Uno de los primeros días de junio encontramos una hoja en nuestro buzón, invitándonos a participar en una “fiesta de la calle” que se iba a hacer a mediados de agosto. Con este simple hecho podemos apreciar dos características muy danesas: la primera, la previsión (¡dos meses de antelación para un asado con los vecinos!); y la segunda, la pertenencia. En todos estos años viviendo en distintos lugares del mundo nunca escuché de un evento para conocer a la gente que vive en la misma cuadra o en el mismo barrio, pero para los daneses los lazos de la comunidad son un pilar fundamental para mantener su cultura y sus estándares de vida.
Más cerca de la fecha recibimos otra comunicación en el buzón, con detalles más precisos y un formulario para confirmar la participación en la Vejfest (literalmente, “fiesta de la calle”). Ahí se informaba que iba a empezar a las cuatro de la tarde con juegos para los chicos, y que a las seis se iban a encender las “parrillas” donde se iba a cocinar lo que cada uno llevara para comer. La cita era en una de las últimas casas de la cuadra, que al ser una cortada no tiene nada de tráfico a esa altura. El formulario también incluía unos casilleros para indicar con qué podía colaborar cada casa. Se podía, por ejemplo, prestar mesas y sillas, aportar una “parrilla” o llevar algo dulce para después de cenar. Nosotros nos anotamos con un postre.
Como era de esperar, éramos los únicos extranjeros de la Vejfest. Digo que era de esperar por varios motivos: uno, Roskilde es mucho más homogénea que la multicultural Copenhague; dos, dentro de Roskilde nuestro barrio es uno de los más antiguos, con grandes casas que deben costar sus buenas coronas, y por lo tanto no demasiado accesibles para foráneos; y tres, la mayoría de los extranjeros prefieren relacionarse entre sí e ignorar este tipo de eventos, quizás por prejuicio, quizás por timidez, quizás por un poco de ambas.
Para nosotros tampoco fue fácil tomar la decisión de ir. Personalmente, me hubiese sentido mucho más cómodo quedándome en casa degustando ese exquisito dulce de leche que acababa de llegar desde Alemania. Pero impulsados por Ro tomamos coraje y nos “aventuramos” a conocer a nuestros vecinos daneses.
El promedio de edad superaba los sesenta años, y pronto descubrimos que ni de cerca habían asistido todos los habitantes de la cuadra. De hecho, Troels y Frederikke, que nos alquilan la casa a nosotros y viven al lado, ni siquiera aparecieron. Cuando llegamos, ya estaban todos sentados en una mesa larga armada en la entrada de vehículos, y en la calle habían dispuesto tres “parrillas” listas para que cada uno cocinara lo que se le diera la gana. Una pequeña digresión para explicar qué son estas “parrillas”: imagínense una especie de brasero cóncavo sostenido por tres patas, en cuyo fondo se ponen briquetas de carbón, y sobre estas briquetas la parrilla. Es más o menos lo que en Argentina llamaríamos un chulengo. Pero sigamos con la Vejfest.
Después de hacer un saludo general a la larga mesa (como buenos sudamericanos llegamos tarde) y poner nuestra carne a cocinar nos sentamos en una punta, bien tímidos. Cerca nuestro estaba Anders, el vecino de enfrente, con sus dos hijos pequeños. Enseguida nos quedó claro que Anders no tenía una gran relación con el resto de los vecinos, porque prefería quedarse cerca de los niños y de dos extranjeros con cara de pánico. A nosotros nos cayó muy bien.
Tras terminar de comer, alguien dio golpecitos en un vaso para reclamar atención, se puso de pie y empezó a decir algo inentendible en danés.
—Odio esta parte —nos dijo Anders en voz baja.
Mientras el resto de los comensales tomaban turno para pararse y hablar, Andes nos explicó que se estaban presentando, diciendo sus nombres, en que casa vivían, etcétera. Muy a regañadientes, él también tuvo que pasar por eso. Y después solo quedábamos nosotros. Toda la mesa se giró para mirarnos, algunos como si acabaran de notar nuestra presencia. Nos paramos con Ro sin saber muy bien qué hacer, y en un arrebato de valentía me aclaré la garganta y dije:
—Vi hedder Maria og Facundo. Vi kommer fra Argentina. Vi bog i nummer 23B og vi taler lidt lidt dansk.
“Somos María y Facundo. Venimos de Argentina. Vivimos en el número 23B y hablamos muy poco danés”. Sin saber qué más decir la miré a Ro, quien se apresuró a añadir, en inglés:
—Y prometemos que el año que viene vamos a dar un discurso mucho mejor.
La gente estalló en aplausos. Bueno, quizás estoy exagerando, pero nos ganamos algunas sonrisas de simpatía.
Después de tan lindo (?) momento llegó la hora de los postres. Había brownie, torta de crema y frutilla, cheesecake, budín y helado. Igual, lo más exitoso fueron las bombas de crema de Ro, rellenas con crema pastelera casera y dulce de leche alemán. Los daneses deben saber lo que es bueno, porque no dejaron ni una.
Pasada nuestra presentación, y con algunas cervezas encima, otros vecinos se empezaron a acercar para hablarnos. Así conocimos, por ejemplo, a un viejo profesor de escuela, que no le molestaba que vinieran extranjeros a trabajar a Dinamarca pero que se mudó de su antiguo barrio en Copenhague porque “se había llenado de turcos”. También a Katja, una de las organizadoras del Vejfest, que después de dos años de interrupción logró reflotar la tradición de la fiesta de la calle. Katja nos contó además que había otras calles que esa misma noche celebraban su Vejfest.
Cuando ya dejamos de ser novedad y el alcohol en sangre no les permitía hablar demasiado bien el inglés, decidimos que era un buen momento para retirarnos. Lanzamos un “tak for i dag” general (“gracias por hoy”, una expresión que los daneses usan mucho para despedirse después de pasar un rato haciendo algo juntos) y nos volvimos a la tranquilidad del 23B.