Cuando uno piensa en Tailandia por lo general se imagina playas increíbles con aguas cristalinas, arenas blancas, temperatura tropical, hamacas paraguayas y cócteles en la costa. Al menos yo lo hago. Así que persiguiendo ese sueño sacamos un pasaje a Bangkok, la capital de un país que en su faceta menos conocida también se caracteriza por sus inestables gobiernos democráticos (de hecho actualmente gobierna una junta militar) y el tráfico de animales. Pero como nosotros somos turistas y no nos interesan esos asuntos (…) vamos a hablar de cosas lindas.
En el aeropuerto de Bangkok nos sentimos por primera vez discriminados, ya que al ver nuestros pasaportes argentinos una oficial nos sacó de la fila para hacer migraciones y nos llevó a un mostrador especial donde tuvimos que llenar unos formularios con preguntas de salud y mostrarle nuestros certificados de vacunación contra la fiebre amarilla a un señor de modales muy bruscos, por decirlo de alguna manera. Después de chequear que no íbamos a introducir en Tailandia ningún virus letal nos dejó pasar.
El principal problema que abordamos en este país fue el del lenguaje. Es que si bien no es el primer lugar al que vamos donde no sabemos decir ni ¨hola¨ en el idioma local, el problema en Tailandia es que utilizan una escritura derivada del alfabeto camboyano llena de símbolos raros completamente inentendibles para nosotros, con lo cual encontrar el colectivo urbano que nos llevaba del aeropuerto a la zona del hotel fue un verdadero desafío. Afortunadamente en la parada se nos acercó un señor muy amable a darnos charla, que hablaba dos palabras (literalmente) de inglés, pero que con eso más algunas cosas que dibujó en su mano nos hizo entender qué colectivo debíamos tomar. Por supuesto que sabía qué era Argentina y conocía de memoria las hazañas de Messi y el memorable dribble del Diego contra los ingleses.
Lo bueno de poder tomar estos transportes urbanos es que son considerablemente más baratos que un taxi o cualquier otro transporte más preparado para visitantes. Lo malo es que tardamos una hora y media en atravesar la ciudad, ya que el tráfico en Bangkok era un caos, como suele ser normal en el sudeste asiático. Después de bajarnos comenzó la usual caminata con mochilas al hombro rumbo al hotel, que en ese caso fue de aproximadamente dos kilómetros.
Acá quiero hacer un paréntesis para explicar de qué hablamos cuando digo ¨hotel¨. Quizás ustedes se imaginan un majestuoso edificio con fuentes de agua y palmeras, una recepción con personas de traje, un botones que lleva tu equipaje por el ascensor y una pileta con bar, pero lamento desencantarlos. Donde nos alojamos mayoritariamente suele ser mejor llamado guest house, que son alojamientos más informarles donde en una parte viven los dueños y en otra construyeron pequeñas habitaciones (que pueden o no incluir baño privado) para alquilar. Por lo general son pequeños, calurosos, con escaleras y sólo a veces te dan un café y unas tostadas de desayuno, pero son baratos y para nuestro plan de recorrer muchos lugares sin tanto presupuesto son ideales. Además algunos suelen estar bien ubicados.
Una vez desempacados en nuestra habitación salimos a aprovechar las pocas horas que disponíamos en Bangkok, ya que al día siguiente teníamos contratado un traslado bien temprano a Koh Tao, una de las islas del sur de Tailandia. Si bien caminamos bastante no pudimos ver gran cosa, en parte porque eran más de las tres de la tarde y lugares como el Gran Palacio Real (residencia oficial de los monarcas hasta mediados del siglo XX) o el famoso templo de Wat Pho con la estatua gigante del Buda Reclinado ya estaban cerrados. Al menos pudimos dar una vuelta por Khao San, una conocida calle llena de hoteles baratos, bares y comercios de todo tipo que reúne a la mayoría de los turistas de la ciudad cada noche.
Una cosa que nos llamó mucho la atención fue la inmensa cantidad de imágenes que vimos en las calles, parques y edificios de un hombre vestido con una túnica amarilla, que más tarde nos enteraríamos que se trataba del rey de Tailandia Bhumibol Adulyadej (Rama IX para los amigos). Bhumibol es reverenciado como un dios por los tailandeses y es el monarca en funciones con el reinado más largo del mundo desde 1946. Durante todos esos años apoyó 15 golpes de Estado, construyó una fortuna de 35 mil millones de dólares (es el rey más rico de todos) y promovió la figura del delito de lesa majestad, que castiga con penas de 3 a 15 años de prisión a cualquiera que difame de alguna manera todo lo que tenga que ver con la realeza. Pero ya me estoy desviando del tema y prometí no ocuparme de estas cosas.
Muy a nuestro pesar, a las 5 de la madrugada del día siguiente nos levantamos para caminar hasta la agencia donde nos esperaba el colectivo que nos llevaría a Koh Tao. En realidad nos dejó en la estación de ferries de Chumphon, desde donde tomamos un barco que nos cruzó a Koh Tao, la más pequeña de un conjunto de tres islas conformado también por la conocida Koh Samui y la fiestera Koh Pha Ngan. En suma todo el trayecto nos llevó nueve horas.
En la isla pusimos a prueba el mecanismo de llegar sin alojamiento reservado, ya que según algunos sitios de internet se podía encontrar mejores precios en el lugar y además resulta mejor para ver en qué zona te estás quedando. Lo malo de este sistema es que implica recorrer con la mochila al hombro una interesante cantidad de kilómetros hasta encontrar un sitio que se ajuste a tus necesidades. Averiguamos por lo menos en diez, donde comprobamos por si todavía hacía falta que lo del regateo en Asia es muy relativo, ya que la gente ponía cara de espanto al tan sólo mencionarles un ¨pequeño descuento¨ en la tarifa. Finalmente conseguimos un lugar bastante bueno, sin aire acondicionado ni desayuno pero con dos piletas para los huéspedes y a un precio razonable (15 dólares la noche).
Koh Tao resultó ser un lugar muy agradable, con aguas cristalinas y cálidas, aunque una playa demasiado estrecha y atestada de botes con barqueros que intentaban venderte un traslado a cualquier lado. Más allá de eso fueron casi tres días de relajación, donde nos pasábamos las horas entre la playa, las piletas del hotel, tomando algo en un bar o mirando a los malabaristas con fuego que todas las noches montaban un espectáculo en la costa. Nos faltó únicamente la hamaca paraguaya.
Pero como todo llega a su fin teníamos que movernos para conocer otras playas, y el problema era decidir a cuáles ir en el escaso tiempo que teníamos, ya que Tailandia cuenta con más de 1400 islas que ofrecen sus costas al ocio. Entre cosas leídas en la web y averiguaciones en las agencias de transporte ya teníamos más o menos una idea definida, pero después conocimos a una pareja de argentinos que habían recorrido un poco más del país que nosotros y nos recomendaron otros lugares que no conocíamos, como las Islas Similan, un paraíso protegido de arenas blancas y aguas increíblemente transparentes, pero un poco caro y lejano para lo que teníamos pensado.
Nos terminamos decidiendo por viajar a Ao Nang, un pueblo costero en la costa suroeste de Tailandia, desde donde se podía acceder en bote por el día a una interesante cantidad de playas. El viaje nos tomó unas ocho horas e incluyó un traslado en la caja de una camioneta al puerto, dos embarcaciones por las islas, un colectivo para cruzar el país de este a oeste y una traffic desde la ciudad de Krabi hasta Ao Nang. Como si esto fuera poco, otra vez utilizamos la táctica de buscar alojamiento en terreno, así que nada más poner los pies en la tierra comenzamos a caminar y recorrer hostales. Los precios eran considerablemente más caros que en Koh Tao pero pudimos encontrar una habitación bastante decente a unos 23 USD la noche, y además, gracias a mis aceitadas técnicas de regateo, conseguimos un descuento de un considerable dólar con cincuenta por día.
Al otro día fuimos hasta la costa y nos acercamos a algunos de los botes anclados para negociar el precio por un traslado a la cercana playa de Phra Nang, pero increíblemente los caranchos se habían organizado en una especie de cooperativa y todos vendían los viajes al mismo precio y en el mismo puesto. Al menos el costo era el que esperábamos y tras esperar unos minutos a que llegara más gente nos subimos al bote y emprendimos el viaje. Nada de ir cómodamente sentados en un barco con bar y terraza, se trata de botes de madera muy precarios, que andan impulsados por un pequeño motor a hélice y ni siquiera cuentan con suficientes chalecos salvavidas para todos los pasajeros. Pero pese a todos los pronósticos el viaje resultó muy tranquilo y en menos de 20 minutos desembarcábamos en la playa.
Según el sitio Travel Away, Phra Nang es una de las diez mejores playas del mundo, y si bien no conozco tantas es de las mejores en las que he estado. Arenas blancas, agua color turquesa transparente con un muy reducido número de alimañas acuáticas y un entorno muy pintoresco de selva y enormes acantilados de piedra donde los más arriesgados practican escalada. Como a nosotros nos gusta estar con los pies en la tierra nos conformamos con pasar el día dándonos chapuzones, tomando sol y dedicándonos a la lectura.
Teníamos tres días para disfrutar de Ao Nang y sus playas, pero el segundo lo pasamos prácticamente encerrados en el hotel abocándonos a la meditación y a la reflexión porque no paró de llover en todo el día. El tercero volvimos a la costa en busca de un bote que nos llevara a Railei, otra muy linda playa cercana a Phra Nang y bastante parecida, aunque con el agua un poco menos transparente y dos grados más fresca. De todas maneras pasamos un día muy agradable.
Así se acabó nuestro tiempo en el sur, donde nos quedó pendiente una visita a Maya Bay, una hermosa y famosa playa donde Leonardo Di Caprio filmó la película ¨La playa¨, cuyo argumento narraba las desventuras de un grupo de viajeros que soñaban con vivir de joda y sin trabajar en un paraíso mochilero. Si no la vieron se las recomiendo, a mi gusto plantea una interesante crítica a las utopías y prejuicios de la gente que viaja, especialmente los jóvenes.
Pero Tailandia no había terminado allí para nosotros. Tomamos un vuelo interno a Chiang Mai, ¨La Rosa del Norte¨, donde dispondríamos de poco menos de dos días para conocer algo de la ciudad y ver dos de las cosas que más nos interesaban cuando decidimos venir a este país: los elefantes y el muay thai. Para los primeros contratamos una excursión de un día al Baanchang Elephant Park, un parque donde supuestamente no maltrataban a los elefantes. Investigamos un poco antes de elegir porque la explotación de estos animales es una práctica muy extendida en el país, y en muchos lugares los hacen pintar (?), pararse en dos patas o bailar, entre otras cosas.
El Baanchang estaba bastante bien, ya que a pesar de que durante unas horas del día los elefantes están encadenados ellos se justifican aduciendo que si estuvieran siempre sueltos se pelearían entre ellos o podrían lastimar a la gente, y es muy dificil controlarlos. Al menos el parque tiene la política de no separar a las crías de sus madres, no utilizar monturas para andar sobre el elefante ni hacer shows con los animales. La realidad es que es un tema complejo, porque si bien los dumbos están ahí para entretenimiento de los visitantes, es cierto que resulta muy caro mantenerlos después de rescatarlos de otros parques o circos abusivos, con lo cual el turismo es una viable opción de financiamiento de su propia supervivencia.
La cuestión es que durante algunas horas alimentamos a los elefantes con bananas y cañas de azucar (en realidad fue como un pequeño aperitivo porque esos bichos necesitan hasta 500 kilos de comida por día), aprendimos algunos comandos que utilizan para domarlos, dimos un paseo a lomo de ellos y los llevamos a un estanque de agua a bañarlos. Una experiencia interesante que, como tantas otras en este viaje, nos desengañó de la naturaleza simplista del ¨bien¨ y el ¨mal¨.
En cuanto al muay thai, para los que no lo saben es un estilo de artes marciales tailandés, en el que se pelea utilizando brazos y piernas. Particularmente y sin saber muy bien por qué siempre asociaba una película de Van Damme con este tipo de combates, donde viajaba a Asia a pelear en un torneo ilegal de artes marciales. Y estaba equivocado a medias. Porque si bien en ¨El Gran Dragón Blanco¨ Van Damme practica una mezcla de kung fu y karate, algunos de sus oponentes en el torneo si son exponentes del muay thai.
El problema era conseguir ver algunas buenas peleas en Chiang Mai el miércoles, último día en la ciudad. Imagínense algo así como querer ver un buen partido de fútbol en Argentina, en una pequeña ciudad del interior un día de semana. Muy difícil. No es que faltara oferta, al contrario, pero por lo que había leído la mayoría se trataba de espectáculos montados para visitantes desprevenidos y no de peleas reales. Finalmente, tras una ardua investigación, encontramos un evento de combates para esa noche en un reducto semi escondido detrás del Bazar Nocturno de Chiang Mai. Un ¨estadio¨ que consistía en un ring bajo una carpa rodeado de cuatro filas de sillas de plástico por lado. El lugar demostró no ser ningún secreto ya que rápidamente se llenó de extranjeros como nosotros, pero para mi sorpresa también acudieron sobre la hora un importante número de tailandeses, con lo cual la veracidad de los enfrentamientos estaba garantizada.
Si bien estuvimos lejos de ver en acción a Van Damme y compañía, la mayoría de los combates fueron entretenidos y con bastante buena técnica para lo que nuestro ojo amateur puede apreciar. Fueron siete peleas en total de 5 rounds cada una, donde destacaron una de mujeres, una de dos chicos de alrededor de 14 años y otra donde un francés medio gordo por el que no dábamos un peso noqueó a un tailandés flaco y trabado de una patada al abductor. Nos fuimos conformes porque para el día y el lugar fue lo mejor que pudimos conseguir y fue más que suficiente.
Otro país que dejamos atrás, con algunos lugares pendientes por conocer y una recorrida en tiempo récord. Ahora toca guardar las musculosas y las mallas en el fondo de la mochila y prepararse para el invierno que se avecina sobre el hemisferio norte.