Roskilde es una ciudad tranquila, en un país ya de por sí tranquilo como Dinamarca. El Roskilde Avis (diario que nos llega gratuitamente a nuestro buzón) se caracteriza por poner en tapa noticias como la de un hombre de ochenta años que ayuda a construir una nueva cancha de fútbol en su club de toda la vida.
Aunque sin dudas la nota del año en el Roskilde Avis, y probablemente en cualquier medio de comunicación danés, sea la de la letra robada en Importøren, un negocio en la peatonal de la ciudad que, como su nombre lo indica, vende diversos artículos importados, como electrodomésticos, lámparas, valijas y vajilla.
Importøren se convirtió en noticia a principios de octubre, cuando fue golpeado por el crimen. Resulta que sobre la fachada principal está el nombre de la tienda en letras de chapa pintadas de rojo, que resaltan sobre las paredes amarillas. Pero una mañana de lunes, cuando el dueño fue a abrir el negocio después del fin de semana, se encontró con que la P del nombre ya no estaba.
“Puede sonar como el último libro de Jussi Adler Olsen, y tal vez algún día se convierta en una novela policial en la que las letras de Importøren desaparecen” comenzaba la crónica del Roskilde Avis, que enlazaba con maestría el pequeño atraco local con uno de los escritores daneses más populares.

En el artículo, Jørgen Bagge, dueño del local, se quejaba porque “otra vez” le volvía a suceder que le robaban una letra. Sí, no era la primera vez que pasaba, ya que en otras ocasiones ya se habían llevado la N, la P y esa Ø tan característica del idioma danés. “Ahora, en algún lugar del bajo mundo, también puedes comprar una consonante entre drogas duras y productos robados” apuntaba la nota del Roskilde Avis. Brillante.
Bagge, por su parte, aseguraba que reponer cada letra le costaba unas seis mil coronas (900 USD), y que de ninguna manera se trataba de una forma de promocionar el negocio por su parte. “Es muy molesto. De ahora en más voy a tener que asegurar bien las letras con un tornillo más largo, y quizás hasta instalar cámaras de seguridad” cerraba el dueño de Importøren.
Pero esta historia no terminó ahí. Unos diez días después el negocio volvió a ser noticia en el diario, con un artículo titulado “La P de Importøren está de regreso”. Sucedió que un anciano dijo haber encontrado la letra tirada en su jardín, y como había leído la historia en el Roskilde Avis sabía dónde devolverla. “Terminó feliz esta vez” declaró Bagge, “pero estoy cansado de esto, y siempre cuesta dinero”.
De todas maneras, Bagge halló la manera de transformar la desgracia en una oportunidad. Dos semanas más tarde, aparecieron en el Roskilde Avis cuatro páginas a color con publicidad de Importøren. Y lo mejor de todo fue que, en lugar de escribir la P en el nombre, dibujaron a un ladrón llevándosela a cuestas. Todo un canto a la creatividad, que ninguna carrera de marketing podría superar.

Letras desaparecidas de forma crónica, periodistas que ponen en duda la credibilidad de los protagonistas, un empresario desesperado, héroes anónimos que devuelven lo robado… Sí, definitivamente el misterio de Importøren debería convertirse en el próximo éxito del policial negro escandinavo.