Cuando pienso en un motel perdido en medio de la nada generalmente me imagino un lugar sacado de las películas de Hitchcock, con un viejo cartel de neón en la entrada con algunas letras apagadas, una recepción oscura con un empleado de expresiones tétricas y cuartos llenos de humedad con puertas de madera que chirrían apenas se mueven.
Pero en realidad el Halls Creek Motel, donde estamos viviendo y trabajando en este momento, no es ni remotamente parecido a eso. Quizás la única similitud con el célebre Bates Motel (el de la película Psicosis) sea la ubicación remota, pero fuera de ello es un lugar de lo más agradable, con habitaciones extremadamente limpias y equipadas, empleados bastante normales y un restaurant/bar con una selección de bebidas que no tiene nada que envidiarle a un local similar en una gran ciudad.
Vale aclarar que cuando hablamos de ¨motel¨ no es el mismo tipo de alojamiento que se imagina en Argentina, donde por lo general están asociados a habitaciones transitorias de bajo coste para tejer las redes del amor. En Australia, y en general en todos los países angloparlantes, se les llama motel a los hospedajes cercanos a la ruta que sirven de parador para los viajeros.
Y qué es lo que hacemos aquí exactamente? Un poco de todo, lo que en Australia se conoce como All Rounder (empleados medianamente versátiles que están para trabajar de lo que se necesita en ese momento). Entre las tareas que me acuerdo ahora puedo nombrar hacer las camas de las habitaciones, limpiar la cocina, el restaurant y los cuartos, ayudar en el lavado de sábanas y toallas, atender el bar/restaurant y hacer de mozos.
Estas dos últimas son las que más constituyeron un desafío, en primer lugar porque son cosas que nunca habíamos hecho antes y en segundo lugar porque nos enfrentamos más que nunca a la barrera idiomática, teniendo que encargarnos de atender al público. También se suma que cuando estamos detrás de la barra no conocemos el 80% de las bebidas que nos piden, con lo cual nos llevó un tiempo acostumbrarnos al trabajo.
Encima la gente la complica cuando pide comida, haciendo cambios en los platos o preguntando minuciosamente qué es cada cosa. Y ni hablar de los que se quejan de los elevados precios, lo cual es cierto, pero también lo es que no es barato mantener un lugar así en medio del desierto, donde la electricidad cuesta una fortuna y todo lo que se compre se trae desde miles de kilómetros de distancia. Afortunadamente, después de unos primeros días complicados la cosa parece ir queriendo funcionar y ya estamos más cancheros.
Atendiendo el bar
Lo bueno de trabajar en este lugar es que el sueldo no está mal y además no pagamos alojamiento ni cena. Hay una serie de habitaciones pequeñas con baño compartido para los empleados, lo cual ayuda a ahorrar mucha plata. Y cada noche cenamos en el restaurant del motel, donde podemos pedir cualquier cosa del menú sin cargo y el chef lo prepara. Así que nuestros gastos semanales son mínimos.
Pasando el rato en nuestra habitación
Además, veníamos preparados para una soledad absoluta pero nos encontramos con que mucha otra gente trabaja acá, incluidos otros viajeros de todas partes del mundo. Desde que llegamos conocimos además de australianos gente de Hong Kong, Corea del Sur, Inglaterra, Japón, Taiwán y Francia. Todos son muy buena onda y están en la misma que nosotros, con lo cual se hace fácil compartir una charla, una comida o un juego de cartas.
El staff en algún momento de septiembre
Una más reciente
El pueblo donde está el motel se llama Halls Creek y tiene poco más de mil habitantes, de los cuales la mayoría son indígenas originarios, bastante discriminados por los “blancos”, quienes los tildan de vagos y borrachos, aunque lejos estamos de tener información suficiente como para poder opinar seriamente al respecto. Lo único que puedo decir es que un día fui a jugar al básquet con los chicos del motel y unos minutos después se acercaron a la cancha dos nenas indígenas que no tendrían más de 10 años. Se pusieron a jugar con nosotros y nos pasaron el trapo literalmente. No más comentarios.
Halls Creek no tiene cine, ni shopping, ni McDonald’s, ni bancos, aunque sí un hospital, una escuela, un pub, un local de electrónica, una tienda de ropa de segunda mano y un supermercado con precios acordes al desierto alejado de todo en el que vivimos. En el pueblo rigen fuertes restricciones a la venta de alcohol, por lo que fuera del pub o de nuestro restaurant no se venden casi bebidas, excepto por algunas cervezas de baja graduación alcohólica.
La temperatura promedio durante el día oscila entre 34 y 40 grados, y de noche solía bajar por debajo de los 20 aunque ya no más. Es extremadamente seco y casi nunca se ven nubes en el cielo, pero se espera que en las próximas semanas empiece la temporada húmeda y llueva con frecuencia.
Una calle típica de Halls Creek
De compras en la tienda de ropa de segunda mano, equivalente a un shopping en la ciudad
Por supuesto que un lugar así está lleno de personajes que vale la pena destacar. En el motel por ejemplo trabajaba Richard, un australiano de 50 años que quedó en la lona tras un divorcio y tuvo que empezar de cero. Es un fanático del footy al nivel de nosotros con el fútbol, solía dormir en su camión cuando vivía en Perth para no pagar alojamiento y cuenta que de joven viajó 35 mil kilómetros a dedo. Según él nunca tuvo problemas, excepto cuando lo levantó un hombre homosexual e intentó sobrepasarse, a lo que Richard tuvo que amenazarlo con un cuchillo para que lo dejara bajar del auto. A él le gusta definirse como “un gitano australiano”.
Por si esto fuera poco, unas semanas después de que llegáramos tuvo una fuerte discusión telefónica con Kerryn, nuestra jefa y dueña del motel, por motivos que nunca supimos. La cuestión es que a los pocos minutos de cortar la comunicación anunció escuetamente que renunciaba y que se iba de Halls Creek. En menos de 48 horas empacó sus pertenencias y se fue en su camión con destino desconocido.
Un día Richard nos llevó en su camión a recorrer los alrededores de Halls Creek, como este oasis en el desierto
Otro de los empleados es Pat, otro australiano que estará cerca de los 70 y que tiene como única compañía a su perra Lou Lou, un animal bastante gordo que sólo come bifes de ternera y se pasa las horas echada a la sombra. Pat es muy retraído y casi nunca habla con nadie, pero es una excelente persona y su forma de comunicarse es a través de buenas acciones. Por ejemplo, un día me vio acariciando a Lou Lou y sin decirme nada vino y me dio un paquete de snacks para perros para que le dé a la bestia. Además es un excelente fotógrafo y editor de videos, y tiene algunos trabajos interesantes sobre el cielo nocturno e incluso un video homenaje a su mascota que pueden ver aquí.
Con Lou Lou, la mascota de Pat
Al bar siempre vienen dos hombres de unos 50 años que se toman un par de cervezas religiosamente todos los días sin excepción. Se sientan en la misma mesa, piden la misma marca y disfrutan del refrescante aire del atardecer. A uno le decimos Carlitos Balá (su verdadero nombre es Eroll) por su corte de pelo y sabemos que trabaja en el municipio. Está obsesionado con Camboya (le encanta decir que con lo que paga una cerveza en Halls Creek se puede tomar 13 en Asia) y presume de tener una llave maestra que abre todas las puertas del pueblo.
El otro es su hermano Duncan, que se dedica a buscar oro y esa es su única fuente de ingresos. Como en la zona hay ciertas cantidades de este metal la gente puede sacar un permiso del gobierno para buscarlo y venderlo por su cuenta. Por lo general las personas lo hacen en su tiempo libre, pero este tipo se dedica exclusivamente a la búsqueda de oro y gana unos 500 dólares por semana con lo que encuentra, suficiente para subsistir.
Pero el premio al personaje del año en Halls Creek se lo lleva Kerryn, la jefa. Es una obsesiva por la limpieza y te hace limpiar veinte veces lo mismo aunque se vea brillante. Tiene ataques de histeria donde grita y dice cualquier cosa sin pensar, y al segundo siguiente te explica que nos ama a todos y que somos parte de su familia. Además, tenía un novio irlandés unos 25 años más joven que después de sacarle unos buenos mangos se volvió a Irlanda y nunca más le atendió el teléfono. Para mitigar el dolor, Kerryn se fue de viaje a Sydney y Perth a mediados de septiembre y todavía no volvió. No es la primera vez que lo hace y los rumores cuentan que ya no regresará hasta el año que viene.
Como verán, la vida en Halls Creek no se parece demasiado a un clásico del terror de los años 40, pero tiene sus matices y nunca llegamos a aburrirnos. Una encantadora experiencia de la cara menos conocida de Australia que quedará para siempre en nuestra memoria y que dentro de muchos años podremos evocar diciendo: “Cuandó tenía veintipico de años viví en Halls Creek…”.