Dinamarca y Suecia tienen una especie de rivalidad, más o menos como Argentina y Brasil. Está en juego quién posee los mejores lugares turísticos, la población más feliz, los sueldos más altos y quién es mejor en fútbol, entre otras cosas. Noruega, en cambio, siempre queda apartado en esta cuestión de clásicos escandinavos, por dos razones principales: ya se sabe que los noruegos son horribles en fútbol, y que exceden en todo lo demás. Es el país con el mejor sueldo, la mejor calidad de vida y con algunos de los mejores paisajes, no solo del norte de Europa, sino de todo el mundo. Pero para llegar a este lugar de privilegio hubo que recorrer un largo camino.
A principios de los sesenta Noruega era una tierra de pastores y pescadores diseminados por las montañas, subestimada un poco por sus vecinos nórdicos a causa de la falta de estilo de sus ciudadanos. Un lugar donde, a pesar de la espectacularidad de su naturaleza, no sobraba nada. Tan escaso se creía su potencial que Suecia y Dinamarca se habían intercambiado el territorio varias veces a lo largo de la historia. Pero hoy, poco más de cincuenta años después, el mismo país es ubicado a la cabeza de diversos rankings que miden la igualdad, el progreso, el bienestar y la honestidad alrededor del mundo.
Cuando se habla de este tipo de desarrollo rápido (Singapur es otro ejemplo) se recurre a la trillada frase “el milagro de -inserte país correspondiente-”, pero en el caso de Noruega no hubo ningún milagro, o si lo hubo fue el “milagro negro”, el del petróleo. ¿Y qué tiene Dinamarca que ver con esto? A eso vamos.
En 1963 llegó a Oslo Per Hækkerup, Ministro de Relaciones Exteriores de Dinamarca, para reunirse con su par noruego, Halvard Lange. ¿El motivo? Una insignificante disputa territorial sobre unas cuantas millas náuticas en el Mar del Norte.
Hækkerup era todo un personaje: político de derecha, defensor de la intervención estadounidense en Vietnam y afiliado de una organización anti comunista secreta, ilegal y financiada por la CIA llamada Firmaet (“La Firma”). En una ocasión llegó a decir que quienes se oponían a la Guerra de Vietnam eran “un grupo de comunistas locos”.
Del otro lado, Lange era un profesor de arte en la Universidad de Oslo, arrestado por los nazis que ocuparon su país durante la Segunda Guerra Mundial, y luego detenido en varios campos de concentración. Era un hombre sereno y apacible, todo lo contrario de su contraparte danés, pero pronto demostraría su astucia.
A Hækkerup, como a la mayoría de sus compatriotas, le gustaba beber. Mucho. A cualquier hora. Y en cualquier ocasión. Así que cuando, después de las presentaciones de rigor, Lange extrajo de su maletín una botella de Johnnie Walker para brindar por el encuentro, Hækkerup no pudo negarse. Una cosa llevó a la otra, y a la hora de firmar el tratado el ministro danés estaba tan bien dispuesto que ratificó en el papel el reconocimiento a los noruegos de la soberanía total de las áreas en disputa.
La decisión demostraría ser un grave error, ya que unos pocos años después se descubriría en la zona entregada por los daneses el campo petrolero Ekofisk, el primero de su tipo en el Mar del Norte y por lejos el más grande de los que vendrían después. La explotación de este petróleo, a través de complejas operaciones comerciales en el mercado financiero global, le dio a Noruega desde entonces la posibilidad de elevar sus niveles de vida por las nubes. Y todo gracias a un danés que no supo negarse a un buen escocés.
Algunos aguafiestas, de los que nunca faltan, dicen que la historia de Hækkerup y Lange no es más que un mito. Aceptan, sí, que el ministro danés bebía en exceso, pero niegan todo el resto. Entre sus argumentos está el hecho de que el acuerdo final se alcanzó recién en 1965, y eso después de varias reuniones de seguimiento y negociaciones que también involucraron a otros funcionarios. Además, invocan un acuerdo previo de división del Mar del Norte en los años 50, por el cual Ekofisk estaba claramente dentro del territorio noruego, y contra el que Hækkerup tenía poco que hacer.
A favor del relato de Hækkerup y el whisky está el trabajo de un reconocido historiador de la corte danesa llamado Tage Kaarsted, que en 1992 defendió esta versión en su libro De Danske Ministerier (“Los Ministerios Daneses”). También hay quien dice que en el Museo Nacional de Oslo existe una habitación secreta donde todavía se guarda la botella de Johnnie Walker de la que bebió Hækkerup el día de la famosa reunión.
En fin, cada uno que crea lo que quiera.
Foto de portada: Per Hækkerup de fiesta (Birthe Melchiors en Berlingske.dk)