No teníamos demasiadas expectativas cuando decidimos ir a Croacia. Nunca salía entre los países que enumerábamos cuando hablábamos del viaje por Europa y no sabíamos prácticamente nada antes de llegar allí. La cosa es que, partiendo casi de la nada, después de quince días se convirtió en uno de nuestros destinos preferidos.
Croacia tiene un clima agradable, ciudades ordenadas, pintorescas y llenas de vida, habitantes simpáticos, extrovertidos y educados y una naturaleza impresionante, que incluye un mar de aguas turquesas, praderas verdes, lagos, cascadas y montañas. En todo el país se respira una paz en el modo de vivir que es contagiosa. En un lugar así es fácil dejarse llevar por una rutina de jubilados: sentarse en algún banco público a disfrutar del sol, leer un libro, dar un paseo a la orilla del mar, tomar un café en algún bar con terraza, darse un chapuzón en la playa… Sí, la vida puede ser buena en Croacia.
Tras terminar nuestra visita a Dubrovnik nos subimos a un colectivo para ir a Split, siguiendo la Costa Dálmata hacia el norte. Si bien las distancias entre ciudades son cortas, viajar en bus por Croacia requiere paciencia. Los caminos son sinuosos y el transporte para en absolutamente todos los pueblos por los que cruza. A veces se detiene más de una vez en la misma localidad y en ocasiones incluso en el medio de la ruta. Como no es necesario comprar el pasaje con antelación, los croatas sencillamente van a la parada más cercana y esperan el colectivo como si de un trayecto urbano se tratase. Se suben, le dicen a uno de los choferes a dónde van y pagan ahí mismo su pasaje. Por esta razón, un trayecto de 200 kilómetros puede demorar hasta cuatro horas. Para que se den una idea, es como si en Argentina el mismo colectivo que va de Rosario a Funes siguiera también hasta Ushuaia.
Dalmacia es el nombre de la región que se encuentra en la costa del mar Adriático y es sencillamente espectacular. Las aguas del océano discurren por bahías, golfos, penínsulas y cuantos accidentes geográficos se les ocurran, creando una vista impresionante detrás de cada curva. Todos los pueblos comparten características similares, como el color pastel de las casas, techos de tejas rojas, calles estrechas, playas de aguas paradisíacas y un ritmo de vida muy tranquilo. Viéndolos desde el bus dan ganas de bajarse en todos. Pero como esto no es posible, tuvimos que tomar la difícil decisión de elegir los más interesantes o representativos.
Zadar, una soleada ciudad en la costa dálmata
En Trogir también podríamos instalarnos una temporada
Split es la segunda ciudad más grande de Croacia y capital regional de Dalmacia. Tiene todos los atributos ya nombrados y una animada vida social que transcurre principalmente en el Paseo Riva, la hermosa costanera de la ciudad. El Palacio de Diocleciano es otro de los símbolos locales: residencia oficial de un emperador romano en la antigüedad, en la actualidad fue absorbido por la ciudad y sus calles están llenas de tiendas, alojamientos y negocios gastronómicos. Es un laberinto de piedra y mármol muy similar al casco histórico de Dubrovnik y a otras ciudades medievales.
Split, espectacular
Tirando facha en el paseo Riva
La Plaza de la República fue diseñada para imitar la San Marco de Venecia
También Split fue cuna de dos grandes personalidades históricas, aunque disimiles entre sí. Por un lado, el obispo Gregorio de Nin, que en el siglo X se rebeló contra la corriente católica de la Iglesia abandonando la misa en latín en favor del idioma del pueblo, el croata. Por el otro, el tenista Goran Ivanisevic, que en el año 2001 ganó el torneo de Wimbledon a los 29 años, tras haber perdido tres finales en su mejor época en los 90 y estar prácticamente retirado del profesionalismo. Un ídolo personal.
La estatua que recuerda a Gregorio de Nin y el Palacio Diocleciano de fondo
Interiores del palacio
El paseo Riva es “el” lugar de Split para ver y dejarse ver
Aprovechando que estábamos cerca fuimos a Trogir, un pequeño pueblo también medieval ubicado en un enclave privilegiado del Adriático. A pesar de ser pintoresco, es pequeño y no le agregó demasiado a lo que ya habíamos visto en Dubrovnik y en Split, por lo cual un par de horas fueron más que suficientes para recorrerlo a fondo y seguir nuestro camino.
Trogir
Un típico patio en la zona antigua de Trogir
Nuestro siguiente destino fue Zadar, siempre hacia el norte y pegados al mar. Esta ciudad costera fue visitada por Alfred Hitchcock en 1964 y causó una gran impresión en el maestro del cine de suspenso, tanto que llegó a asegurar que tenía el mejor atardecer del mundo. Personalmente, ya hemos contemplado varios de estos “mejores atardeceres del mundo” (Santorini, Dubrovnik, Cabo Sunión) y no siempre son tan espectaculares como se comenta, pero el de Zadar verdaderamente estaba a la altura.
Nada mal…
Además de un casco histórico muy similar a la de otras localidades croatas, Zadar posee dos atracciones muy curiosas. Una es el Órgano del Mar, una escalinata de hormigón hueco que se sumerge en el Adriatico y emite sonidos causados por el movimiento del agua. Cuanto mayor es la fuerza de las olas, más fuertes son las “melodías” que produce el llamativo instrumento. A unos veinte metros está el Saludo al Sol, una plataforma circular formada por pequeños paneles que captan energía solar y que se iluminan durante la noche realizando un espectáculo de luces. Sin dudas dos cosas que nada tienen que ver con la historia de la ciudad pero muy interesantes.
El Organo del Mar suena mejor que algunas bandas que conocemos
El Saludo al Sol incita a la gente a sacarse fotos en las posiciones más extrañas
La próxima parada en esta especie de road trip croata en colectivo fue en Mukinje, apenas un conjunto de casas en el medio del bosque, pero muy cercano al Parque Nacional de los Lagos de Plitvice, el más visitado de Croacia y uno de los más lindos del país, con sus múltiples lagos a diferentes alturas del terreno que a su vez forman pequeñas pero pintorescas cascadas. El día de la llegada lo dedicamos a descansar, y nuestra única salida fue a buscar algo para comer en la pequeña villa de Mukinje, lo que al final terminó siendo una exquisita y gigante pizza sabor cuatro quesos. Que Italia nos perdone.
Al otro día nos aventuramos al parque nacional, en el cual caminamos unos 13 kilómetros atravesando lagos, colinas, bosques y cascadas. Por suerte no se cruzó en nuestro camino ninguno de los osos que adornan la mayoría de las postales del lugar. Unos mates bien argentinos fueron el cierre perfecto para una jornada que nos dejó extenuados, pero contentos por haber podido cumplir con el itinerario trazado.
Ya sólo nos quedaba un destino más por conocer en Croacia y era nada menos que Zagreb, la capital. Nos despedimos de Mukinje con una fuerte lluvia, frío e incluso algo de granizo! Por suerte la caminata desde el alojamiento hasta la parada del colectivo abarcaba sólo unos 500 metros. Una vez allí, únicamente tuvimos que esperar en la garita que hacía las veces de “estación” a que llegara nuestro bus. Hay que destacar que, a pesar de las infinitas paradas que hacen, todos los servicios en general son muy puntuales.
Zagreb nos recibió con un cielo encapotado pero con la lluvia dando una tregua. Ideal para disfrutar de caminatas por las animadas calles de la ciudad, abundantes en bares y restaurantes con clientes a toda hora. A pesar de tener casi un millón de habitantes, Zagreb sigue el mismo ritmo de vida tranquilo que el resto del país: no hay gritos, embotellamientos, bocinazos ni peleas. Cero espacio para la histeria en la que suelen vivir otras sociedades.
Zagreb
La Iglesia de San Marcos es un símbolo de la ciudad, con su techo pintado con los escudos de Croacia y Zagreb
En algún lado leí que en en la capital croata hay más museos que hoteles, así que para honrar a una ciudad tan cultural visitamos dos, aunque no elegimos los más convencionales. Primero, fuimos al Museo de Drazen Petrovic, el mejor basquetbolista de la historia de Croacia y uno de los mejores de todos los tiempos fuera de Estados Unidos. Petrovic murió en un accidente de tránsito en 1993, con tan sólo 28 años. Era el mejor momento de su carrera, cuando empezaba a brillar en la NBA. Aunque no entendamos mucho de basquet, sus números impresionan: en lanzamientos de dos y tres puntos tuvo mejor promedio de efectividad que Michael Jordan.
Fuera de la cancha fue un ferviente defensor de la independencia de Croacia, al punto que se distanció para siempre de su mejor amigo y compañero en la ex selección de Yugoslavia Vlade Divac, por el hecho de ser serbio. Les recomiendo el documental Once Brothers (Hermanos y Enemigos, en español), que narra la historia de Petrovic y Divac y el fin de la amistad por un incidente ocurrido en el mundial de Argentina en 1990, a la vez que muestra las consecuencias de la guerra desde un lugar más humano. Aunque no les guste el basquet, les aseguro que es una historia que les llegará al corazón. Pueden verlo en YouTube.
Petrovic es una autentica leyenda en Croacia
En 1990 un incidente ocurrido en el mundial de basquet de Argentina cambiaría para siempre su vida (miren el documental)
La otra exhibición que visitamos fue el Museo de las Relaciones Rotas, una curiosa colección de objetos muy variados donados por cientos de personas de todo el mundo, que simbolizan el fin de una relación amorosa. Hay para todos los gustos y cada elemento está acompañado de una pequeña historia contada por el donante. Se pueden ver cartas, ropa, videojuegos, libros, una guitarra, una tostadora y hasta un hacha! Esta última no se utilizó para matar a nadie, sino que el dueño rompió a hachazos todos los muebles de su ex luego de que ella lo dejara, uno por cada día que tardó en ir a llevárselos. Según cuenta el propio muchacho, una vez que la chica regresó por su mobiliario sólo encontró astillas.
Una pareja a la distancia le sacaba un pie a este peluche cada vez que se visitaban. Habían prometido mudarse juntos cuando al bicho no le quedaran más pies. No les faltó mucho…
Así llegamos al final del viaje por Croacia y añadimos otra ciudad y otro país a nuestra colección. Fue una grata sorpresa encontrarnos con lugares tan hermosos con una alta calidad de vida. Y no estamos hablando de ningún índice económico, sino de esa variable tan difícil de cuantificar que es la felicidad. Hace veinte años, Croacia enfrentó una cruenta guerra que lo dejó al borde del abismo, pero con la firme convicción de que tenía con qué salir adelante. Vaya si lo ha demostrado.