En un artículo publicado en 1938, Borges contaba una anécdota sobre la traducción en la literatura: “Al recorrer con entusiasmo y credulidad la versión inglesa de cierto filósofo chino, di con este memorable pasaje: «A un condenado a muerte no le importa bordear un precipicio, porque ha renunciado a la vida.» En ese punto el traductor colocó un asterisco y me advirtió que su interpretación era preferible a la de otro sinólogo rival que traducía de esta manera: «Los sirvientes destruyen las obras de arte, para no tener que juzgar sus bellezas y sus defectos.» Entonces dejé de leer.”
Los idiomas son un asunto complicado. La versión católica afirma que las distintas lenguas fueron inventadas por Dios para que los hombres no pudieran comunicarse y abandonaran el proyecto de construir la Torre de Babel, con la que pretendían alcanzar el cielo. Los lingüistas, en cambio, tienen dos posturas enfrentadas: unos afirman que, en el pasado, todas las personas hablaban una lengua común y, por causas culturales, geográficas, sociales, políticas, físicas, espirituales o lo que fuera, la lengua fue cambiando; otros opinan que, de forma más o menos simultánea, en distintos lugares surgieron lenguas diferentes, que pudieron dar origen a los diferentes idiomas y dialectos actuales.
Sea como fuere, para resolver este caos comunicativo se inventaron cosas como el traductor de Google o, un poco más atrás en el tiempo, un rústico sistema donde una persona escribía la misma ley sobre una piedra en tres idiomas diferentes. Algunos, más osados, se animaron a soñar con un idioma único. Así nació el esperanto, una lengua planificada, supuestamente neutral y fácil de aprender, que debería poner en igualdad lingüística a todas las naciones.
Pero mientras el esperanto no prospere, el inglés sigue ocupando ese lugar de idioma universal. Aunque recién es el tercero en el mundo con más hablantes nativos (después del chino mandarín y el español), es el primero en cantidad de personas que lo dominan. Surgió alrededor del siglo cinco en la Inglaterra medieval, en un grupo de tribus germánicas que emigraron desde la Europa continental cuando el dominio del Imperio Romano colapsó en la islas británicas. Años más tarde, entre los siglos nueve y once, los vikingos del norte hicieron algunas incursiones poco amistosas en la región, donde se dedicaron al saqueo, la matanza y la quema de edificios. Pero además de un enorme vacío en las arcas de oro y alguna que otra familia destruida, los vikingos dejaron en Gran Bretaña una fuerte herencia lingüística.
Es que no todo era pillaje para esos guerreros sedientos de sangre. En algún momento les pareció que la campiña inglesa era un buen lugar para pasar una temporada, y así fue como colonizaron partes del este y el norte de Inglaterra. Esas regiones comenzaron a ser conocidas como Danelagh (Danelaw en inglés, “ley de los daneses”), porque ahí imperaban los preceptos instalados por los muchachos llegados del Reino de Dinamarca.
La administración del Danelagh introdujo miles de palabras del nórdico antiguo (lengua germánica que se hablaba en toda Escandinavia), muchas de ellas relacionadas con el comercio, la legislación y la navegación.
Estas palabras entraron a formar parte del lenguaje sajón hasta llegar al inglés actual, y se estima que hoy en día sobreviven unas seiscientas. Hay algunas tan comunes como flag (bandera), kill (matar), welcome (bienvenido), egg (huevo) y knife (cuchillo), y otras más específicas como “géiser”, que en nórdico antiguo significaba “brotar” y se originó en Islandia cuando los colonizadores escandinavos observaron fascinados cómo salía agua caliente del suelo.
Otro ejemplo interesante es el caso de nightmare (pesadilla). La mitología nórdica es abundante en fantasmas y espíritus, de entre los cuales uno de los más espeluznantes era la mara (o mare). De día llevaba una vida normal, pero de noche se convertía en un pequeño ser que se subía al pecho de las personas que dormían y les provocaba sueños terroríficos. Así, con la suma de las palabras night (noche) y mare nació el término nightmare.
Sin embargo, la influencia más notable del nórdico antiguo sobre el inglés se da en los días de la semana. Sunday (domingo) proviene de sunnudagr (“día de Sól”), en honor a la diosa del sol en la mitología nórdica; y monday (lunes) es el “día de Máni” (mánadagr), hermano de Sól y dios de la luna. Tuesday (martes) deriva de tysdagr (“día de Tiw”). Tiw (a veces llamado Tyr) era un dios manco que sacrificó su brazo peleando contra el monstruoso lobo Fenrir. Wednesday (miércoles) es el ódinsdagr (“día de Odín”). Odín es el principal dios de la mitología nórdica, y según la región a veces era conocido como Woden, por eso en inglés el nombre de “miércoles” quedó más asociado a esta forma. Thursday (jueves), en tanto, es el “día de Thor” (tórsdagr), el dios del trueno; y friday (viernes) es el “día de Freya” (frjádagr), diosa del amor, la belleza y la fertilidad, entre muchas otras cosas. Por alguna razón, el sábado (saturday) quedó ajeno a esta tradición de nombrar los días a partir de los dioses. En las lenguas latinas el nombre deriva del dios romano Saturno, pero en nórdico antiguo lo único que significaba laugardagr era “día de lavado”. Curiosidades del lenguaje.
Imagen de portada: Asterix, la gran travesía (Grijalbo / Dargaud)