Una vuelta por Kuala Lumpur

En 1999 Sean Connery y Catherine Zeta-Jones protagonizaron una película llamada La Emboscada, que trataba sobre dos ladrones internacionales que intentaban robar un banco aprovechándose del efecto del cambio de milenio. En su escena más recordada, los buenos de Catherine y Sean tienen que escapar de la policía haciendo equilibrio sobre un cable colgado a 200 metros de altura en las torres Petronas de Kuala Lumpur. Para bien o para mal, esa era la única referencia que teníamos de la ciudad antes de llegar a Malasia.

Con todo lo que nos había gustado Singapur, hay que decir que el vuelo de salida tuvo muchos inconvenientes, aunque la mayoría de ellos se le pueden achacar a la aerolínea. Todo comenzó cuando cinco minutos después de pasar los controles de seguridad y ubicarnos en la sala de embarque anunciaron por los altoparlantes que nuestro vuelo había cambiado de puerta, con lo cual teníamos que volver a salir y buscarla. No exagero cuando digo que quedaba en la otra punta del aeropuerto y tardamos como quince minutos en llegar.

Nos pusimos nuevamente en la fila para atravesar los controles de seguridad y justo cuando estaba por ser nuestro turno volvieron a anunciar un cambio de puerta de embarque. Así que otra vez a caminar y encontrar el nuevo lugar, momento para el cual ya se había formado una cola larguísima y empezaba a ser obvio que el vuelo se iba a retrasar. Cuando finalmente pasamos nos hicieron hacer la fila para abordar, tras lo cual sorpresivamente en vez de hacernos subir al avión nos metieron en un colectivo que recorrió prácticamente todo el aeropuerto por las pistas en busca de nuestra aeronave. Para nuestra incredulidad, llegó a un sector que estaba en obras y donde no había absolutamente nada más que el avión de Tiger Air que nos llevaría a Kuala Lumpur, la capital de Malasia.

El colectivo se detuvo a pocos metros de la nave y empezamos a prepararnos para bajar, pero no abrieron las puertas. Así pasaron unos minutos, y otros, y otros. Nadie nos decía nada y algunos pasajeros empezaban a mostrarse fastidiosos, con nosotros a la cabeza. Imagínense la situación: están de pie dentro de un colectivo lleno de gente sin lugar ni para levantar los brazos, afuera llueve a cántaros y adentro hay un persistente aire acondicionado que baja demasiado la temperatura. Desde su posición se puede ver el avión que los va a transportar con un montón de personas que lo están revisando con gesto adusto. ¿Qué van a pensar?

En determinado momento el colectivo empezó a moverse pero en vez de acercarse al avión se alejó y nos sacó de allí. El destino fue otro sector de la pista donde nos esperaba otro avión al que recién pudimos subir después de unos quince minutos más de espera. En total fue más de una hora atascados de pie arriba del colectivo para poder bajarnos. Y una vez acomodados para despegar, demoró otra media hora porque no conseguía pista o no sé qué. Dos horas después de lo previsto pudimos dejar Singapur, y la única explicación que obtuvimos fue una azafata diciendo por los parlantes: “hoy no es nuestro día”.

Kuala Lumpur, una ciudad con un excelente nombre, nos recibió con los agradables cuarenta grados a los que veníamos acostumbrados y una situación bastante bizarra en el aeropuerto. Mientras caminábamos hacia la zona de migraciones se nos acercó una chica a decirnos que había comprado dos botellas de alcohol en el free shop de Singapur y que sólo podía pasar una. Nos preguntó si podíamos pasar la restante por ella, ante lo cual nos negamos categóricamente (mi mamá siempre me decía que no entre mercadería de extraños en países lejanos), y la mujer no sólo no entendió nuestros temores sino que se enojó y se alejó al grito de “está bien, no quieren ayudarme!”. Tampoco la vimos preguntarle a nadie más. Raro.

Kuala Lumpur desde las alturas
El infaltable barrio chino

Como el viaje del aeropuerto al hostel nos llevó otra hora decidimos tomarnos el resto del día para descansar y planificar los movimientos durante nuestra estadía. El alojamiento consistía en un minúsculo cubículo de puerta corrediza y sin ventanas, pero al menos tenía aire acondicionado y estaba limpio. Más de lo que uno puede pedir para los precios que pagamos en Asia para dormir (en promedio unos 5 USD la noche cada uno).

Al día siguiente nos encontramos con Tamara y Francisca, dos chilenas que Ro conoció en Nueva Zelanda y que también estaban de visita en la ciudad, que a su vez llevaron a Hannes, un alemán que se alojaba en su mismo hostel al que no le gustaba la cerveza ni el fútbol. Todos juntos nos tomamos el monorriel a Batu Caves, una serie de cuevas en la montaña a las que se llega subiendo 270 escalones y que consiste en uno de los santuarios hindúes más populares fuera de la India. Allí presenciamos como en determinado momento una pandilla de al menos treinta monos descendía de la montaña para aterrorizar a los turistas y robarles su comida. Nosotros, por suerte, no fuimos víctimas de la inseguridad.

Batu Caves

A la tarde paseamos por Lake Garden, un enorme parque en el centro de Kuala Lumpur que alberga un lago, un zoológico de algo parecido a los ciervos, un refugio de pájaros, de mariposas y muchas cosas más que no llegamos a ver porque nuestras piernas pedían un descanso. No sólo por la caminata de ese día, sino por el acumulado que traíamos de Singapur más que nada.

A la noche llegó el momento de conocer las famosas torres Petronas, que fueron diseñadas por el argentino César Pelli y hasta el 2004 fueron las más altas del mundo (hoy ocupan el noveno puesto). Fue un espectáculo que realmente valió la pena, ya que la iluminación que tienen es realmente imponente. Después de una sesión de fotos y un momento de contemplación fuimos por una cerveza para concluir la noche. Como terminamos cerca de las dos de la mañana y ya no había trenes decidimos tomar un taxi. Nos acercamos a una parada y le preguntamos a un chofer cuánto nos saldría llegar hasta la zona del hostel, a lo que nos respondió 20 ringitts (5,75 USD). Nos pareció algo caro por lo que le pedimos que pusiera el taxímetro, y su respuesta fue: “si uso el taxímetro les tengo que cobrar 3 o 4 ringitts y por esa plata ni me conviene hacer el viaje”. Sin posibilidades de negociar, nos terminamos sometiendo a la estafa del carancho local.

Las Petronas de noche

Al otro día tuvimos que madrugar ya que teníamos entradas para subir a las Petronas a las diez. Según algunos sitios de internet los tickets para acceder al Sky Bridge, el famoso puente que une las dos torres y del cual quedan colgando Sean y Catherine, eran gratis y se obtenían haciendo una larga fila a la mañana. Pero las cosas habían cambiado y tuvimos que pagar 80 ringitts para subir (23 USD), pero al menos las pudimos comprar por internet. La visita valió la pena porque no sólo pudimos estar en el Sky Bridge sino también subir hasta el piso 87, el último, y apreciar toda la ciudad desde arriba.

“No trepe en el Sky Bridge”, el cartel que seguramente Sean y Catherine no vieron
Las indicaciones de seguridad las pasan en un holograma a lo Misión Imposible
Vamos Argentina! Somos los dueños del mundo

Más que satisfechos abandonamos las Petronas para ir a la KL Tower, una de esas torres tan de moda en las grandes ciudades que tienen un diámetro bien estrecho y una gran plataforma circular arriba. El lugar nos pareció un poco descuidado, y como tampoco teníamos la intención de subir al mirador nos fuimos rápidamente, no sin antes pagar unos ringitts extra por cinco minutos de cine supuestamente 6D, los cuales fueron entretenidos pero ni cerca de novedoso. El día continuó con una recorrida por algunos shoppings (Kuala Lumpur tiene muchos), pero sin compras significantes más que un par de ojotas. Al volver al hotel caímos agotados y dimos por finalizada la jornada.

Un pequeño shopping
Quedó claro, no?

El domingo, último día en Malasia, nos dedicamos a conocer el Mercado Central, un edificio lleno de puestos de venta de todo tipo de los que ya nos cansamos de ver en Asia, recorrer la Plaza Merdeka en la zona colonial de la ciudad y visitar el shopping Times Square, del cual habíamos leído interesantes comentarios pero que nos terminó decepcionando porque era bastante viejo y estaba lleno de negocios con esos caranchos que creen que gritarte “mister, mister” y hacerte señas es una buena estrategia de venta. Como dato curioso, tenía una montaña rusa adentro del edificio que llevaba a la gente a gran velocidad por encima de las cabezas de los compradores.

La zona colonial de Kuala Lumpur
Plaza Merdeka
La bandera para señalizar en español la entrada a la Plaza Merdeka es la argentina. España la tenés adentro!

A la vuelta el tren estaba súper congestionado y a pesar de estar a escasos cinco metros de la puerta no pudimos abordar el primero que pasó de la cantidad de gente que intentaba subir. La segunda vez sí lo logramos, aunque viajamos más apretados que en la primera fila de un recital del Indio Solari. Por suerte el hostel solamente estaba a dos paradas de distancia.

Así terminó nuestra estadía en Malasia, un país que nos gustó y con otras ciudades interesantes que nos faltaron visitar. Pero el tiempo apremia y tenemos que llegar a Tokio antes de año nuevo, con bastantes escalas en el camino. Así que mejor me ajusto el cinturón de seguridad, apago la tablet y me preparo para el aterrizaje en Bangkok. Con suerte la próxima nota la estaré escribiendo desde una hamaca paraguaya en la playa, tomando una bebida helada. Que dura que es la vida del viajero blogger!

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