Ciertos días de invierno, si uno amanece en Roskilde puede olvidarse fácilmente que estamos en el siglo veintiuno, y pensar en cambio que el tiempo retrocedió unos quinientos años y que es solo cuestión de tiempo hasta verlo a Ragnar Lodbrok caminando por ahí. Esos días una espesa niebla se eleva desde el fiordo y cubre a la ciudad en un manto gris, desde el que apenas sobresale una monumental catedral gótica con dos grandes torres, construida en lo más alto del terreno. La vista del puerto refuerza el anacronismo, ya que en lugar de embarcaciones modernas está lleno de barcos vikingos.
Pero una vez que el sol se hace más fuerte el hechizo se rompe y es posible advertir que seguimos en el 2019. Junto a la catedral ya se pueden ver construcciones de factura más moderna, y salta a la vista que los barcos del puerto no son más que réplicas.
Roskilde es hoy una pequeña ciudad como tantas otras del interior de Dinamarca, pero hasta hace varios cientos de años competía de igual a igual en importancia con Copenhague. De hecho, durante casi trescientos años fue la capital del Reino de Dinamarca, cuando los vikingos estaban en su apogeo y asolaban Europa con sus incursiones marítimas. El fiordo sobre el que se emplaza la localidad era un lugar ideal para establecer su base, ya que los cuarenta kilómetros de agua que llevan al mar proporcionaban un refugio perfecto para defenderse de visitantes indeseados.
De esa “época dorada” apenas sobrevivieron dos hitos. Uno es la catedral, construida en el siglo trece, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y considerada la iglesia más importante de Dinamarca, porque alberga las tumbas de la mayoría de los monarcas daneses. Su importancia en la ciudad es central: construida sobre la colina más alta del terreno, no importa dónde se esté en Roskilde, la iglesia se ve desde cualquier lado.
El otro hito histórico de la ciudad es el Museo de Barcos Vikingos, donde se exhiben restos de cinco barcos auténticos del año mil, encontrados en las profundidades del fiordo en los sesenta. No quedaron más que algunas tablas, que fueron colocadas sobre una estructura de hierro para recrear la estructura de los barcos, pero no deja de ser curioso.
Roskilde tiene en la actualidad unos cincuenta mil habitantes y es la décima ciudad más poblada del país. Está a solo treinta kilómetros al oeste de Copenhague, con una alta frecuencia de trenes que llegan a la capital en veinte minutos. Pero el ex reducto vikingo tiene vida propia: hay clubes deportivos, escuelas, hospitales, hoteles, restaurantes, un shopping con cine y una larga calle peatonal con todos los negocios indispensables (bancos, supermercados, panaderías, cafeterías y H&M).
Una vez al año, además, la ciudad es tapa de todos los diarios, ya que cada verano se organiza el Festival de Roskilde, un evento musical que dura una semana, atrae más de cien mil personas y recibió a artistas como Bob Marley, U2, Ramones, Metallica, Nirvana, Pearl Jam, Guns N’ Roses, Red Hot Chili Peppers, Oasis y muchos otros. Durante esos siete días la ciudad es un caos absoluto, con jóvenes que abarrotan las calles con cajas y cajas de cerveza.
Por suerte, cuando el festival termina Roskilde vuelve a la tranquilidad en cuestión de horas. Y es justamente por esa tranquilidad que muchos daneses mayores o aquellos que quieren tener hijos la eligen para vivir, porque el tráfico es mínimo, la delincuencia prácticamente inexistente y la naturaleza está mucho más a mano (no solo el fiordo, también hay un enorme bosque a un paso de la ciudad). Estas características hacen posible que en Roskilde se organicen eventos como la Vejfest (una fiesta con los vecinos de la misma calle), algo que sería impensado en Copenhague.
Nuestro estilo de vida se adaptó muy bien a la calma de esta ciudad del interior de Dinamarca. Andamos mucho en bicicleta, compramos en el Roskilde Bazar (un supermercado ¿turco? que vende yerba para el mate), paseamos por la orilla del fiordo, holgazaneamos en el enorme y hermoso Byparken (un parque público a cinco minutos de casa), y de vez en cuando merendamos en alguna de las muchas cafeterías de la peatonal, que tienen una excelente panadería. Cuando el clima lo permite, nos aventuramos con la bicicleta por el bosque de Boserup o si nos sentimos energéticos hasta pedaleamos hasta pueblos cercanos. No es un mal lugar para vivir en absoluto.
Es asi de simple, con orden, seguridad y lo indispensable. Hermoso lugar. No nos olvidemos que en el Shopping esta la tienda H&M.