Lake Tekapo. 19.30 de la tarde. Llueve. Es de noche. Estamos en un camping pero no podemos armar la carpa por razones climáticas. Recién el auto estuvo a punto de estancarse en el barro y salió a último momento. Nos preparamos a dormir dentro del vehículo aunque es temprano y no tenemos nada para comer. Tenemos hambre. Pero, ¿cómo llegamos hasta aquí?
Todo empezó con la confirmación de que yo no trabajaría viernes, sábado y lunes de semana santa, con lo cual tomarse también el domingo aparecía prácticamente como una obligación para aprovechar y hacer un lindo viaje. El destino elegido fue Queenstown (traducido sería “ciudad de la reina”), elegida casi por unanimidad como la ciudad más linda de Nueva Zelanda y ubicada en el puesto 25 del ranking de mejores lugares para visitar en el mundo según el sitio web de viajes TripAdvisor. Este lugar se encuentra casi 500 kilómetros al suroeste de Christchurch, en una zona de bosques, montañas y lagos muy parecida a la Patagonia cordillerana.
Así que el jueves después del trabajo cargamos nuestros pertrechos en el auto y salimos bajo una intensa lluvia que según el pronóstico no se iba a detener en todo el fin de semana. Después de cuatro horas de viaje viendo muy poco a causa del clima, de que se hizo de noche y de que el desempañador del auto no andaba bien, llegamos a Lake Tekapo, un hermoso paraje donde dormiríamos la primera noche.
El único camping del lugar nos cobró quince dólares a cada uno por sólo un lugar donde estacionar, aunque ponía a disposición cocina y baños en buenas condiciones. Incluso así nos pareció excesivo, ya que si querías bañarte tenías que pagar dos dólares más.
Después de los acontecimientos detallados al principio pasamos una noche bastante buena y al otro día reemprendimos el viaje rumbo a Queenstown. Llegamos cerca de la una del mediodía, previa parada en Arrowtown, un pueblo quince kilómetros antes surgido de la Fiebre del Oro en Nueva Zelanda a finales del siglo XIX, cuando un tipo encontró oro en el río Arrow. El lugar es interesante porque la calle principal mantiene casi todos los edificios de esa época y además está rodeado por montañas y vegetación de múltiples colores.
Arrowtown
Una vez en Queenstown dedicamos las primeras horas a recorrer el centro, lleno de locales comerciales y agencias de turismo que te vendían tours para hacer lo que sea. Aquí vimos la primera gran diferencia con las otras ciudades donde hemos estado en Nueva Zelanda: en Queenstown todos los negocios cierran por lo menos después de las siete de la tarde y tiene una gran vida nocturna.
Por supuesto, uno de los locales que más llamó nuestra atención fue uno de coleccionistas de cosas de nerds, donde encontramos el anillo que lleva Frodo al Monte del Destino nada menos que a 300 dólares. Eso sí, viene con la cadena incluida.
Aunque la ciudad es muy turística y cosmopolita, los precios van en consonancia con tal carácter, por lo cual nosotros paramos unos quince kilómetros más al sur, en un camping del Departamento de Conservación de Nueva Zelanda que costaba seis dólares la noche y que tenía como único servicio un par de baños de esos en que todos los deshechos van a parar a un pozo.
Para compensar tanta avaricia hicimos un par de actividades más capitalistas, como ir a patinar sobre hielo (bah, patinar es un decir, yo prácticamente me arrastré por la pista), subir con el teleférico a una de las montañas que te da una magnífica vista de la ciudad y tomar algo en Minus 5, un bar de hielo que resultó ser un fiasco porque, pese a efectivamente estar construido en su totalidad de hielo, era muy chico y sólo te dejaban estar media hora para renovar los turistas que querían ir.
Demostrando mi destreza en la pista
Tomando algo en el bar de hielo
Vista de Queenstown desde la montaña
Nos quedó pendiente comer una hamburguesa en Fergburger, según CNN la mejor hamburguesería del mundo. El problema fue que es tan pero tan popular que siempre había cola de gente esperando, y cuando quisimos ir había una demora de cuarenta y cinco minutos. Hasta un día que pasamos a las diez de la mañana ya estaba lleno.
Nuestra experiencia acampando resultó mucho mejor que la primera vez (ver Flojos de Camping), ya que estábamos más preparados. Nos compramos un colchón inflable, bolsas de dormir y renovamos el gas del anafe, que de igual forma nos dejó en la lona más de una vez porque no funciona muy bien.
Además de las actividades citadinas realizamos un par de caminatas, algunas de las cuales fueron frustrantes porque demandaron un gran esfuerzo físico y el paisaje que nos ofrecieron no fue lo esperado. Lo positivo es que entre ellas llegamos a dos locaciones del Señor de los Anillos, donde pudimos identificar lugares donde se habían desarrollado escenas de algunas de las películas. Uno fue Ithilien, la zona boscosa donde Frodo conoce a Faramir, y el otro el río donde estaban los Argonath, esas estatuas gigantes que Frodo y Sam ven mientras navegan en un bote rumbo a Mordor.
Ithilien, en la película y en el ojo de mi cámara
El río de los Argonath
En este último lugar vimos como hacían bungee jumping (cuando una persona se tira al vacío con una cuerda elástica atada a sus tobillos) y yo prácticamente me muero de los nervios de sólo ver como lo hacían los otros. A Ro le picó el bicho de hacerlo (aun tras aclararle que no había NINGUNA posibilidad de que lo haga con ella), pero se le pasó tras averiguar que esos cinco segundos de adrenalina costaban 160 dólares.
Después de dos noches en Queenstown el domingo a la mañana seguimos viaje rumbo a Wanaka, un pueblo un poco más al norte muy pintoresco lleno de excursiones carísimas, con lo cual sólo dimos un paseíto por el centro e hicimos una caminata bordeando el lago que le da nombre al lugar. A la noche abandonamos por un rato la vida de backpacker (mochilero), nos pusimos nuestras mejores pilchas y fuimos a cenar a un lindo restaurant, cortesía de mamá Marcela que a la distancia ofreció su tarjeta de crédito para pagar una rica comida por las pascuas.
Wanaka
Párrafo aparte para el primer tramo de la ruta que unía las dos ciudades, lleno de subidas empinadísimas que nos llevaron literalmente a la cima de la montaña y consagró a nuestro auto como un todo terreno que no tiene nada que envidiarle a un jeep o a una 4×4.
La altísima ruta que nos llevó a Wanaka
El lunes emprendimos el regreso, nos detuvimos en Lake Tekapo a almorzar y a ver cómo era con sol (ya que la noche que paramos no habíamos podido ver nada) y a las cuatro de la tarde llegamos a Christchurch con lluvia, al igual que cuando nos habíamos ido. Punto final para otra inolvidable aventura y la promesa de volver a esa zona para una recorrida más a fondo. La ciudad de la reina tiene bien merecido su nombre.
Lake Tekapo