Sentado frente a una hoja en blanco, intento imaginar cómo empezar a contar el viaje en ruta (roadtrip para los amigos) que hicimos por Dinamarca con Ro y mis padres. Un recorrido de dos días a bordo de un Renault Megane de alquiler, en el que hicimos más de setecientos kilómetros a través de las tres principales regiones del país, conociendo sus ciudades y atractivos más importantes.
Quizás podría empezar hablando de la geografía de Dinamarca, compuesta por la península de Jutlandia (se extiende trescientos kilómetros desde la frontera con Alemania hacia el norte), y más de cuatrocientas islas, siendo Selandia, donde está Copenhague, la más grande de todas. Si eligiera esta opción para abrir el relato, los aburriría con algunos datos estadísticos y comparaciones absurdas, como que todo Dinamarca es apenas el doble de grande que la provincia de Tierra del Fuego, la más pequeña de Argentina. O que el punto más alto del país apenas se eleva 170 metros sobre el nivel del mar.
Otro enfoque que se me ocurre es situarnos, por ejemplo, a la entrada del Puente del Gran Belt, que conecta Selandia con Fionia, la segunda isla más grande de Dinamarca. Esta construcción es el tercer puente colgante más largo del mundo, con una longitud de dieciocho kilómetros. Es hermoso e impactante, especialmente en un día nublado sobre el estrecho que conecta el mar del Norte con el Báltico. También es impactante el precio del peaje para cruzar: 245 coronas danesas (35 euros).
Si optara por el lado gastronómico, en cambio, empezaría describiendo con lujo de detalles el waffle con chocolate que me comí en Ribe para recargar energías después de un día bastante fresco, que nos hizo olvidar por un rato que estábamos en verano. Una masa exquisita, cubierta con un chocolate suave, que era un placer para el paladar (ya hablaré en el futuro con más detalle de la panificación en Dinamarca). Y para bajarlo, nada mejor que una taza de chocolate caliente.
Pero Ribe es famosa por otras cosas además de sus waffles, así que si comenzara la crónica por ahí debería mencionar primero el dato de que es la localidad más antigua del país, fundada en el siglo 8. Sus calles y construcciones así lo reflejan, en especial la espectacular catedral del siglo 12, a cuya torre no pudimos subir porque los fines de semana recién abre a las doce del mediodía.
Cerca de Ribe nos alojamos en nuestra única noche de roadtrip, literalmente en el medio de la nada. Mi futura crónica de este viaje podría abrir con un párrafo medio poético que contara la tranquilidad de los alrededores, la hermosura del cielo cuando no hay luces cerca ni nada que enturbie el horizonte o la curiosidad de dormir en una casa con techo de turba, igual que los antiguos vikingos. Si me decidiera por esta opción, haría una mención especial al o la optimista que se le haya ocurrido que una granja en el interior de Dinamarca podía funcionar como alojamiento para turistas.
Aunque si habláramos de casas, lo más correcto sería primero mencionar la que quizás sea la casa más famosa del país, aquella donde nació Hans Christian Andersen. El autor de clásicos de la literatura infantil como La sirenita o El patito feo vino al mundo en Odense, la tercera ciudad más grande de Dinamarca, cuyo nombre se relaciona directamente con la mitología nórdica: Odense proviene de Odins Vé, que significa “santuario de Odín”, ya que la zona era conocida como un lugar de peregrinaje para los adoradores del principal dios nórdico.
Si existiera una batalla simbólica entre Odín y Andersen por ser el mayor referente de Odense, esta se habría decidido hace rato en favor del escritor. Hans Christian tiene dos museos que recuerdan su vida y su obra, un parque, esculturas por todas partes que homenajean a los personajes de sus cuentos, hoteles, su propia maratón, dos hospitales, un aeropuerto y el monopolio de los souvenirs de la ciudad. ¿Y Odín? Bien, gracias. En su momento había una torre con su nombre que supo ser la segunda más alta de Europa, solo superada por la Torre Eiffel, pero fue destruida por nazis daneses en 1944.
Si siguiéramos hablando de ciudades, de Odense tendríamos que hacer un salto geográfico a Aarhus, la segunda ciudad más grande de Dinamarca. Un lugar con mucha población joven, debido a su importante universidad. Con tantos veinteañeros dando vueltas, no es de extrañar que en Aarhus abunden los teatros, las librerías, los museos y, por supuesto, los pubs. De hecho, la ciudad tiene su propio Barrio Latino, que toma su nombre del de París, donde los estudiantes se reúnen al atardecer para relajarse después de una ardua jornada de estudio (?).
Vale la pena mencionar que el Barrio Latino de París no se llama así porque ahí viva mucha gente de América Latina, sino que, al estar situado alrededor de la Universidad de La Sorbona, era muy común que durante la Edad Media se llenara de estudiantes que hablaban latín, la lengua académica. Hoy en día, ni en el Barrio Latino de París ni en el de Aarhus se habla latín, y solo los bares y las calles estrechas han sobrevivido como su marca distintiva.
Como curiosidad, en 2010 Aarhus decidió cambiar la forma en que se escribe su nombre, ya que hasta entonces se escribía “Århus”, con esa “å” característica de los alfabetos nórdicos. El objetivo era darle a la ciudad un nombre más fácil de leer y pronunciar para los visitantes internacionales, cosa que claramente no se logró. Unos días antes de salir le comentaba a un amigo danés mis planes para el roadtrip:
—La idea es llegar hasta Aarhus (“arus”).
—¿Dónde?
—A la segunda ciudad más grande de Dinamarca, Aarhus (“arus”).
—Aah. Aahrus (“oogjus”).
También, si finalmente la crónica del viaje comenzara describiendo los principales núcleos urbanos (“núcleos urbanos”, ya escribo como la policía) debería incluir a Vejle, una ciudad que conocimos de rebote cuando emprendíamos el regreso, ya que solo entramos buscando un lugar donde merendar. Lamentablemente, el concepto de “merienda” no existe en Dinamarca y, como se cena temprano, en los lugares más chicos las cafeterías cierran a las seis de la tarde. Así que terminamos comprando unas facturas y unos cafés para llevar en un 7-Eleven, esa cadena yanki tipo negocio de Apu que está por todo el país. Lo bueno es que el desvío nos sirvió para sorprendernos con la belleza de Vejle, una ciudad muy pintoresca, verde y moderna, ubicada entre colinas y a orillas de un fiordo.
En fin, podría empezar la nota del roadtrip por Dinamarca de muchas maneras, pero como todavía no se me ocurre nada, mejor la dejo para más adelante.