La tumultuosa historia de Europa en el siglo XX produjo importantes cambios geográficos en el continente. Países que se dividieron, otros que se unificaron y fronteras que desaparecieron son ejemplos de épocas convulsionadas en regiones que durante años lucharon por encontrar su identidad. Hoy, en pleno siglo XXI, cruzamos de Alemania a República Checa como quien cruza la calle en la esquina de su casa. Parece increíble que hace 25 años ese mismo límite era parte de la famosa “cortina de hierro”.
A poco de terminar la segunda guerra mundial dio inicio la llamada Guerra Fría, que básicamente separó el viejo continente en sendos bloques completamente antagónicos: el socialista, al este (liderado por la Unión Soviética), y el capitalista, en el oeste (aliado de Estados Unidos). Alemania se partió en dos y nacieron grandes estados comunistas como Yugoslavia y Checoslovaquia. Los límites entre Europa del este y la Occidental eran fuertemente vigilados por ambos bandos, y en ese contexto Winston Churchill (por entonces Primer Ministro del Reino Unido) acuñó la expresión de “cortina de hierro” o “telón de acero” para referirse a la frontera que separaba las dos ideologías en pugna.
En la actualidad todo esto es historia. Alemania hay una sola, Checoslovaquia se dividió en dos países, Yugoslavia en unos cuantos más y la Unión Europea permite la libre circulación dentro de los estados miembros. Por eso lo que era un complicado cruce fronterizo en el sur de Alemania y sureste de Checoslovaquia (hoy República Checa) ahora es apenas un puente de madera que cruza un arroyo en medio de una hermosa campiña verde, con alguna que otra casa en los alrededores y nada más.
Increíble pero real: hace menos de 30 años este era una de las fronteras más vigiladas de Europa
Ese era nuestro camino para ir de Munich a la ciudad checa de České Budějovice. El problema era que no había ningún tren o colectivo que conectara ambas localidades, a pesar de ser un paso fronterizo con camino asfaltado y estaciones de trenes cercanas. Nuestra única opción era llegar al pueblo alemán de Haidmühle, caminar un kilómetro y medio hasta el otro lado de la frontera y tomar un tren en un parador checo llamado Nové Údoli hacia nuestro destino final.
Que iba a ser un día largo no cabían dudas. A las nueve y media de la mañana tomamos un tren desde Munich a Passau, otra ciudad alemana desde donde íbamos a cambiar a un colectivo rumbo a Haidmühle. El tren era impecable, prácticamente nuevo, rápido y silencioso como una gacela. Gracias a una mujer que pasó a controlar nuestro boleto y nos preguntó a dónde íbamos nos enteramos que debíamos cambiar de vagón lo más pronto posible porque esa parte del tren se desprendería algunas paradas antes y quedaríamos a mitad de camino. Nos felicitamos por nuestra buena suerte, nos cambiamos al sector correcto y llegamos a Passau.
Una vez allí esperamos una media hora para tomar el colectivo a Haidmühle, el cual aunque recorría un trayecto de dos horas era de estilo urbano, es decir, nada de comodidades como los de larga distancia. Por suerte iba semi vacío y pudimos ocupar dos asientos cada uno para poner nuestras mochilas. Pero casi una hora antes de llegar se subieron en una sola parada al menos cincuenta chicos de la escuela que abarrotaron el bus y nos obligaron a realizar el resto del viaje con nuestros enormes bultos a cuesta. Así, medio acalambrados por la incomodidad, llegamos al último pueblo de Alemania antes de la frontera.
Caminando a República Checa
Mochilas al hombro y a caminar hasta el límite. Ya habíamos cambiado de países en avión, auto, colectivo y hasta en barco, pero nunca a pie. Se sintió extraño pasar por ese lugar tan fácilmente, sin que a nadie le importase, tratando de imaginar lo difícil que habría sido hacerlo hace poco más de veinte años. De la famosa cortina de hierro hoy no queda nada, y apenas hay sendos carteles que marcan donde empieza Alemania y donde la República Checa. Es un lugar de lo más tranquilo, con algunos pocos que van y vienen en bicicleta, un pequeño arroyo que discurre en forma de separación natural y una especie de kiosco del lado checo con una empleada no muy simpática que cuando le preguntamos si podíamos pagar el tren en euros (la moneda oficial es la corona checa) nos gruñó en forma de asentimiento.
Esperando el tren en Nové Udoli
Nové Údoli no era más que el kiosco en cuestión, un hotel que se adivinaba completamente cerrado y el andén del tren que conectaba con el resto del país. Prácticamente a horario apareció la locomotora en el horizonte y se detuvo ante nosotros, que junto a otro hombre éramos los únicos pasajeros. Arrancamos apenas con diez minutos de retraso y parecía que todo iba bien, que tras una siesta reparadora la travesía llegaría a su fin. Pero no.
Una hora después, el vagón en el que no viajaba casi nadie se llenó de escolares, igual que había pasado en el colectivo a Haidmühle. Por si fuera poco, a los pocos kilómetros nos volvimos a detener, el empleado del tren nos hizo bajar a todos y en un inglés básico nos explicó que teníamos que cambiar a un colectivo para seguir viaje. Por supuesto que para el momento que le entendimos ya se nos había adelantado el resto de los pasajeros, con lo cual llegamos al pequeño bus (ya ni siquiera urbano, sino de tipo escolar) cuando estaba completamente lleno. Sí, las únicos dos personas que hicieron el trayecto parados fuimos nosotros.
El bus escolar que nos llevó parte del trayecto
El chofer parecía no tener consideración alguna por nuestro frágil equilibrio intentando sostener las mochilas y aceleraba a fondo en una ruta muy angosta, empinada y llena de curvas. Faltaban todavía más de cincuenta kilómetros hasta nuestro destino y mientras hacíamos fuerza por no terminar en el piso en cada sacudón del poco estable colectivo nos mirábamos con esa mezcla de furia, resignación e incredulidad que suele sentirse en esos casos.
Por suerte no iba a ser así el resto del viaje, y tras veinte minutos que parecieron horas nos detuvimos en una estación para subirnos a otro tren, y como yapa, sin los escolares. Ya nadie nos detendría para llegar a České Budějovice pasadas las seis de la tarde y caminar unos dos kilómetros desde la parada del tren a la habitación que alquilamos en Airbnb.
České Budějovice
Después de tres trenes, dos colectivos y siete kilómetros a pie logramos cruzar la cortina de hierro y llegar a República Checa. La Guerra Fría hace rato que terminó y los estados comunistas han desaparecido por completo de Europa, pero atravesar esa mítica frontera todavía conserva algo de nostalgia.
Toda una aventura.Si cortina de hierro pero completo de otras cosas.
FACU , PIENSAN IR A POLONIA ?
No en esta ocasión. Todo Europa del Este es un viaje que nos gustaría hacer en el futuro