Cruzando la isla de Java

Sentado en un tren rumbo a Yakarta contemplo a través de la ventanilla los últimos momentos en Indonesia, el primer país asiático que he conocido. Con todo lo irresponsable que resulta sacar conclusiones apresuradas sobre un lugar en el que únicamente has estado de visita, no es un secreto que no me ha parecido ninguna maravilla. Aun así, siempre es enriquecedor salir de la burbuja personal y ver cómo vive el resto del mundo, justificando así esa frase que muchas veces no solemos entender del todo que dice ¨viajar es cultura¨.

Ok, modo filosofo: off. Después de la gratificante experiencia del Kawah Ijen llegó el momento de abandonar el pueblo de Banyuwangi con destino a Yogyakarta, una de las grandes ciudades de la isla de Java y sede de la única provincia del país donde todavía gobierna un sultán. El único método posible de hacerlo fue en tren, que por el módico precio de 50 mil rupias (menos de 5 USD) nos transportó los casi 600 kilómetros de distancia.

¨Una ganga¨, estarán pensando, pero la verdad que nada más lejos de la realidad. Si algunos de los que leen este artículo piensan venir a Indonesia les digo NUNCA pero NUNCA saquen un pasaje de tren en clase económica. Los asientos no son individuales, sino que son como bancos que forman una fila de tres personas y otra de dos (obviamente a nosotros nos tocó la de tres). Por supuesto que no se reclinan y además van enfrentados entre sí, es decir que adelante de nosotros teníamos otro banco con otras tres personas, y en el medio menos de 40 centímetros para que todos pongamos las piernas. Así estuvimos trece horas, porque si bien tomaba una velocidad interesante paraba cada quince minutos en cuanto pueblo se le cruzara en el camino.

Yogyakarta nos recibió de noche y bajo una lluvia torrencial. En vano fue buscar un taxi que se dignara a usar el taxímetro, así que tomamos el primero que nos ofreció un precio cercano a lo que estábamos dispuestos a pagar. Como venía siendo habitual en Indonesia, el conductor no tenía ni idea de dónde quedaba el hotel y tuvo que detenerse dos veces a preguntar para poder llevarnos al lugar que le habíamos indicado. En un momento de frustración quiso bajarnos en una calle que no era, a lo que nos opusimos fervientemente al grito de “no hotel, no hotel!”.

Al otro día, ya sin lluvia y con los agradables 40 grados a los que estábamos acostumbrados, salimos a recorrer la ciudad. Pese a que algunas guías la describían como “la capital cultural de Java” y cosas por el estilo, nos encontramos con un paisaje muy parecido al de Kuta y Ubud, con calles atestadas por una sucesión de pequeñas tiendas que vendían más o menos lo mismo: ropa, comida, ojotas, lentes de sol, recuerdos. Incluso el Museo del Sultán, al que entramos casi por error, no tenía prácticamente objetos en exhibición más que algunas fotos de los últimos monarcas de la región.

Pero ya que veníamos de pasar tres días en una zona rural aprovechamos un poco las comodidades de la gran ciudad para explorar un par de tiendas, tomar un masaje (ese fui yo, je), y comprar una calcomanía del país para pegarle a nuestro termo como recuerdo. Buscando esto último fue que tuvimos éxito por primera vez con el regateo en Indonesia. El vendedor quería 15 mil rupias, yo adopté un gesto adusto y ofrecí 5 mil, a lo que él meneó un poco la cabeza y bajó a diez mil. Sin mostrarme convencido empecé a caminar y cuando ya nos estábamos alejando el tipo gritó: “siete mil, siete mil!”. Igual no se la compramos y después la conseguimos a cinco mil sin tener que regatear. Con un vestido que intentó comprarse Ro no tuvimos tanta suerte. Al preguntar por primera vez se lo ofrecieron a 45 mil rupias, pero al pasar más tarde por el mismo lugar el vendedor le pidió 60 mil! Lo más triste de todo esto es que en el fondo solamente estamos hablando de centavos, aunque para ellos representa mucho más mientras que para nosotros los turistas es sólo una diversión.

En las calles de Yogyakarta circulan todo tipo de vehículos

El segundo día en Yogyakarta visitamos los templos de Borobudur y Prambanan, que era para lo que principalmente habíamos ido a esa ciudad. Decidimos contratar el transporte que nos ofrecía el hotel porque no teníamos ganas de renegar con los caranchos y no era mucho más caro que ir por nuestra cuenta. Al final del día lo que termina saliendo caro es la entrada a los templos, donde no hay regateo posible.

Borobudur es el templo budista más grande del mundo, fue construido entre los años 750 y 850 y tiene sus paredes talladas con más de 2500 figuras de relieve que cuentan diversas historias de la religión budista. Prambanan, por su parte, es un conjunto de templos en forma de torres un poco más pequeño, pero igual de impactante. Pertenece a la religión hindú y su torre más alta alcanza los 47 metros de altura. Personalmente me gustó más Borobudur, aunque las opiniones suelen estar divididas sobre este tema. Y un último dato curioso sobre los templos es que para entrar a verlos te piden que lleves las rodillas cubiertas, por lo cual si vas con pantalones cortos como yo te dan una pollera para que uses mientras recorrés. Así que en las fotos pueden apreciarme a la moda escocesa.

Borobudur
Prambanan

En Prambanan nos pasó algo raro, aunque no puedo decir que no lo esperáramos porque ya habíamos leído al respecto en muchos blogs: un grupo de adolescentes locales se acercó tímidamente y pidió sacarse una foto con nosotros. Accedimos y se vino como un malón de chicos para tomar parte de la fotografía. Por supuesto que no nos molestó, pero no deja de resultarnos llamativo el hecho de que los sorprenda tanto ver gente occidental, siendo que en los lugares a los que vamos no somos los primeros en pasar por allí ni mucho menos. Lo mismo nos sucedió en casi todo el país, donde si bien no nos pidieron fotos se nos quedaban mirando fijamente al vernos o los niños se acercaban a saludarnos y preguntarnos algunas cosas. Esto nos lleva a preguntarnos qué tipo de imagen les inculcan sobre nosotros que les genera tanta curiosidad, ya que a fin de cuentas somos personas igual que ellos con apenas algunos rasgos diferentes.

Agotados los dos días en Yogyakarta nos tomamos un tren a Yakarta, la capital de Indonesia, desde donde teníamos un vuelo a Singapur para seguir nuestro viaje. Como ya habíamos aprendido la lección sacamos el pasaje en clase ejecutiva (el económico de todas maneras estaba agotado), el cual nos costó casi diez veces más que el tren anterior, algo extraño considerando que era prácticamente la misma distancia. Sin ser ningún lujo, esta vez el viaje fue mucho más cómodo, ya que contamos con asientos individuales que se reclinaban y mayor espacio para las piernas. Para que se den una idea era como cualquier colectivo de larga distancia en Argentina, pero después de haber viajado en clase económica supimos apreciar la diferencia.

Viajando en primera a Yakarta

Tras haber salido a horario el tren se atrasó inexplicablemente dos horas en el camino, aunque justo lo necesario para llegar a Yakarta cuando paró la lluvia torrencial que nos acompañó durante gran parte del trayecto. Decididos a no tener que lidiar con ningún carancho para llegar al hotel reservamos un alojamiento medianamente cerca de la estación, así que caminamos sin prestar atención a los oportunistas de turno.

De la ciudad no vimos mucho porque sólo teníamos un par de horas antes de tomar el vuelo, y además la mayoría de los viajeros que habíamos leído decían que no había gran cosa para hacer. De todas maneras en lo que pudimos apreciar desde el tren, caminando y en el bus al aeropuerto experimentamos más de lo mismo: pobreza, mucha gente viviendo hacinada, un tráfico infernal y bastante basura en las calles, aunque en el caso específico de Yakarta todo esto contrastaba con una densa zona céntrica de edificios altos y majestuosos, centro del poder político y económico del país.

Es importante destacar que pese a los caranchos, los callejones oscuros y la gran cantidad de gente en la calle nunca nos sentimos inseguros en Indonesia. Desconozco los índices de criminalidad de la región, pero al menos desde nuestra experiencia de visitantes este es un problema con el que no tuvimos que lidiar en absoluto.

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