporáneos, poesía, biografías, enseñanza, policiales, clásicos, historietas y viajes.

El primer baño de realidad que tuvimos fue entender que lo de la inauguración había sido una cosa excepcional, ya que el promedio de clientes por día podía variar desde tres hasta diez personas. Y en muchos casos ni siquiera eran clientes como tal, ya que su intención no era comprar nada, sino traer sus propios proyectos para desarrollar en nuestro espacio.

Una de las primeras visitas fue Kasper, un bloguero danés que escribía sobre distintas librerías de la ciudad, y que publicó esta interesante nota sobre Cervantes (también se llevó algunos clásicos de Mafalda). En esos primeros días también pasaron Javiera, una chilena interesada en llevar a cabo talleres de filosofía política feminista, y Pamela, una argentina que también quería desarrollar talleres, pero en este caso de escritura. 

Otros fueron llegando con distintas intenciones: buscar trabajo, crear material audiovisual para la librería, hacer representaciones de flamenco, ofrecer cursos de liderazgo empresarial (?), asociarse con nosotros (aunque sin poner una corona), montar espectáculos de danza contemporánea, entrevistarnos para investigaciones universitarias y, sobre todo, poner sus libros a la venta en nuestro local.

Nos sorprendió la gran cantidad de escritores aficionados que había en Copenhague y alrededores, quienes, en la mayoría de los casos, habían auto-publicado sus libros y estaban deseosos de encontrarles un lugar para venderlos. El género por excelencia era el autobiográfico, pero también había antología de cuentos, poesía, novela, historia y hasta guías de viaje.

Entre tanta visita, no podían faltar algunas un poco más “extrañas”, como un español que fue el día de la inauguración a quejarse por el nombre de la librería.

—Se llama Cervantes, pero ustedes no son españoles.

—No. Somos un brasileño y un argentino.

—¿Y por qué se llama Cervantes?

—Porque es el padre de la literatura en español y en Latinoamérica también se habla español.

—Pero, ¿ustedes tienen algo que ver con la embajada de España?

—No.

—¡Y tampoco son españoles!

En paralelo a las visitas, vendíamos libros. Algunos días más y otros menos, pero vendíamos. En unos pocos meses empezamos a entender cuáles eran los que mejor salida tenían y nunca podían faltar en las estanterías, como García Márquez, Allende, Borges, Galeano y Cortázar, mientras luchábamos por imponer autores más contemporáneos.

Y aunque nos esforzábamos en ofrecer la mayor variedad posible, los clientes tenían demandas más complejas de las que podíamos satisfacer, desde manuales de astrología para principiantes hasta versiones descatalogadas de libros editados en los años cuarenta. Los intercambios con los visitantes de Cervantes eran, en ocasiones, muy curiosos y entretenidos. Uno de los que más recuerdo sucedió con una joven estudiante de algo-relacionado-con-el-español en la Universidad de Copenhague.

—Estoy buscando este aparato que vi en Internet que sirve para buscar palabras que no conozco.

Tras echar un vistazo a una foto que me mostró en su celular, le confirmé que no tenía idea dónde podía conseguir tal cosa. En cambio, le alcancé un grueso volumen que teníamos en nuestra sección de usados.

—Es un diccionario español-danés —le expliqué.

—¿Y cómo se usa?

Aunque al principio pensé que me estaba tomando el pelo, enseguida comprendí que de verdad no sabía lo que era un diccionario. Y le gustó tanto que lo terminó comprando.

Haciendo cuentas para ver si llegamos a fin de mes

Tal cual expliqué en el Episodio I de esta crónica, el local de la librería estaba dividido en dos salas separadas por una puerta. Como llenar ambas con libros hubiese costado una suma considerable de dinero, lo que hicimos fue quitar la puerta y armar el espacio de atrás como “sala de lectura”, con cuadros con paisajes sudamericanos, lámparas, sillones de segunda mano, alfombras, velas y plantas. Todo muy hygge.

Las veces que ese espacio se usó para leer se cuentan con los dedos de una mano, pero muy pronto tomó valor gracias a una serie de eventos culturales que empezamos a llevar a cabo, casi siempre por iniciativa de alguno de nuestros visitantes.

Los talleres de Pamela y Javiera se convirtieron en nuestros dos eventos regulares, que una vez por semana congregaban grupos de entre seis y diez personas. Económicamente nos redituaban poco y nada, pero ayudaban a darle vida a la librería, sumaban a la difusión y nos daban cierta satisfacción personal por poder generar ambientes de encuentro interesantes.

Al mismo tiempo, prestábamos la sala para otro tipo de eventos de carácter único, como presentaciones de libros, charlas con autores y traductores y lecturas temáticas. Por intermedio de Guillermo, el editor colombiano, organizamos una charla con Helge, el traductor al danés de la novela Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor. Fue una jornada muy productiva, que reunió a casi veinte personas y, para qué negarlo, vendió unos cuantos libros. Helge volvería a la librería en muchos otros eventos, pero ya no tanto para ofrecer interesantes conceptos sobre el arte de traducir, sino para tomar ingentes cantidades del vino gratuito que solíamos ofrecer en las charlas.

El siguiente gran evento fue el Festival de literatura latinoamericana, organizado anualmente por un grupo de entusiastas latinoamericanos más algunos daneses amantes de la literatura en español. A nosotros nos tocó albergar la noche de pre apertura y otra más con lectura de autores latinos residentes en Dinamarca y Suecia. Esta última superó todas las expectativas, con más de cuarenta asistentes en un espacio donde, según las reglas del municipio, cabían veinte.

Otro evento muy productivo, y en el que estuvimos más involucrados en la organización desde cero, fue el Día de muertos, una festividad celebrada principalmente en México y otros países latinoamericanos. La sala de lectura quedó preciosa, decorada con el tradicional altar para honrar a los muertos, velas y figuras de papel picado. Hubo lecturas de pasajes de libros famosos sobre la muerte, con ambientación musical, pan de muerto (un pan dulce típico de la festividad) y, por supuesto, el infaltable vino. El hito del día fue, sin dudas, la asistencia del Embajador de México en Dinamarca, que incluso volvería en otra ocasión a un evento en la librería. Durante el tiempo que Cervantes Boghandel estuvo abierta, la embajada mexicana fue, por lejos, la que más nos apoyó.

No todo fueron, sin embargo, jornadas edificantes y lucrativas. Debido a nuestro carácter bonachón, nos costaba decir que no a la gente que venía con diversas propuestas, por más descabelladas que sonaran. Así terminamos recibiendo, por ejemplo, a Ana María, una española que llevaba cuarenta años viviendo en Dinamarca y que quería presentar un libro con sus memorias. Más que hablar del libro, Ana María se la pasó cantando flamenco acompañada de un hombre con una guitarra. Y además preparó tapas como para alimentar a cien personas.

También pasó Dante, un peruano muy creativo (tal vez demasiado creativo) que tenía todo un concepto de espectáculo que incluía efectos de luces, música progresiva y lectura de poemas de César Vallejo. Aunque intentamos negarnos varias veces, Dante nos terminó ganando por cansancio y pudo llevar a cabo su evento un viernes a la noche. Fue tal el estruendo causado por la música que los vecinos del edificio vinieron a quejarse en múltiples ocasiones, y hasta fuimos tema de disputa en el grupo de Facebook del complejo, con algunos iracundos comentarios llegando incluso a pedir que nos echaran. Encima, como se estaba haciendo costumbre en la mayoría de los eventos, tras descontar los gastos de la desmesurada puesta en escena más los honorarios de Dante, apenas terminamos quedando en cero.

Esta dinámica empezó a volverse una peligrosa costumbre, y aunque no fuera la única razón, sí que tendría mucho que ver en la decisión que pondría fin a Cervantes Boghandel.

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