Singapur parte 1: la ciudad del futuro

Fueron apenas cinco días los que pasamos en Singapur, pero nos gustó tanto y nos dejó tantas cosas en qué pensar que en vez de escribir un solo artículo como tenía pensado inicialmente voy a hacer dos. En el primero, el que están leyendo en este momento, voy a repasar cómo fue nuestra estadía, qué lugares visitamos y algunas anécdotas que nos haya dejado. En el segundo, voy a intentar describir lo más responsablemente que pueda como éste país que hace cincuenta años era más pobre que Haití se convirtió en una potencia mundial, basándome en algunas lecturas que estuve realizando estos días, lo que pude apreciar durante la visita y algunos breves contactos con singapurenses.

De entrada nos dimos cuenta que Singapur era otra cosa. Ni bien llegamos al aeropuerto, estrictamente a horario, tardamos sólo diez minutos en bajar del avión, tomar nuestro equipaje, pasar por migraciones y por el control de seguridad. Como ya sabíamos que había un subte que nos dejaba cerca del hostel fuimos hacia la estación y llegamos cinco minutos antes de las doce, horario en que el servicio deja de funcionar. Cuando nos acercamos a la ventanilla a comprar el boleto el vendedor nos abrió el molinete y nos dejó subir gratis para que no perdiéramos el subte que ya se iba. Fue un cambio de aire drástico a lo que veníamos acostumbrados de Indonesia, donde te quieren vender hasta el aire.

Al día siguiente empezamos nuestra exploración por la zona de Marina Bay, el centro neurálgico de la ciudad, donde se encuentra el lujoso hotel Marina Bay Sands, la construcción más cara del mundo. Es una mole de tres edificios de 55 pisos cada uno, conectados por una terraza en forma de barco que alberga bares, restaurantes y una piscina, todo a 200 metros de altura. Alrededor de la bahía también están el teatro Esplanade, la estatua de Merlion (el símbolo del país) y el distrito financiero, un conjunto de enormes edificios mayoritariamente de bancos y otras empresas multinacionales. Todo esto rodeando una hermosa entrada de agua que genera una postal imperdible de Singapur, especialmente de noche, cuando todo se ilumina en múltiples colores produciendo un verdadero arcoiris nocturno.

Después de recorrer un rato Marina Bay caminamos a Gardens By The Bay, un parque forestal donde construyeron una serie de árboles gigantes artificiales que se iluminan de noche y tiene una multitud de senderos para recorrer rodeados de selva, haciéndote olvidar que estás a sólo diez minutos de la ciudad. De ahí atravesamos una sucesión de infinitas galerías y shoppings, muchos de ellos subterráneos, para llegar a Suntec City, un complejo integral con torres de vivienda, oficinas, supermercados, tiendas y negocios con todo tipo de servicios. Y en el centro de todo se puede ver la Fountain of Wealth, la fuente de agua más grande del mundo (certificado por el libro Guinness). Para que se den una idea de lo grande que era Suntec City basta con decir que cuando quisimos irnos nos perdimos y anduvimos como media hora buscando la salida de ese laberinto subterráneo.

Al caer la noche volvimos a Marina Bay para ver un famoso espectáculo de luces que repiten todos los días cuando cae el sol. Nos ubicamos en la costa a un costado del hotel creyendo que era un buen lugar, pero la realidad es que sólo vimos unos haces de luces proyectarse en el cielo y la única música que escuchamos fue la de un recital indio que teníamos atrás con una cantante que no paraba de gritar.

Esa noche no tuvimos el mejor descanso en el hostel, ya que compartimos la habitacion con otras ocho personas, de las cuales dos roncaban de una manera que no había escuchado nunca en mi vida. La razón por la que eligiéramos este tipo de alojamiento es por su precio, ya que Singapur es considerablemente más caro que Indonesia, aunque no tanto como Nueva Zelanda por ejemplo.

El segundo día recorrimos Orchard Road, una extensa calle céntrica llena de negocios con las mejores marcas del mundo, con el aditivo de que estaba todo adornado por la Navidad, lo cual le daba un marco aun más imponente (a Ro le hizo acordar a la Quinta Avenida de Nueva York). Después de una parada técnica en el hotel para refrescarnos a la tarde volvimos a la carga y fuimos para Kampong Glam, el barrio árabe de la ciudad. Es que Singapur es tan multicultural que además del ya mencionado también tiene un barrio chino (Chinatown) y uno indio (Little India), este último fue donde nos alojamos, ya que es relativamente barato y no está lejos del centro.

Al atardecer volvimos a Gardens By The Bay para ver otro de los espectáculos de luces que hacen todas las noches, y esta vez no nos decepcionó, ya que el juego de luces iluminando los árboles al ritmo de la música resultó muy atractivo. Para coronar la velada quisimos subir al bar del Marina Bay Sands en la terraza, pero al intentar cruzar el hall rumbo al ascensor un guardia nos informó amablemente que después de las seis de la tarde regía un “dress code” (código de vestimenta), con lo cual no podíamos pasar vestidos con nuestros harapos. Totalmente frustrados terminamos tomando una cerveza de lata en el patio de comidas de un shopping.

El miércoles fue el momento de cruzar a Sentosa Island, una isla frente a la ciudad llena de atracciones, hoteles, negocios, playas, un casino y hasta un parque de Universal Studios. Ahí conocimos la famosa pileta de olas artificiales donde se puede practicar surf y otro lugar donde te meten en una cámara que tira aire desde el piso a gran velocidad y te permite volar! Pensamos en hacerlo pero era un poco caro (100 dólares) y la experiencia no duraba más de dos minutos, con lo cual nos conformamos con mirar a la gran cantidad de niños que lo hacían y los pocos adultos que se animaban.

También hicimos playa por primera vez en el Sudeste asiático, en un lugar que si bien no es de los mejores estaba muy bien. Después quisimos despuntar el vicio en el casino pero como nos olvidamos el pasaporte no nos dejaron pasar. Así que tras unas buenas horas de sol, caminata y diversión volvimos a la ciudad para bañarnos y salir hacia Clarke Quay, una zona de bares y restaurantes junto al río realmente muy bien diseñada y con una interesante movida de gente.

Para concluir la jornada volvimos a Marina Bay a darle otra oportunidad al espectáculo de luces del primer día, ya que habíamos leído en internet que el mejor lugar para verlo era desde la esplanada del hotel. Y por suerte lo hicimos, porque en esa ocasión pudimos apreciarlo completamente y resultó ser una maravilla. Básicamente lo que hacen es, a través de unos impulsores de agua instalados en la bahía, crear una especie de pantalla de agua en el aire donde proyectan un vídeo con distintas imágenes, mechándolo con luces que salen de todas las direcciones, música y columnas de fuego. Realmente algo increíble.

Como nos sentíamos satisfechos y con todas las pilas aprovechamos para ir al casino del Marina Bay Sands a ver si finalmente podíamos convertirnos en millonarios, cosa que después de dos horas no sucedió pero al menos salimos con la misma plata con que habíamos entrado. Lo gracioso fue que estábamos tan concentrados en el juego que perdimos la noción del tiempo y tuvimos que correr (literalmente) para tomar el último tren que nos acercaba al hostel.

Finalmente el jueves, último día en Singapur, diagramamos un verdadero rally para poder ver todas las cosas que nos quedaban pendientes. A la mañana fuimos a Henderson Waves, el puente peatonal más alto de la ciudad que tiene una curiosa forma de olas marítimas. Y esto es algo que nos encantó del país, su creatividad para hacer todo. O sea, los tipos podrían haber dicho tranquilamente: “acá necesitamos un puente, tiremos un poco de cemento y hagámoslo”, pero no, en vez de eso llamaron a un concurso de diseños para elegir el más atractivo, y como este ejemplo hay cientos en Singapur.

Después de eso volvimos (una vez más y van…) al Marina Bay Sands para intentar subir al bar de la terraza, y esta vez lo logramos. Así que disfrutamos de unas magníficas vistas de la ciudad desde las alturas y unas refrescantes bebidas para bajar los cuarenta grados de promedio que hizo durante nuestra estadía. A la tarde fuimos a Chinatown para unirnos a un tour gratuito de caminata por el barrio, donde durante dos horas y media recorrimos las calles de la zona en compañía de una amable guía singapurense que nos iba contando la historia de los chinos en Singapur (cosa que no nos interesaba tanto), y contestando nuestras numerosas inquietudes sobre la sociedad, la economía y la política del país (lo que realmente nos interesaba).

El tour concluyó en la Galería Nacional, un hermoso edificio con una exhibición permanente de diseños galardonados en la ciudad y montones de material como maquetas, planos, dibujos y vídeos sobre la planificación de Singapur para los próximos cincuenta años. Un lugar increíble al que nos quedamos con ganas de volver con más tiempo y explorarlo mejor. Antes de volver al hotel y dar por finalizada la segunda etapa de nuestra gira asiática pasamos por el mercadillo de New Bugis Street para comprar nuestra tradicional calcomanía con la bandera del lugar y no mucho más, ya que vendían las mismas porquerías que suelen tener este tipo de lugares.

Como dato de color hay que destacar que en los cuatro días y cinco noches que pasamos en el país caminamos aproximadamente unos 80 kilómetros, distancia certificada fielmente por nuestros celulares. Una verdadera maratón aeróbica que valió la pena porque la ciudad realmente se presta para recorrerla minuciosamente a pie.

Y así terminaron nuestros días en Singapur, un país que renovó nuestras ganas de seguir viajando y nos mostró una historia desconocida y fascinante de este lado del mundo. Y sobre esto voy a profundizar en la próxima nota. Manténganse sintonizados.

4 thoughts on “Singapur parte 1: la ciudad del futuro

  1. Que lindo tirar un huevo desde esa terraza, cuando termina de caer ya es un pollo ja!
    Saludos chicos, excelente las notas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *