Singapur nos cautivó con sus calles limpias, edificios imponentes, sistema de transporte económico y eficiente, población cosmopolita, seguridad a toda hora y numerosas estadísticas leídas en Internet que lo colocan a la vanguardia de casi cualquier área en el mundo. Pero nada de esto sería llamativo, porque de hecho hay muchos lugares con estas características, de no ser porque hace apenas 50 años este pequeño país era tan pobre como Jamaica o Haití, tenía un alto índice de analfabetismo y desnutrición, no poseía recursos naturales y lidiaba con graves problemas con el crimen. ¿Cómo lo hizo?
Los primeros días de agosto de 1965 no fueron los mejores para Lee Kuan Yew, por entonces Primer Ministro de Singapur. El pequeño territorio que lideraba ya había sido abandonado por Gran Bretaña en manos de los japoneses durante la segunda guerra mundial y acababa de ser separado de Malasia y obligado a ser un pais independiente debido a los grandes problemas que le generaba al gobierno malayo las continuas reyertas raciales que se producían en la ciudad.
De esta manera y a los empujones nació Singapur como nación independiente, un minúsculo compendio de 64 islas, una sola ciudad y lleno de habitantes de diversos orígenes étnicos y religiosos que lo convertían en un verdadero polvorín del que nadie parecía querer hacerse cargo. Pero para Kuan Yew, un abogado graduado con honores en la universidad de Cambridge, todo esto representó un desafío y no una realidad a asimilar. Para Singapur, en ese momento, era evolucionar o morir.
Rápidamente el decidido líder atacó uno de los problemas que más aquejaban a la nación: la corrupción. Creó una agencia especial para investigar delitos de esa índole, dotándola de grandes poderes y castigando con duras penas a los culpables, a la vez que elevó todos los salarios del sector público para desalentar las actitudes corruptas. Con el aumento de la transparencia más importantes exenciones impositivas el país se volvió interesante para las grandes inversiones extranjeras, gracias a las cuales se comenzó a financiar el rediseño de la ciudad.
Con respecto a la delincuencia, las medidas de Kuan Yew fueron efectivas pero duras: implementó la pena de muerte en la horca, el régimen de trabajos forzosos y el castigo corporal con varas de bambú para delitos menores como vandalismo. A costa de lo extremo de los castigos y un importante número de restricciones el delito bajó considerablemente en los años subsiguientes, llegando en 2011 a una tasa de homicidios de 0.3 (sobre 100 mil habitantes), contra el 4.3 de, por ejemplo, Estados Unidos.
La tercera pata fundamental del nuevo Estado fue la educación. Se diseñó un sistema educativo obligatorio basado en una meritocracia dura, es decir, desde el primer año del colegio primario se ordena a los estudiantes según sus calificaciones desde el primero al último. Al ingresar al secundario, se divide a todos los alumnos en tres niveles según su clasificación, los cuales son permeables y se puede subir o bajar entre ellos si el rendimiento académico mejora o decrece. Al terminar la escuela, y en el caso de que el alumno quiera seguir estudiando, sus opciones de educación superior dependerán del nivel en que haya terminado el colegio. Los del nivel más alto pueden dedicarse a la economía o la política por ejemplo, los de segundo rango a carreras como medicina o psicología, y los de tercer rango sólo pueden acceder a títulos técnicos, como la mayoría de los oficios.
Si bien está todo perfectamente organizado, sus profesores gozan de gran nivel y el Estado dispone el 20% del presupuesto anual para la educación, algunas críticas apuntan a que el sistema somete a los jóvenes a una presión excesiva y designa su futuro desde muy temprano, obviando la posibilidad de que puedan mejorar su rendimiento una vez comenzada la universidad.
En cuestión de planeamiento urbano Singapur tambien pasó a la vanguardia mundial, con un cuidadoso plan diseñado cincuenta o sesenta años a futuro que le permitió ganarle una gran proporción de kilómetros cuadrados de tierra al mar, conseguir fuentes propias de agua natural, organizar el tráfico y construir viviendas públicas con créditos accesibles para que todos pudieran acceder a ellas.
Otra de las decisiones fuertes que tomó el gobierno de Lee Kuan Yew fue oficializar el idioma inglés como el principal del país, ya que creía que de esa manera se volverían más competitivos en el mercado global. De todas maneras, mantuvieron los otros tres idiomas de la nación como oficiales (chino mandarín, tamil y malayo) y de hecho en las escuelas es obligatorio para todos los estudiantes aprender uno de ellos además del inglés.
La iniciativa respondió también a un intento de unificar las diferentes culturas que conviven en Singapur, una ciudad que cuenta actualmente con cinco millones y medio de habitantes, en su mayoría chinos y otro tanto de malayos, indios y árabes, cuyas relaciones están en constante tensión debido principalmente a sus diferentes vertientes religiosas, por lo general budismo, islamismo y cristianismo.
Esta tensión quedó de manifiesto en diciembre de 2013 cuando en el barrio de Little India un conductor chino atropelló y mató a un ciudadano de origen indio en un accidente. Muchos de los testigos del fatal hecho quisieron linchar al victimario, tuvo que intervenir la policía y el incidente se convirtió en un caos de proporciones con enfrentamientos en las calles, numerosos heridos y autos prendidos fuego, algo que no se veía en el país desde la década del 60.
Como castigo, el gobierno dictaminó que durante el transcurso de un año se prohibiría el consumo de alcohol en la zona pública de Little India (muchos de los que se enfrentaron a la policía estaban alcoholizados y usaron botellas de cerveza como objetos para lanzar contra los uniformados). Fue una más de tantas medidas represivas en nombre de lo que Kuan Yew considera “un modelo restrictivo para forzar cambios en la conducta de los ciudadanos”. En esta línea de pensamiento se inscriben otras decisiones como, por ejemplo, la prohibicion del chicle, segun el ex primer ministro “un hábito repugnante” que además era “utilizado por algunos jóvenes para pegar en las puertas de los vagones del metro e impedir que se cerraran”.
Sin duda Kuan Yew, que ejerció el cargo de Primer Ministro hasta 1990 (ganando todas las elecciones sucesivas desde 1959 cada cinco años), poseía rasgos autoritarios en su forma de gobernar, y así lo entendió también Amnistía Internacional, que en su informe de 2011 denunció persecución política a los opositores al gobierno, reclusiones sin juicio previo, falta de datos oficiales sobre la aplicación de la pena de muerte y el uso de algunos tipos de tortura como castigo por cometer ciertos crímenes.
Todos cuestionamientos válidos que sobrevuelan Singapur y ponen a la sociedad en una encrucijada tan razonable como difícil de dirimir: de un lado, datos como los 64 mil dólares de ingreso anual per capita (tercero más alto en todo el mundo), la inexistencia de deuda externa, un desempleo del 2% y un prácticamente nulo índice de inflación. Del otro, restricciones a libertades civiles, fuerte presión sobre los jóvenes y un modelo penal en discordia con la mayoría de las normas internacionales de derechos humanos.
Por el momento la población parece seguir eligiendo el mismo camino, ya que aunque Kuan Yew dejó el cargo de Primer Ministro en 1990 su partido sigue gobernando hasta la actualidad, donde cuenta con 80 de 87 bancas en el Parlamento. Sobre si los ciudadanos poseen la libertad suficiente para elegir otra cosa o desarrollar modelos alternativos de gobierno requiere un análisis más extenso y profundo para el cual no estoy capacitado por el momento. La intención de esta nota era poner de relieve un fenómeno único en el mundo del desarrollo en tiempo récord de un país y sus controversiales medidas para lograrlo. Cada uno sacará su propia conclusión, yo todavía no estoy seguro de la mía.