Era un lugar bajo, oscuro y cuadrado. Una nube de humo flotaba apenas por encima de nuestras cabezas y el piso estaba pegajoso de tanto alcohol derramado. Sobre el escenario, cinco cuarentones de pelo largo rasgaban unos acordes y cantaban sus consignas incendiarias. Aah, la magia de nuestros primeros recitales.
De eso pasaron… Mejor no pensar cuánto tiempo pasó. Pero las cosas cambiaron, y me atrevería a asegurar que para bien. Ahora los predios tienen salidas de emergencia, la gente empuja mucho menos y el inicio del recital tiene horario (pobre ingenuo el que le creía a la entrada, que decía “10 pm”, y llegaba antes de las dos de la madrugada).
Como ya escribí en una nota reciente, estamos bastante “en onda” en cuanto a nuestros gustos musicales. Sabemos lo que es el freestyle, podemos nombrar más de cinco traperos argentinos y conocemos a (algunos de) los reggaetoneros más “pegados” de Puerto Rico. Después de haber ido a recitales de Trueno, Duki y Wos, la culminación de estar tan onda era ir a un auténtico festival de verano.
Para el que no esté tan en onda como nosotros y no sepa lo que es un festival, se trata de un evento de varios días de duración, que se organiza en predios grandes, con varios escenarios diferentes, en los que desde temprano a la tarde hasta bien entrada la noche van tocando distintos artistas. Además de los escenarios, en los predios suele haber lugares para comer y beber, comprar merchandising y entretenerse con pequeñas actividades organizadas por las marcas patrocinadoras. En Argentina, algunos de los festivales más importantes son el de Cosquín (el de folclore y el de rock), el de Villa María y otros que van cambiando de nombre según la marca que los auspicia. Nosotros, más acorde a nuestras posibilidades geográficas actuales, elegimos ir al Boombastic de Alicante, en plena costa mediterránea de España.
El Boombastic empezaba un jueves y terminaba un sábado. Tres días (noches, mejor dicho) de fiesta continuada pueden parecer un sueño para cualquier menor de veinticinco, pero no es ningún secreto que nosotros estamos un poco oxidados en cuanto a trasnochadas se refiere. Ejemplo: estoy escribiendo esto después de una noche donde me fui a acostar a las nueve y media, algo para nada extraño en nuestra rutina.
Tras llegar a Alicante cerca de la medianoche del miércoles, dedicamos la mañana y tarde del jueves a relajarnos en la bonita playa de la ciudad, con arena blanca y agua transparente a una excelente temperatura. El sol del verano español pegaba tan duro que decidimos invertir veinte euros en comprar una sombrilla para sobrevivir los tres días. Problemas que los más jóvenes claramente no contemplan.
A las ocho de la noche tomamos un colectivo urbano al predio del festival, ubicado en las afueras de la ciudad. El transporte rápidamente se llenó de otros asistentes al evento, que bajaban por mucho el promedio de edad, lo que provocó las quejas de otros pasajeros, en especial los mayores de setenta. Al sentirnos con un espíritu tan joven, nos sorprendió la mala actitud de estos “adultos”, que se ponen de mal humor solo porque otros tienen la posibilidad de salir a divertirse.
El predio del Boombastic no era más que un descampado enorme al lado de una autopista, en el que levantaron tres escenarios, colocaron baños químicos, llevaron algunos foodtrucks, pusieron un stand para maquillarse y otro para comprar cigarrillos de CBD. Al ingresar por primera vez nos colocaron unas pulseras con un chip, que servía para entrar y salir en cualquier momento, además de para pagar todas las compras dentro del predio. La forma de utilizarla era cargando saldo en unas máquinas que había a la entrada, y luego solo acercarla al celular del vendedor para que descontara lo gastado. Aunque es el mismo sistema que cualquier tarjeta de crédito/débito sin contacto, hay que tener en cuenta que la mayoría de los asistentes al festival quizás no tenían acceso a una tarjeta propia, je.
El primer recital que vimos fue el de C.R.O, un cantante de música urbana al que conocíamos poco, pero que tiene ese plus de haber nacido en Neuquén, la provincia más combativa de Argentina. La puesta en escena de C.R.O consistió en él cantando y una consola de música detrás, con un DJ que iba “sacando” las canciones. Lo de cantar es un decir, porque durante la mayor parte de las pistas C.R.O dejaba que su voz grabada fuera la que sonara, mientras él apenas se dedicaba a arengar al público. Es curioso, porque no se trataba de un playback de los que escandalizaban a los rockeros en los noventa. C.R.O no pretendía “hacer como que cantaba” y que no nos diéramos cuenta, todo lo contrario. Y por extraño que pueda parecernos a dos viejitos nostálgicos como nosotros, a los pibes no parecía molestarles para nada.
La primera jornada del Boombastic se cerró con el recital de Duki, que empezó diez minutos pasada la medianoche (!). A pesar de que Duki tampoco llevó a su banda, la performance fue mucho mejor que la de C.R.O, con un DJ/productor más participativo y Duki cantando mucho más. De todas maneras, nos dejó la sensación de que el recital fue algo desprolijo, con muchos temas encadenados de forma abrupta, Duki pidiéndole a la gente que cantara en partes medio raras y un final que se sintió apresurado. Igual fue una fiesta y nos cantamos todo.
Al ser día laborable, el transporte público tenía una frecuencia muy pobre durante la madrugada y los servicios de taxis estaban explotados, por lo que tuvimos que caminar como dos kilómetros hasta poder encontrar un taxi libre. El conductor resultó ser un tanto “particular”, con un método de conducción bastante temerario y continuas quejas contra todo lo que lo rodeaba.
—Mira este gilipollas de adelante cómo conduce, se nota que no es de aquí. Madre mía, ahora tengo un viaje a Elche de dos horas. La noche está imposible, es por un concierto que hay ahí en el Área 12.
Ay, estos “viejos”.
Entre lo tarde que terminó el recital de Duki y los problemas de transporte, terminamos yéndonos a dormir a las tres de la madrugada. Antes de desplomarnos sobre la cama, nos preguntamos seriamente sobre nuestras posibilidades de lograr asistir a dos días más de festival en esas condiciones.
El segundo día decidimos tomarlo con más calma. Queríamos ir a verlo a Dillom, pero los organizadores lo pusieron a las cinco de la tarde, cuando el sol pegaba durísimo sobre el descampado del Boombastic, así que nos quedamos en la playa y fuimos más tarde, cerca de la hora del recital de Trueno.
Trueno siempre tendrá un lugar especial en nuestros corazones por ser el primer artista de esta nueva camada que vimos en vivo, una fría noche de septiembre en Copenhague. Y aunque apenas pasó un año de esa vez, pudimos apreciar la evolución del show en toda su magnitud. De entrada, Trueno salió con dos cantantes “de apoyo” (uno de ellos, su propio padre), que le hacían los coros y aquellas partes de las canciones que son colaboraciones y, por lo tanto, cantadas por otros. Además, llevó también una banda de cinco músicos, que interpretaron todos los temas en vivo. Y por encima de todo, el propio Trueno demostró ser un animal de escenario, poniendo a la gente a saltar y cantar en los momentos adecuados, logrando que el recital fuera la fiesta más grande de todo el Boombastic. Una puesta en escena de apenas una hora, pero con una energía y una inversión poco habitual para este tipo de eventos, demostrando la ambición y el profesionalismo de Trueno. Además, tiene una de las líneas más hermosas de la escena musical actual: “Bajo a Tierra del Fuego y tengo el fin del mundo cerca, las islas me cantan tango, siempre fueron y son nuestras”.
El sábado, último día del festival, continuamos con nuestra saludable rutina de dormir hasta las diez de la mañana, ir a la playa y prepararnos para volver a la fiesta. Ese día en particular nos sorprendió ver varios adultos (algunos de nuestra edad…) acompañando a sus hijos menores al evento, pero no como “chaperones”, sino intentando ser parte de la movida, vistiéndose con ropa “canchera”, tomándose una cerveza y mezclándose con el público para cantar y saltar como el resto. Una forma muy saludable de intentar comprender y compartir ese mundo que tanto fascina a sus hijas/os.
Llegamos al predio más temprano que nunca, cerca de las siete, para apoyar a nuestra Beyoncé argentina: Lali. El despliegue fue similar al del Duki y C.R.O, es decir, la consola pasando música sin banda, pero con el agregado de seis bailarines, que acompañaban a Lali en alguna de las canciones. De nuevo, el enfoque no estaba puesto en cantar (creo que cantó menos que C.R.O), pero sí en bailar. De hecho, muchas de las canciones Lali las bailó completamente sola sobre el escenario, lo cual quedó un poco pobre para nuestro gusto.
Finalmente llegó el plato fuerte del Boombastic, el último recital del evento y la razón por la que habíamos decidido ir en primer lugar: Bizarrap. La previa no estuvo exenta de algunos tumultos. Para poder estar lo más adelante posible, nos acercamos al escenario casi una hora y media antes del inicio, igual que muchos otros. Pero la cosa empezó a calentarse cerca del comienzo, cuando una mujer visiblemente intoxicada empezó a discutir con un veinteañero de gestos bastante agresivos. No fuimos capaces de entender muy bien de qué iba la discusión, pero en un momento el veinteañero le aplaudió a la mujer a centímetros del rostro, a lo que ella respondió tirándole el contenido de su vaso en la cara. El tipo se le quiso ir encima y yo, como la persona que estaba justo detrás de él, fui el encargado de “calmarlo”. A todo esto, fueron sumándose nuevos contendientes en uno y otro bando, pero por suerte no pasó de unos cuantos gritos más.
Unos minutos después de las doce salió el Biza a escena, con un despliegue de luces y pantallas impresionante. Fue un repaso “al palo” de algunas de sus mejores sesiones, donde quizás la única que echamos en falta fue la de Peso Pluma. Algo que no nos terminó de convencer fue que cambiara el ritmo de casi todas las canciones para convertirlos en temas tecno. Es entendible en aquellas que son más lentas, y por lo tanto más difíciles de levantar el ánimo en el contexto de un festival, pero sesiones como la de Tiago o L-Gante ya son bailables de por sí y no necesitaban tantos cambios. Cuando parecía que la noche se cerraba con Malbec, ese himno que Bizarrap compuso para Duki, la gente se resistió a irse, coreando un “quédate” ensordecedor. Así que volvió el Biza a escena para poner la sesión de Quevedo, y ahí sí explotó el Boombastic.
Bajaron las luces, se fue Bizarrap y la multitud empezó a movilizarse hacia uno de los escenarios secundarios, donde había una fiesta de cierre con DJs hasta las tres de la madrugada. Incapaces de sostenernos en pie mucho más, nosotros nos desviamos hacia la salida y dimos por terminada nuestra experiencia de festival. De los antros rosarinos a los grandes predios europeos hay un largo camino recorrido, pero hemos demostrado que, como canta Wos, “eso de la juventud es solo una actitud del alma”.