Paisajes fuera de este mundo

Aterrizamos en Nevsehir dando tumbos entre ráfagas de viento que sacudían el avión como una coctelera. Últimamente y sin saber muy bien por qué he desarrollado un incipiente miedo a volar. Qué oportuno, ¿verdad? De todas maneras es más que nada el despegue. Después, salvo alguna turbulencia intermitente, el tiempo en el aire no me afecta en absoluto.

Bueno, ¿y qué es Nevsehir y qué hemos venido a hacer aquí? Es una ciudad de Turquía a la que llegamos previa escala de unas horas en Estambul, donde a su vez arribamos provenientes de Grecia. Una pequeña ironía porque griegos y turcos no se llevan nada bien, debido a muchos problemas que se remontan a cientos de años atrás, pero eso no nos atañe en absoluto. Para los turcos somos un par más de los millones de turistas que reciben cada año, y poco les importa si venimos de Atenas, Kabul o la luna.

Nevsehir en sí no tiene nada. Lo importante está unos kilómetros más al este, donde se extiende la región de Capadocia, famosa por sus extrañas formaciones rocosas que conforman un paisaje surrealista. Como llegamos de noche no pudimos ver nada desde la traffic que nos llevó a nuestro hotel, así que tuvimos que aguantar nuestra curiosidad por unas horas.

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En Capadocia es muy popular el vuelo en globo aerostático que se hace al amanecer para ver los impresionantes valles desde arriba. La gran cantidad de globos que se elevan cada día ya forman parte del paisaje natural del lugar y aparecen en casi todas las postales. Es una actividad bastante cara, pero una de las ventajas de viajar con mamá y papá es que algunos lujos están incluidos, con lo cual habíamos reservado de antemano para volar la mañana siguiente a nuestra llegada.

—El vuelo está cancelado.

Así, sin anestesia, la recepcionista del hotel destruyó nuestras ilusiones. Por cuestiones climáticas los globos no despegan todos los días, sólo cuando los autoriza el gobierno. En promedio vuelan unos 300 días al año, con lo cual las chances de hacerlo mientras se visita Capadocia son altas, pero en nuestro primer intento no tuvimos suerte. Como disponíamos de una mañana más volvimos a reservarlo.

Cuando nos despertamos al día siguiente y pudimos apreciar el paisaje con la luz del sol lo primero que se nos vino a la cabeza fue estar en una película de Star Wars, en alguna escena donde Luke Skywalker aterriza en un planeta desconocido para enfrentarse a Darth Vader. Incontables peñascos de piedras agrietadas describían formas extrañas entre las colinas, algunas de las cuales me hicieron pensar en las capuchas que usan los del Ku Klux Klan.

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Vista desde dentro de una cueva

Aunque no se vaya en globo Capadocia es un lugar muy recomendable para recorrer en tierra firme. Cada valle tiene formaciones distintas, unas más raras que las otras. El Valle del Amor, por ejemplo, abunda en rocas con forma de… bueno, vean las fotos. El Valle de las Hadas recibe su nombre de la antigua creencia de que el lugar tenía un origen encantado. Fue tiempo después cuando llegaron a la conclusión de que una erupción volcánica hace miles de años sumado a la erosión provocada por el viento y la lluvia diseñaron Capadocia.

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El Valle del Amor

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El Valle de las Hadas

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Dimos finalizada la excelente jornada degustando café turco en un bar de Goreme, el pueblo en el que nos alojábamos, y volvimos al hotel a preparar todo para irnos al día siguiente. Pero antes:

—El vuelo está cancelado.

La empleada que nos dio la noticia parecía sentir genuina desazón al comunicarnos que el clima seguía impidiéndonos alcanzar el cielo en globo. Y no es para menos, cada día que no se hace ellos pierden una importante cantidad de euros, ya que la mayoría de los turistas no destinan más de dos o tres días a la región, y si en ese lapso no pueden volar a otra cosa mariposa y los bolsillos de los lugareños quedan vacíos.

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Así que nos fuimos de Capadocia sin subirnos a los famosos globos y sacar las fotos de las postales. Pero no tuvimos tiempo de lamentarnos. Previo paso otra vez por Estambul (que al igual que en Argentina sucede con Buenos Aires es parada obligatoria en todos los vuelos internos) llegamos a Denizli, en la provincia del mismo nombre, desde donde a su vez nos traslados hacia Pamukkale, una pequeña localidad enclavada en un valle muy verde al pie de unas colinas.

Como antes, llegamos de noche sin poder ver nada y nos despertamos al otro día con la impactante vista de las colinas cercanas completamente blancas, pero no porque estuvieran cubiertas de nieve, sino que es su color natural dado por la gran cantidad de calcio y otros minerales que provienen de fuentes de agua subterráneas en la montaña. Pamukkale en turco significa “castillo de algodón” y es precisamente lo que parece con todas esas terrazas naturales formadas por movimientos tectónicos, algunas de las cuales se llenan con el agua termal que brota incesantemente.

Explicado suena algo rebuscado y no impresiona tanto, pero verlo nos dejó sin palabras y considerando seriamente si no era lo más impactante que conocimos, como mínimo, en el último año. Y que me perdonen Uluru en Australia, el atardecer de Oia en Santorini y los Alpes japoneses.

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Para preservar la naturaleza de Pamukkale hay que descalzarse al caminar sobre la colina

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Además del castillo de algodón Pamukkale alberga en lo alto de la colina los restos de Hierápolis, una antigua ciudad del Imperio Romano que fue destruida por un terremoto en 1354. Fue una grata sorpresa para nosotros, porque al no haber sido tan importante como Atenas, por ejemplo, fue mucho menos atacada y se conservó mejor pese a la catástrofe natural. Sumado a esto, luego de que fuera abandonara ya nadie volvió a ocuparla por lo cual pudo permanecer en buen estado.

Para un arqueólogo seguramente sería un sacrilegio que te dejen caminar entre las ruinas y tocarlas, pero en nuestro caso fue mucho más interesante que sólo verlas de lejos y llena de andamios como nos pasó en Grecia. Sin lugar a dudas Hierápolis fue un excelente complemento de Pamukkale.

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El impresionante teatro de Hierápolis

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Facundo I

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The Walking Dead

Sólo faltaba una cosa más para coronar el viaje por el interior de Turquía. Mientras desayunábamos en el hotel el primer día el dueño escuchó que no habíamos podido volar en globo en Capadocia y, ni lento ni perezoso, nos comentó que en Pamukkale también se hacían los dichosos vuelos al amanecer. Como encima era mucho más baratos nos mostramos interesados y le dijimos que nos reservara lugar para el día siguiente. Incluso llegamos a pagarle…

—El vuelo está cancelado.

Esa misma noche recibimos la noticia. Era de esperarse, porque había viento y llovía copiosamente, pero la esperanza es lo último que se pierde. Nos preguntó si podíamos intentarlo un día más pero nuestro avión salía temprano la mañana próxima y ya no habría oportunidad para nosotros. No lo lamentamos demasiado. Quizás volar en globo no es para nosotros, y la verdad es que después de haber visto algo tan excepcional como Capadocia y Pamukkale no se puede más que quedar enormemente satisfecho.

Por las dudas y para no tomarlo personal, cuando la madrugada siguiente esperábamos en la recepción que nos fueran a buscar para llevarnos al aeropuerto oímos al dueño del hotel golpear la puerta de una de las habitaciones y cuando le abrieron dijo:

—El vuelo está cancelado.

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