Como llegamos al hostel de Sydney cerca de las 19.30 prácticamente se puede decir que dispusimos de un solo día para recorrer esta ciudad australiana (que no es la capital). Nada más salir del aeropuerto y tomarnos un taxi caímos en manos de un árabe que nos empezó a hablar de su admiración por el Diego y cómo hinchaba para Argentina en los mundiales. Mientras se mostraba tan simpático nos dio un paseo de novela y nos terminó cobrando 70 dólares por el viaje (cuando volvimos a hacer el mismo trayecto el día de la partida pagamos 50).
Después de descansar unas cuantas horas, el miércoles arrancamos la jornada temprano tomando unos mates en un enorme parque que había enfrente del hostel. Lo más llamativo del lugar eran sus canchas de tenis municipales, a las que accedías poniendo un código en un teclado, previamente comprado por internet.
Desde de ahí nos tomamos un colectivo urbano para ir a la costa a hacer una recorrida a pie de unos seis kilómetros por las playas más populares de Sydney. En el trayecto en bondi nos llamó la atención como en algunas esquinas había personas que te limpiaban los vidrios del auto, igual que los trapitos en Rosario.
Las playas eran realmente muy lindas, con oleaje fuerte y temperatura del agua símil Playa Unión (los que no conocen pueden googlearla), es decir, bastante fresca. El punto negativo era la gran cantidad de algas que había, superando por mucho a Puerto Madryn (nuevamente pueden googlearla). Para contrarrestar este problema los australianos construyeron algunas piletas junto al mar que se nutren de su agua pero no dejan pasar las algas. O sea, tienen la misma temperatura fría pero son mucho más limpias, y ahí es donde nos bañamos nosotros.
La caminata terminó en Bondi Beach, la más grande e imponente de todas las playas, y desde allí nos tomamos otro colectivo hacia el centro de la ciudad. Éste ocupaba unas veinte manzanas repletas de imponentes rascacielos, locales de las mejores marcas del mundo y miles de personas de todas las nacionalidades. Lo más llamativo para nosotros es que mirásemos para donde mirásemos siempre había gente usando un iPhone, que aparentemente ahí era tan común como un Nokia 1100 en Argentina.
Para terminar el día tomamos un ferry urbano, que funcionan igual que las líneas de colectivo, desde donde pudimos ver el famoso Teatro de la Opera y disfrutar de una magnifica vista de Sydney de noche que realmente nos encantó.
En síntesis, una ciudad muy recomendada que merece que le dediquemos más días en nuestra próxima estadía. Ahora estamos en un avión rumbo a Auckland, Nueva Zelanda, la zona cero de nuestra travesía a la Tierra Media. Nos vemos allá!