Entre los lugares que queríamos conocer antes de venir a Indonesia el que encabezaba todas las listas era el volcán Kawah Ijen, famoso por un extraño fenómeno natural que lo hace expulsar llamas azules que solo se ven durante la noche. El principal problema es que está fuera de cualquier circuito turístico y para llegar allí hay que hacerlo por tu cuenta, con todo lo que ello implica en un país como Indonesia: negociar con estafadores, transportes incómodos, alejarte de los sitios donde hablan inglés, entre otras cosas.
Por si esto fuera poco, los blogs de los pocos viajeros que habían realizado esta experiencia eran bastante lapidarios en sus comentarios, destacando especialmente el estrés que conllevaba conseguir un pasaje en colectivo local hasta el lugar del volcán, que se encuentra en la isla de Java. Y esto por qué? Porque la mafia del turismo es tan grande en Bali que está todo diseñado para que te resulte una verdadera odisea no contratar sus paquetes carísimos e ir a la terminal por tu cuenta a comprar un ticket. Acá estuvimos un paso adelante ya que gracias a un blog en inglés descubrimos que era posible comprar el pasaje online a través del sitio Tiket.com.
Llegar a la estación de buses fue relativamente fácil porque los taxis se abalanzan sobre vos si ven que necesitás uno. El problema comenzó cuando, como al pasar, el chofer nos preguntó a dónde íbamos a viajar. Nosotros le respondimos inocentemente y cuando llegamos a la terminal se le acercó uno de estos vendedores caranchos a preguntarle lo mismo y el taxista impunemente se lo dijo. Ahí empezó una maratón con nosotros (cargados con dos mochilas cada uno bajo un sol de 43 grados) buscando la oficina de la empresa que habíamos comprado el pasaje mientras los estafadores nos perseguían atocigándonos con sus preguntas. Básicamente no pudimos encontrar la oficina pero al menos averiguamos que nuestro colectivo salía de la plataforma 20. Así que después de sentarnos en un banco y hablarles un par de palabras en español los vendedores se dieron por vencido y nos dejaron tranquilos.
El bus milagrosamente llegó a horario y no estaba tan mal. Al menos tenía aire acondicionado y estaba casi vacío, con lo cual pudimos llevar nuestras mochilas encima sin ir incómodos. Una de las cosas que nos llamaban la atención era que según el boleto el viaje duraba 7 horas, lo cual era sumamente extraño para un trayecto de 135 kilómetros. Pero después de andar un rato nos dimos cuenta de lo que sucedía: basicamente nunca dejamos de atravesar pueblos y el tráfico se mantuvo caótico todo el camino, promediando unos 30 kilómetros por hora y con el conductor llevando a cabo las maniobras de sobrepaso más arriesgadas que vi en mi vida. La ¨ruta¨ era curva y contracurva, subida y bajada, pero eso no detenía a nuestro temerario chofer, quien se largaba a pasar en cualquier momento aun sin ver bien de frente, y en caso de que no llegara a sobrepasar le tocaba bocina a los vehículos de su carril para que le dejaran un espacio.
Después de cuatro horas de viaje llegamos a Gilimanuk, último pueblo al norte de Bali, donde bajamos del colectivo para continuar nuestro camino en barco y cruzar a la isla de Java. Allí entendimos muy pronto que de ahí en adelante poca gente hablaría inglés (Java no es tan turística), pero por suerte un viejo australiano que de milagro iba en nuestro colectivo y hablaba algo de indonesio nos ayudó un poco.
Porque resulta que cuando nos bajamos del barco ya en la otra isla, nos enteramos de que allí nos dejaban, pese a que faltaban como 30 kilómetros para llegar al pueblo donde íbamos a dormir. Es que aunque el pasaje tenía como destino Banyuwangi (el pueblo en cuestión), el viaje para nosotros terminaba en la estación de ferries de Ketapang. Así que ahí estabámos nosotros, de noche, en un lugar de donde todos se estaban yendo rápidamente, en un pueblo desconocido, donde nadie hablaba inglés ni ningún idioma que conociéramos, y no se veía ni un taxi o transporte similar en las cercanías. Ahí es donde entró en escena el australiano, que se retrasó un poco para tratar de conseguirnos un modo de llegar al hotel.
De la nada surgieron unos cuatro tipos, que empezaron a pasarse el papel con la dirección del lugar que habíamos anotado, sin entender dónde quedaba. Mientras el sudor nos comenzaba a bajar de la frente, y no sólo por el calor, el australiano se subió al mini bus donde continuaba su viaje y apenas atinó a decirnos: ¨Good luck¨ (buena suerte). Para ese entonces los que intentaban descifrar dónde quedaba al hotel parecían haberse puesto de acuerdo y nos ofrecieron llevarnos por 160 mil rupias, un precio como treinta veces mayor al que habíamos leído que podía costarnos el traslado. Intentamos negociar un poco, escribiéndoles un precio menor en un celular ya que no entendían ni una palabra de inglés, pero únicamente conseguimos rebajarles 10 mil rupias la tarifa. Sabiendo que estábamos completamente a merced de ellos aceptamos y nos subimos al bemo, una especie de traffic muy pequeña y completamente venida a menos.
El traslado hasta el hotel fue surrealista, con el conductor hablando a los gritos por el celular y deteniéndose a preguntar como tres veces dónde quedaba el hotel y la gente que sobrepasaba el bemo mirándonos fijamente como a dos bichos raros, todo mientras nosotros nos preguntábamos seriamente si íbamos a llegar al lugar que habíamos reservado. Después de media hora, y tras atravesar una calle de tierra oscura, estrecha y llena de pozos, le indicamos al hombre a los gritos que habíamos llegado (porque él ni se había dado cuenta). Un pequeño triunfo después de un día largo y estresante.
El lugar era muchísimo menos de lo que reflejaban las opiniones de los huéspedes en Booking (página que usamos a menudo para buscar alojamiento), con un baño donde para darte una ducha tenías que inundarlo todo porque no tenía ni un zócalo ni piso en desnivel y una habitación donde las visitas de las lagartijas eran bastante frecuentes. Al menos parecía haber más gente y el dueño hablaba inglés.
Al día siguiente nos pusimos en campaña para conseguir un traslado a la base del Kawah Ijen, intentando ver si alguno de los otros huéspedes quería compartir el gasto de un transporte con nosotros. Cómo es exactamente esto? El volcán está a 43 kilómetros de Banyuwangi, que es el pueblo más cercano y el que la mayoría de los que quiere realizar el ascenso elige de base. A su vez, las llamas azules solamente se ven de noche, con lo cual la caminata de subida hasta el cráter hay que realizarla de madrugada antes de que amanezca.
Nuestro primer intercambio con los otros viajeros fue un fiasco, ya que eran dos holandeses que querían hacer el trayecto que nos separaba del volcán en moto (de noche, teniendo que volver al amanecer y con pronóstico de lluvia), cosa que rápidamente descartamos. Por suerte a la tarde llegaron dos alemanes más racionales que aceptaron compartir el viaje con nosotros, con lo cual pudimos dividir entre cuatro las 600 mil rupias que nos pedía un amigo del dueño del alojamiento para llevarnos a la base del Kawah Ijen.
El resto del día lo pasamos en el “hotel”, ya que Banyuwangi es un lugar sin mucho que ofrecer. La única persona del pueblo que parecía hablar inglés era el tipo del alojamiento, el mercado más cercano estaba a tres kilómetros y todos nos miraban como si fuéramos estrellas de cine por nuestros rasgos occidentales. Incluso los niños salían a nuestro paso a darnos charla. La monotonía del lugar únicamente era quebrada por las oraciones de las múltiples mezquitas de la zona (los musulmanes son amplia mayoría en Java), que para que todos podamos deleitarnos con su fe las transmiten por parlantes a cualquier hora, dejando en el aire un sonido fantasmal que más que creer en Alá te hace pensar en la llegada de los zombies.
A la una de la mañana del otro día comenzamos el viaje, que después de una hora de curvas y subidas nos depositó en la base del volcán, desde donde teníamos que caminar tres kilómetros hacia arriba para ver el fuego azul. El lugar nos sorprendió porque no esperábamos ver tanta gente en un sitio que, si bien es conocido, no es algo que la mayoría de los turistas hacen cuando viajan a Indonesia.
Después de pagar las 100 mil rupias de entrada empezamos el ascenso, en el que rápidamente se nos unió uno de los tantos hombres que trabajan allí. La tarea de ellos es poco menos que esclavizante, ya que tres veces por día (o por noche, mejor dicho) realizan el trayecto de ida y vuelta al cráter, desde donde vuelven cargando al hombro unas canastas con aproximadamente unos 90 kilos de azufre que extraen del volcán. Por esta tarea ganan en total menos de diez dólares por día. Y nosotros vamos alegremente y pagamos ese dinero por hacer esa subida. En fin…
El hombre resultó ser bastante simpático, lo cual era de esperarse, ya que intentan caerte bien y hacerte de ¨guía¨ en el ascenso y posterior bajada al cráter a cambio de una propina. A pesar de que no hablaba mucho inglés intercambiamos algunas palabras, y el momento culminante fue cuando, al decirle que éramos de Argentina, se detuvo y empezó a hacer como si pateara una pelota mientras gritaba ¨Marrradona, Marrradona¨.
Después de caminar una hora y media llegamos a la cima, desde donde se podía contemplar a lo lejos las llamas azules. Todavía nos quedaba bajar al cráter para verlas de cerca, lo cual resultó bastante complicado al ser de noche, con nuestros celulares como única fuente de luz y un camino escarpado de piedra en el descenso. Felizmente llegamos sanos y salvos (con una veintena de personas más), y pudimos apreciar ese fenómeno increíble que componen los fuegos azules que parecen salir de la piedra. Después de un tiempo de contemplación, de intentar infructuosamente sacar algunas buenas fotos y cuando cambió el viento y empezó a enviar en nuestra dirección los densos vapores del azufre decidimos que ya era suficiente y emprendimos el regreso con los primeros rayos de sol, con tiempo suficiente para hacer una parada en la cima y contemplar con orgullo el imponente panorama del cráter del Kawah Ijen, con un enorme lago verde en su interior, que antes al ser de noche no habíamos notado.
Cansados e impregnados del olor a azufre, pero completamente satisfechos con nosotros mismos, no sólo por la subida, sino por todo el trayecto desde que salimos de Bali, volvimos al hotel para reponer energías y continuar nuestra travesía por la isla de Java, que todavía nos depararía más sorpresas. Pero ese es otro capítulo de esta historia.
Chicos es increíble lo que hicieron, qué historia!!! Los felicito por el coraje y la locura de meterse en esas aventuras.
Saludos y espero ansiosa el próximo capitulo!
Jaja si, mirando atrás no lo volveríamos a hacer ni a palos pero valió la pena!