Un día surrealista

De locos. Así podría resumirse el poco tiempo que pasamos en Te Anau, el pequeño pueblito cuyo único atractivo es ser la localidad más cercana a Milford Sound, ese impactante paisaje de fiordos al que algunos llaman la octava maravilla del mundo. Basta con adelantar que en el transcurso de 24 horas pasamos a viajar en un auto casi veinte años mas nuevo y a trasladarnos únicamente con una mochila cada uno. Pero vamos por partes.

El domingo a la mañana abandonamos la anodina Invercargill para ir hacia el norte. Si bien se trataba de otra de estas famosas rutas escénicas, la verdad que no era la gran cosa y no hicimos muchas paradas interesantes. Será que nos vamos acostumbrando a los paisajes impactantes que ya no nos sorprendemos tan fácilmente.

Cien kilómetros antes de Te Anau empezó a llover a cántaros, y así se mantuvo hasta que llegamos cerca del mediodía. Despues de almorzar fish and chips (filet de merluza con papas fritas, que acá te lo venden como ¨el¨ plato típico) nos debatimos qué hacer. En el pueblo no había nada para hacer, menos con ese clima, así que decidimos seguir camino hacia Milford Sound y acampar lo más cerca posible para al otro día no tener que madrugar tanto para llegar a la navegación que teníamos contratada a las 9 am.

Acá un alto en el relato para explicar brevemente qué es Milford Sound. Obviamente es un fiordo, lo cual es una estrecha entrada del mar en un terreno montañoso. En el caso especial de éste se trata de 15 kilómetros de agua tierra adentro desde el mar de Tasmania y está rodeado de rocas escarpadas que alcanzan más de 1200 metros de altura en cada lado (evangelio según Wikipedia).

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Como venía diciendo, dejamos Te Anau para seguir la ruta que tras 120 kilómetros te lleva a los fiordos y es de retorno obligatorio, ya que el camino termina allí. Es un camino muy sinuoso que pasa en medio del bosque y las montañas y, según nos dijeron, cuesta mucho dinero mantenerlo abierto, pero la presión para que el turismo pueda llegar a los fiordos en cualquier momento del año puede más y por eso la ruta está abierta incluso en malas condiciones climáticas.

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Después de recorrer unos 80 kilómetros nos detuvimos en el último camping que encontramos. Estacionamos el auto y allí nos quedamos, porque afuera seguía lloviendo a baldazos. No por nada decían que esa es la segunda región donde más llueve en el mundo (unos siete metros anuales, a un promedio de 180 días de lluvia por año).

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Tras pasar toda la tarde y la noche encerrados porque no paró de llover un segundo al otro día amanecimos bien temprano y retomamos la ruta hacia Milford. El auto empezó a hacer un ruido que no nos gustaba pero estábamos en el medio de la nada y no teníamos muchas opciones.

Después de hacer algunos kilómetros nos topamos con que el camino estaba clausurado y no había nadie allí para dar mayores explicaciones. Sin saber muy bien qué hacer dimos la vuelta y empezamos a volver, pero el ruido del auto estaba cada vez peor, la temperatura comenzó a elevarse y el momento definitivo fue cuando empezó a salir humo del capó. Inmediatamente nos detuvimos en la primera salida que pudimos para evaluar daños. Afuera seguía diluviando.

Salía bastante humo de algunas mangueras en mal estado pero al menos no había fuego. Obviamente no podíamos seguir así y tampoco teníamos señal de celular como para pedir auxilio, con lo cual la única opcion fue pararse en la ruta bajo la lluvia a hacer dedo y esperar a que un alma caritativa llevara a uno de los dos a Te Anau a buscar auxilio.

Tras algunos intentos infructuosos se detuvo una camioneta de esas que arreglan los caminos, y el conductor nos pidió un remolque a través de su radio, con lo cual al menos pudimos esperar bajo techo las dos horas y media que tardó en llegar.

El tipo del remolque enganchó el auto, nos llevó a Te Anau y en el camino, además de contarnos toda su vida, aniquiló nuestras esperanzas de arreglar el Toyota y seguir el viaje con él. Básicamente el arreglo salía más caro que el auto, con lo cual la única opción era intentar venderlo como chatarra y obtener una limosna por él. Hasta eso hizo parecer difícil el de la grúa.

Pero al llegar a Te Anau se alinearon los planetas o algo, porque cambió nuestra racha. Antes de llevarnos al cementerio de autos (donde encima íbamos a tener que pagar para que comprimieran nuestra chatarra), el del remolque paró a cargar nafta y se encontró justo con un chofer de Jucy, la empresa en la que debíamos hacer la navegación.

Después de que el mecánico le contara toda la situacion al chófer al que apodamos Bonanza (por su sombrero de cowboy y el bigote), el tipo no sólo nos ofreció a llevarnos todo el camino de vuelta a Milford Sound en el colectivo para que hiciéramos la navegación que habíamos perdido, sino que también nos llevaba después hasta Queenstown, la ciudad más cercana a 170 kilómetros y además nuestro siguiente destino, y todo sin pagar un dólar.

En ese mismo momento el de la grúa nos dijo que había llamado a un amigo por teléfono que se había ofrecido a comprarnos la chatarra del auto por algunos dólares. No era mucho, y ni siquiera cubrió el total del acarreo, pero al menos no tuvimos que pagar para dejarlo en el cementerio.

Así que en cuestión de cinco minutos revisamos el auto a fondo, agarramos sólo lo esencial para que entrara en nuestras mochilas y dejamos el resto atrás. Carpa, bolsas de dormir, mantas, anafe, cervezas, leche, cubiertos, fideos y un largo etcétera. Fue una decisión difícil porque en ese mismo momento estaba cambiando todo el viaje, pero había que actuar rápido porque Bonanza ya se iba y necesitaba una respuesta.

Así que pasamos nuestras pocas pertenencias al colectivo, nos despedimos del auto que nos acompañó durante ocho meses, visitamos el impresionante Milford Sound y esa misma noche llegamos a Queenstown. Demasiado para un sólo día.

Y cómo sigue nuestro viaje? Después de barajar varias opciones (avión a la isla norte, colectivos varios, alquilar una van) conseguimos una relocación de auto por siete días desde Queenstown a Auckland. Qué es eso? Las agencias de alquiler de vehículos algunas veces necesitan llevar los autos de un lugar a otro así que te los dan gratis por una determinada cantidad de días para que los uses libremente con la condición de que al final del tiempo estipulado lo deposites en el destino acordado. Es por eso que ahora disponemos de un hermoso Nissan Tiida 2007 y una semana para llegar a Auckland.

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Toyota Corona. 1992 – 2014

Podría decirse que a pesar de perder el auto todo el resto salió bien. Seguimos camino y se necesitará más que un montón de lluvia, rutas serpenteantes y caranchos locales para detener este viaje. Nos leemos!

3 thoughts on “Un día surrealista

  1. Más que Bonanza fue el ángel de guarda. Las experiencias con tu tía y en el estudio han servido para ser rápido de relejos. Dios está contigo y con Rosario. Saludos. Susana y Betiana

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