Egipto era un lugar que quería conocer especialmente. No sólo marcaba mi entrada al único de los continentes que todavía no había visitado, sino también al lejano y desconocido mundo árabe del que poco y mal se conoce en Occidente, y alberga una de las siete maravillas del mundo, las pirámides. Además, Egipto ejerce en mí cierta fascinación desde pequeño, cuando leía las aventuras de Asterix y Obelix con Cleopatra, miraba las películas de La Momia en la televisión y escuchaba los relatos de mi tía, quien había viajado en los noventa y volvió con un montón de souvenirs extraños.
Ya desde el aire el país impacta. Un vasto desierto que se pierde en el horizonte con una monotonía de colores solo rota por un extenso y delgado trazo de agua, el río Nilo, el más largo del mundo. El Cairo se mimetiza con el paisaje porque todas las construcciones tienen el color de la arena. Bienvenidos a Africa.
Si creíamos que en Estambul el tráfico era un caos era porque todavía no conocíamos Egipto. Nada más salir del aeropuerto con el auto que nos vino a buscar del hostel nos vimos atrapados en una ancha avenida abarrotada de vehículos que avanzaban en cámara lenta sin dejar de tocar la bocina. Los peatones se lanzaban a cruzar en cualquier lado y sin detenerse a esperar que los conductores se detuvieran. El semáforo apenas era una molesta luz verde, roja y amarilla que parpadeaba encima de nuestras cabezas. Nadie le prestaba atención.
Jeroglíficos, ya estamos en Egipto
Templos y más templos
El Cairo es bulliciosa, desordenada, sucia y llena de vida. Las calles están a reventar de gente prácticamente a cualquier hora y los negocios permanecen abiertos hasta bien entrada la noche. Casi todos los edificios ofrecen un aspecto descuidado y muchos de ellos ni siquiera están terminados, como parte de una obra en construcción que no pudo finalizarse. Aun así, la mayoría están habitados. En las entradas se acumula la basura y los escombros, y una fina capa de arena circula por las calles aunque no haya viento.
Nuestro hostel estaba muy bien aunque se adivinaba vacío para lo grande que era. El recepcionista nos explicó que después de 2011 la industria del turismo había bajado mucho y que desde entonces el sector, sumamente importante para la economía nacional, estaba en crisis. Es que el 11 de febrero de 2011 un levantamiento popular iniciado 18 días atrás puso fin a los 30 años en el poder del dictador militar Hosni Mubarak. Entre los reclamos más importantes se contaban las altas tasas de desempleo, la carencia de viviendas y alimentos, la inflación, la corrupción y la brutalidad policial. Por la misma época revueltas similares se sucedieron en países cercanos, como Túnez, Libia y Siria, hecho que se conoció como “la primavera árabe”.
Como sabíamos de antemano que Egipto no era un país fácil de visitar por cuenta propia (al estilo Indonesia, y peor) contratamos una especie de paquete en el hostel de El Cairo que gestionaría nuestros traslados y alojamientos por el país, además de ofrecernos guías en español en cada lugar para explicarnos la historia de lo que veríamos.
Después de unos días comprobamos lo acertado de esta decisión. No es que nos encante andar con el tiempo justo en cada lugar e ir pasando de carancho en carancho pero, ya sea por la idiosincracia local o la crisis del turismo, cuando los egipcios ven un turista se le abalanzan encima como un tiburón sobre su presa. Si piensan que estás solo te acosan a preguntas sobre tu viaje para tratar de venderte algo, en muchos lugares la información sólo está en árabe y te presionan constantemente para que no te desvíes un centímetro de las cosas que supuestamente tenés que hacer como visitante extranjero. No es que con un tour sea muy diferente, pero al tener ciertas cosas pagas desde el principio se reduce el margen para el atosigamiento.
De todas formas el precio es relativo porque siempre hay un extra. En Egipto a todo el mundo se le da propina, y no es una elección, sino casi una imposición. Cada guía que te lleva a algún lugar lo menciona, cuando no te la piden descaradamente como si fuera un precio fijo y obligatorio como nos pasó más de una vez. Te lleva un auto a cualquier lado, hay propina. Un guía te da una explicación de cinco, veinte minutos o una hora, hay propina. Un barquero te cruza en un bote a ver un templo al otro lado del río, hay propina. Y nada del diez por ciento o unas monedas. Si sos extranjero esperan mucho más que eso.
Por ejemplo, para ir de El Cairo a Asuán, en el sur, tomamos un tren nocturno. El hombre que atendía el vagón nos trajo la cena y el desayuno y preparó las camas para dormir. Lo normal, como ya lo habíamos visto tantas veces en el Transiberiano en Rusia. A la mañana siguiente vino a traernos la cuenta de una botella de agua que habíamos pedido y, cuando le pagué, permaneció de pie, molesto, como si faltara dinero, aunque le había dado el importe correcto.
—¿Y mi servicio? —preguntó, visiblemente ofuscado.
Para mí la propina siempre fue una elección y no una obligación. Además ni siquiera había terminado el viaje todavía. Descolocado por su actitud apenas atiné a darle unas monedas que me habían quedado en la mano. El tipo las examinó como si fueran diamantes y me preguntó:
—¿Libras egipcias?
Claro, si iba a recibir monedas como mínimo esperaba euros o dólares. Totalmente enojado se fue sin decir nada y no volvió a hablarnos por el resto del viaje. Tan así es el tema de las propinas.
Yendo a lo importante, en nuestro segundo día en El Cairo empezamos la recorrida, en primer lugar en el Museo Egipcio, con más de 5 mil piezas de la época de los faraones y la mayoría de las reliquias de la tumba de Tutankamón, encontrada en 1922 por el arqueólogo inglés Howard Carter. Al respecto hay que decir que la fama de Tutankamón no viene por lo hecho en vida, ya que subió al trono a los 9 años y murió a los 19 sin realizar nada destacable. Lo importante está dado porque su tumba fue la única del antiguo Egipto en encontrarse intacta y con gran cantidad de tesoros en su interior, lo que ayudó enormemente al estudio de la antigüedad y renovó el interés de la gente por el tema.
A pesar de todas sus piezas de gran valor, el Museo Egipcio como edificio no les hace honor en absoluto. Las paredes están descascaradas y los techos atacados por la humedad, todo tiene una fina capa de polvo, los objetos no están protegidos de forma adecuada y las descripciones de los mismos están hechas a máquina de escribir, con los papeles amarillentos y rasgados. El museo en sí mismo parece una exhibición de antigüedad. Es como si no hubiera tenido mantenimiento desde que se fundó en 1902.
La fachada del Museo Egipcio engaña por fuera
Impresionante realismo en los ojos de la estatua
Las pirámides dan aún más pena. La entrada es una arcada de piedra vieja y descolorida con molinetes que no funcionan y un escáner de seguridad al que nadie presta atención. Dentro del predio, y aunque algunos carteles piden lo contrario, la gente se trepa en las pirámides, come sobre ellas y tira basura en cualquier parte. A su lado pasan autos, motos, camellos y caballos cargados con turistas. Es una lástima ver como la única de las siete maravillas del mundo antiguo que todavía sigue en pie está tan mal cuidada. Quizás los egipcios deberían entender que si pierden estos monumentos ya poco quedará para ofrecerle a la industria del turismo que alimenta sus arcas.
Pese a todo, estar parados a metros de las pirámides y la famosa Esfinge que sobreviven hace miles de años es una sensación sobrecogedora. Cuántas fotos hemos visto de ellas, cuántos libros las mencionan, cuántas películas… Compartimos esta reflexión con nuestra guía y como toda respuesta exhibió una leve sonrisa que más parecía calcular cuánto le dejaríamos de propina por el paseo.
La única de las 7 maravillas del mundo antiguo que todavía sigue en pie
Foto un poco más acorde con la realidad…
Triste pero real
La Esfinge, guardiana de las pirámides
Esa misma noche tomamos el tren desde El Cairo a Asuán. La estación era fiel reflejo del caos que reina en la ciudad, a tal punto que los pasajeros que llegaban en los trenes, en vez de esperar a que se detuvieran para bajarse, saltaban a la plataforma mientras el vagón todavía estaba en movimiento. El mismo método utilizaban quienes querían subirse. Cuando llegamos a Asuán los que estaban delante nuestro en el pasillo también abrieron la puerta y saltaron, pero nosotros no somos tan osados y aguardamos a que el tren se detuviera por completo.
El carancho que nos esperaba en Asuán nos recibió con algunas frases de rigor, incluyendo un recordatorio sobre el dichoso tema de las propinas, y de inmediato nos subió a un auto para recorrer en poco más de dos horas los puntos más destacados de la ciudad. La primera parada fue en la represa de Asuán, terminada en 1970 para contener la crecida anual del Nilo, aprovechar mejor el agua y generar a su vez energía hidroeléctrica. Esta fue la segunda represa construida en la zona, tras comprobarse que la primera hecha por los ingleses en 1902 no era lo suficientemente alta como para detener el cauce del río.
Como el gobierno egipcio no pudo conseguir financiamiento internacional para esta importante obra decidió en 1956 nacionalizar el Canal de Suez, un paso artificial estratégico que conecta el Mar Mediterráneo y el Mar Rojo y que desde 1875 estaba en manos de Inglaterra. La decisión no cayó nada bien en Europa, por lo que inmediatamente Inglaterra, Francia e Israel le declararon la guerra a Egipto. Pero los africanos prevalecieron, retomaron su dominio sobre el canal y más la ayuda económica de la Unión Soviética pudieron terminar la represa de Asuán.
Hoy en día la estructura está fuertemente vigilada por los militares, al igual que cada lugar medianamente de interés en el país. Según las personas con las que hemos hablado Egipto es seguro, y de hecho sus índices de criminalidad son más bajos que en países como Estados Unidos, Inglaterra y Canadá. De todas maneras, en el mundo árabe la amenaza terrorista está siempre latente y hace mella en un sector de por sí ya bastante en decadencia como el turismo.
Tras visitar un templo cercano, dejar las propinas correspondientes y despedirnos del carancho subimos a un pequeño crucero anclado en el río para proseguir nuestro viaje. Al tener un paquete pre armado no teníamos muy en claro de qué se trataban exactamente los dos días de navegación por el Nilo descriptos en el programa, así que nos sorprendimos gratamente cuando descubrimos que el barco era un hotel flotante de muy buena calidad, con habitación y baño privado, todas las comidas incluidas y terraza con pileta para disfrutar del paisaje.
Recorriendo el río pudimos entender mejor la geografía del país, desierto casi en su totalidad a excepción de uno o dos kilómetros a ambos lados del Nilo donde crecen las cosechas y la vegetación. Por esta razón la mayoría de las ciudades y pueblos se construyeron en la vera de la única fuente de agua natural de que dispone Egipto.
El Nilo
Desde el barco todo se contempla mejor
Los caranchos nos dejaron de cama
Mientras llegábamos a estas conclusiones hacíamos vida de crucero como dos ricachones septuagenarios que ya no saben dónde meter el dinero. Nos despertábamos temprano para desayunar y bajar del barco para visitar algún templo, volvíamos para tomar el sol en la terraza hasta la hora del almuerzo bufé, después tomábamos una merecida siesta reparadora, nos dedicábamos a la lectura y escritura de este blog, subíamos a tomar el té en cubierta y cenábamos alrededor de las ocho antes de regresar a la habitación para un poco más de reflexión sobre los problemas del mundo antes de dormir. Esta hermosa fábula duró casi veinticuatro horas.
La segunda tarde, cuando el crucero acababa de atracar en la ciudad de Luxor, todo volvió a la normalidad cuando el tipo de la recepción interrumpió nuestra siesta para avisarnos que teníamos visita. No es que tengamos muchos conocidos en Egipto, así que sumamente intrigados bajamos al recibidor para encontrarnos con Nasser, el carancho designado para ese lugar, acompañado del dueño de una agencia de viajes con pinta de gángster de Al Capone.
Nos condujeron al bar y soltaron un largo monólogo sobre que dos días en Luxor era bastante, y que luego de hacer las visitas que teníamos incluidas quedaba mucho tiempo libre para hacer algunos extras, como ir a otros templos, volar en globo aerostático, asistir a un show de luces, atracar bancos… En fin, cualquier cosa que llevara a los nobles turistas a desembolsar unos dólares más.
Después de mucho renegar nos deshicimos de los caranchos, pero antes de poder volver a la habitación fuimos abordados por el tipo de la recepción, quien nos explicó en un rústico inglés que teníamos que dejar propina para los empleados del barco, y que el precio (nada de dar a voluntad) era diez libras egipcias cada uno por noche, en total unos 5 dólares. Obviamente que no es para nada caro, pero molesta el hecho de que te lo impongan en vez de brindar un buen servicio y esperar que se lo retribuyas. Más que una propina es un impuesto encubierto, porque nunca es opcional. Al día siguiente Nasser nos fue a buscar y dejamos el crucero, no sin antes que el de recepción chequeara nuevamente que habíamos dejado el importe correspondiente.
Los más osados se acercaban a caranchearnos al barco desde sus pequeños botes al mejor estilo corsario
La realidad de Egipto también se ve junto al río
Para nuestra sorpresa, Nasser resultó ser bastante piola. Hablaba un español correcto y por primera vez respondía nuestras preguntas con ganas en vez de aferrarse al discurso de memoria que nos daban los otros guías. Nos contó de la revolución que había estallado en 2011 y como nada había cambiado desde ese momento. A pesar de que Mubarak fue depuesto y por primera vez en mucho tiempo se llamó a elecciones libres, los ganadores fueron los Hermanos Musulmanes, una organización islamista que busca hacer de los países musulmanes califatos islámicos bajo una interpretación del Corán errónea, según nos detalló Nasser, quien también es creyente del islam. Sí, por si no lo sospechabas ser musulmán no tiene nada que ver con ser terrorista.
El gobierno civil no duró mucho tiempo y dos años después los militares volvieron al poder a través de otro golpe de Estado. Con una mezcla de tristeza y resignación Nasser nos explicó que desde el final de la monarquía en 1952 Egipto siempre estuvo gobernada por militares y que la gente ha terminado por acostumbrarse. Más allá de sus interesantes aportes sobre la historia reciente del país, el guía fue bastante claro en sus explicaciones sobre los lugares a los que íbamos, lo cual no es fácil cuando se trata de resumir unos 5 mil años de historia en pocas horas.
El primer día en Luxor visitamos el Valle de los Reyes, un desértico paraje rodeado de montañas donde están las criptas de la mayoría de los faraones que gobernaron Egipto. La más famosa, claro, es la de Tutankamón, aunque no entramos porque había que pagar un precio extra y el propio Nasser lo desaconsejaba: la cámara es muy pequeña y adentro no queda nada, los arqueólogos se lo llevaron todo.
Sí entramos a otras de las tumbas abiertas al público y, aunque ya olvidé los nombres de los faraones que contenían, todas coincidían en su importante profundidad en la piedra (entre 60 y 90 metros), los macizos sarcófagos donde se encontraban las momias y las paredes talladas y/o pintadas con gran cantidad de jeroglíficos. A propósito de este estilo de escritura, es interesante añadir que su significado recién pudo ser descifrado a partir de 1799 con el hallazgo de la piedra Rosetta, una roca tallada con el decreto de un faraón escrito en jeroglíficos y en griego antiguo, gracias a lo cual pudieron establecer una base de traducción. En el Museo Egipcio de El Cairo vimos una réplica de la piedra Rosetta. La original, como muchas otras piezas, fue robada por los ingleses y en la actualidad está en el Museo Británico de Londres.
Jeroglíficos a color
Cerca del Valle de los Reyes está el Valle de las Reinas, reservada para las esposas de los faraones, sus hijas e incluso sus herederos varones que hubiesen fallecido antes de los diez años. Las criptas son notablemente más pequeñas que en la necrópolis vecina pero conservan la misma decoración y materiales.
Antes de terminar el día hicimos una última parada en el impresionante templo de Hatshepsut, enclavado en la montaña y de tres pisos de alto. Fue uno de los mejores que vimos durante nuestra estadía en Egipto y la historia que encierra lo hace aún más interesante: Hatshepsut fue la primera faraona mujer, que para poder acceder al trono convenció a todos de que era hija directa de Amon Ra, el dios egipcio del sol y principal deidad de su pueblo.
El imponente templo de Hatshepsut
Terminamos la recorrida muy satisfechos con los lugares y nuestra guía, a pesar de que Nasser no escapaba a la lógica egipcia de intentar vender extras a cómo dé lugar. Que el shopping de Luxor, que otro paseo por el Nilo, que la casa de antigüedades, lo que se te ocurra. A todo respondíamos sistemáticamente “no, gracias”, aunque nunca se dio por vencido hasta que nos despedimos.
A la noche nos vino a buscar el dueño de la agencia de viajes que nos había visitado en el crucero para llevarnos a la estación de trenes y volver a El Cairo. Se lo notaba mal predispuesto, seguramente porque no le habíamos dejado ni una libra adicional, y lo confirmó cuando nos dejó en el andén a expensas de un guardia de seguridad para que esperemos nuestro tren. Además, nos dio la noticia de que en El Cairo nadie nos esperaría en la estación y tendríamos que tomar un taxi por nuestra cuenta al hotel, donde nos devolverían las 20 libras que según él saldría el viaje.
Por supuesto que en Egipto los precios fijos no existen, así que sabíamos de antemano que tendríamos que negociar con varios caranchos taxistas para conseguir ese precio. Por suerte debe haber servido de algo viajar por Indonesia, Malasia, Tailandia y otros, porque al tercer tachero que abordamos logramos acordar el viaje por las dichosas 20 libras.
Luxor
Una semana después de haber llegado abandonamos Egipto. Se sintió más tiempo porque fue intenso y vimos tantas cosas en tan pocos días que todavía lo estamos procesando. Me quedó dando vueltas una reflexión que leí en la guía de viajes Lonely Planet, donde un turista que había visitado el país dijo sentirse “una billetera ambulante”. Es cierto, me identifico con ese sentimiento, pero al mismo tiempo me llevó a pensar por qué sucede esto.
No soy un experto ni mucho menos, pero tras haber leído, visto y escuchado sobre distintos períodos de su historia comprendí que Egipto fue sistemáticamente saqueado durante toda su vida. Lo que era una fantástica civilización fue reducida a ruinas por los griegos, romanos, ingleses, franceses, turcos, estadounidenses, israelíes y otros, quienes en distintos momentos y por diferentes razones socavaron la riqueza y el poderío egipcio.
No les quedó nada, hoy es un país sumido en la pobreza y la corrupción, situación de la que seguramente no saldrá en el corto o mediano plazo. A pesar de no poder hacer nada, casi que me siento culpable por no ser más desprendido con esa gente, que necesita el turismo como el agua mal que les pese a los esnobistas que desprecian las hordas de visitantes extranjeros.
Así que a pesar de mis reparos y contradicciones, mi consejo es vayan a Egipto. Seguramente no será fácil, renegarán por algo todos los días y probablemente se sientan estafados en algún momento. No importa, el país agradecerá la visita y ustedes sentirán el peso de cinco mil años de historia del mundo sobre sus espaldas. Cuando, como yo, se suban al avión que deja atrás Africa para adentrarse en terrenos más amigables, suspirarán, mirarán hacia atrás y tendrán la certeza de que ha valido la pena.
Espectacular relato. Este pueblo llego de manera profunda al escritor.
Ciertamente
Hermosa experiencia, me encantó. Qué ganas de ir…
Muchísimos argentinos nos cruzamos. Quizás los precios están accesibles…
Facu, fiel reflejo de lo que es la decadencia de un imperio. Algo más: en el Oriente o en el mundo Árabe la propina no es opcional porque es la medida del agradecimiento. Y si te sirve de consuelo a mi me pasó igual que a vos. Imperdible.
Así es nomas. Me interesaba saber si siempre había sido así, por lo que has despejado mis dudas. Muchos besos