Estimado Facundo Re: Nos complace informarle que su relato “La puerta” fue elegido por el jurado del Certamen de Relatos “Los Libros de Charlie” para integrar la Antología que será publicada con todos los textos ganadores. El jurado eligió en total 25 cuentos, de un total de 468 presentados y que llegaron desde varios países de América y Europa.
Así comenzaba el email que recibí en diciembre pasado, donde me enteraba que había ganado un concurso de relatos. No era la primera vez, pero la satisfacción en este caso era mayor, porque había un proyecto concreto de edición. Casi un año después, la Antología por fin veía la luz y recibí una invitación para participar de la presentación oficial en el lugar donde nació la idea: la biblioteca Los Libros de Charlie, en San Luis capital.
Otro país
Para el viaje de ida compré el pasaje en una desconocida (para mí) empresa sanjuanina llamada Del Sur y Media Agua. Debo reconocer que ese curioso nombre no me dejaba muy tranquilo, pero fue el único servicio directo que pude conseguir de Rosario a San Luis. El colectivo, sin embargo, superó todas mis expectativas. Llegó estrictamente a horario, los asientos eran grandes y cómodos, proveían mantas y almohadas, había pantallas individuales, enchufes para cargar el celular y nos dieron desayuno, almuerzo (entrada y plato caliente) y merienda. Incluso se podía comer con vino, y como aperitivo ofrecían whisky, gancia o fernet. En todos mis años de viaje nunca tuve un servicio igual, ni en colectivo ni en avión ni en tren.
Nueve horas después de un plácido viaje entrábamos en la provincia que hace un tiempo adoptó el eslogan de “San Luis, otro País”. Aunque algunos tildaron la frase de chiste de mal gusto o de provocación, el mensaje es muy acertado: San Luis parece, en efecto, otro país. De entrada, sorprende por sus autopistas, que cruzan la provincia de norte a sur y de este a oeste. Amplias, parquizadas, en buen estado y hasta iluminadas (!). San Luis tiene casi el 40% del total de las autopistas argentinas, siendo que es una de las provincias más pequeñas del país (en el puesto 18 de 23).
Las sorpresas siguieron en la llegada a la capital. La terminal es un edificio enorme y moderno, de diseño vanguardista, a tono con las sierras que rodean la ciudad. Más que una estación de colectivos parece un aeropuerto. Se lo comenté al taxista que me llevaba al centro.
—Es linda, ¿no? —asintió—. La hicimos hace seis años.
Me sorprendió el uso de la primera persona para hablar de una gestión estatal, algo que sería común en el resto de la visita.
De camino al hotel, pude darle un primer vistazo a San Luis. Pocos edificios, mucha limpieza y construcciones normales, sin la ostentación ni la pobreza extrema que se ven en otros lugares de Argentina. Con un aliciente: más del 70% de la gente en la provincia tiene vivienda propia. Un lugar tan apacible y pacífico que refuerza la idea de estar situado en otro país. Marcelo, el dueño del hotel donde me alojé, lo sintetizó en un puñado de palabras:
—Acá es muy tranquilo. Una vez mataron a un tipo, sí, hace tres años.
Cuando salí a recorrer la ciudad, me llamó la atención un monumental edificio en forma de pirámide deconstruida en lo alto de una colina. Más tarde me informarían que era Terrazas del Portezuelo, la sede del Poder Ejecutivo de la provincia. Por su ubicación elevada, en las lindes de una ciudad mayormente baja, recuerda a un antiguo castillo feudal. La analogía del feudo es la predilecta de los críticos del gobierno para atacar a los hermanos Rodriguez Saá, Alberto y Adolfo, que desde 1983 han ejercido alternativamente el cargo de Gobernador con breves intervalos. Algo paradójico, siendo que “el Alberto” (como se lo menciona en las calles puntanas) fue uno de los impulsores de la enmienda constitucional de 2007 que acabó con la reelección indefinida en la provincia.
La familia Rodriguez Saá es casi una leyenda en San Luis. Son tema recurrente de conversación, y abundan los mitos que los tienen como protagonistas. Uno de mis preferidos cuenta que la hija de Alberto estaba cenando un día en Times Square, y que cuando se disponía a pagar la cuenta el mozo le dijo que no era necesario, porque el dueño del restaurante era su padre. Simpática historia, aunque muy posiblemente falsa.
Los Libros de Charlie
La noche del viernes estaba invitado a cenar con Paola, la periodista que coordinó el concurso, y otros dos escritores que participaban en la Antología y también habían viajado para asistir a la presentación. La cita era en el coqueto hotel Premium Tower Suites, que tiene un restaurante en el séptimo piso con una maravillosa vista de la ciudad. Así conocí a Julio y a Gabriel, que junto con sus esposas tampoco querían perderse la oportunidad de ser parte del reconocimiento.
Julio andaba cerca de los setenta años, era de Villa Crespo y un orgulloso militante peronista. Enseguida demostró tener un don para la elocuencia.
—Nosotros estamos casados desde los dieciséis años. Una vez, en España, me preguntaron el estado civil y dije “acostumbrado”.
Con el correr de la velada, Julio se fue mostrando cada vez más desenvuelto, al punto de que terminó contando chistes de Jaimito.
Con Gabriel, en tanto, teníamos algunas coincidencias en el plano geográfico. Él también había nacido en Rosario, pero desde hacía algunos años vivía en Rawson, donde yo me crié. Su historia personal era contundente: el cuento con el que ganó el concurso, “Homoerectus”, lo escribió mientras estaba en terapia intensiva.
Quizás me mostré como el más discreto de la mesa, pero en cuanto tomé confianza no me privé de lanzar algunas críticas hacia el periodismo, especialmente el deportivo. Paola se reía, pero me “devolvería” la humorada muy pronto.
Al día siguiente volvimos a citarnos para la presentación, esta vez en la biblioteca Los Libros de Charlie, que organizó el concurso. Era un espacio pequeño pero muy acogedor, dentro del edificio del diario La República, el más importante de la provincia. Además de los tres escritores de afuera, se sumaron cuatro ganadores de San Luis, que también participaban en la antología.
También conocimos a Maria Antonia Salino, alias Tona, directora de la biblioteca y ex esposa de Alberto Rodríguez Saá, con quien tuvo tres hijos. Justamente uno de sus hijos, Carlos Juan, fue el motor que movilizó a Tona para abrir la biblioteca. Carlos Juan (Charlie, para los amigos) era un gran lector, y cuando se suicidó en 2015 su madre decidió reunir todos sus libros e iniciar ese proyecto cultural, como una forma de continuar su legado y superar el dolor.
Pese a su trágica historia personal, sus conexiones familiares y su pasado como diputada nacional, Tona se mostró desde el principio como una mujer sencilla y transparente, sin segundas intenciones. Nos contó la historia de Los Libros de Charlie, nos agradeció por haber ido y nos dejó una invitación abierta:
—San Luis es de ustedes para cuando quieran venir.
La presentación fue sencilla, casi íntima. Paola dijo unas palabras de agradecimiento, contó cómo se desarrolló el concurso y presentó brevemente a los autores presentes. Cuando llegó mi turno, me nombró como “el detractor del periodismo”. Buen apelativo para un evento en el edificio de un diario.
Después dio el pase a los escritores, por si alguno quería decir algo. Para sorpresa de nadie, Julio fue el primero en tomar el micrófono.
—Estamos viviendo un momento muy duro para el país y para el mundo —arremetió—. Esto que pasa acá es un oasis para los utópicos.
Acto seguido, elogió la fortaleza de Tona para llevar adelante la biblioteca, e hizo mención a su delicado estado de salud. Para ese momento, ya estábamos todos al borde de las lágrimas. Y no ayudó que la siguiente en tomar el micrófono fuera la puntana Gabriela Flores.
—Me hubiese gustado que mis padres estuvieran presentes hoy, pero lamentablemente fallecieron este año.
Le devolvió el micrófono a Paola, quien preguntó si alguien más quería hablar. Pero ante tanta potencia en las palabras ya no había mucho más que decir. Tona nos entregó un diploma y un ejemplar de la antología a cada uno (un adelanto, porque en total recibimos ¡treinta!), sacaron algunas fotos, nos entrevistaron para el diario, tomamos café y se dio por terminada la presentación.
La ciudad nueva
Con el evento terminado, me quedaban algunas horas para recorrer la ciudad y los alrededores. Paola nos llevó a conocer Potrero de los Funes, una localidad cercana que se extiende alrededor de un hermoso lago entre las sierras. Como una curiosidad, la calle principal que atraviesa el pueblo es al mismo tiempo un circuito de carreras, donde han corrido categorías como Súper TC 2000, Turismo Carretera y Top Race.
Después del almuerzo me despedí de Paola y los otros escritores, y fui por mi cuenta a conocer La Punta, otra localidad cercana a la capital, que fue la primera ciudad argentina fundada en el siglo 21 (año 2003). Como no me quedaba mucha batería en el teléfono, para llegar recurrí a la vieja escuela: preguntar. Fui a la oficina de turismo, donde me atendió una empleada de gesto aburrido.
—No sé si hay colectivos a La Punta los fines de semana. Y si hay, no sé cuándo pasan ni si entran a la ciudad.
Lo que sí sabía era dónde estaba la parada y el precio: quince pesos, para un viaje de veinte kilómetros. Una nimiedad, si tomamos en cuenta que el boleto urbano en Rosario cuesta dieciocho pesos.
Fui a la parada, y después de casi una hora de espera apareció un colectivo que iba a La Punta. La ciudad en sí no es la gran cosa. Una sucesión de barrios desperdigados sobre una planicie a los pies de las sierras, con una calle que la recorre de lado a lado y que todavía exhibe mucho terreno virgen por cubrir. Eso sí, La Punta tiene universidad, estadio de fútbol, observatorio astronómico y estudios de cine. También llama la atención por su escasez de cables. Al ser una localidad pensada y construida desde cero, todas las conexiones están bajo tierra.
Bajé del colectivo y caminé un poco por la avenida principal. El viento huracanado me recordaba mis años en la Patagonia. Después de algunos kilómetros, una enorme construcción llamó mi atención: erigido solitario en el medio de un descampado, casi como un error de guión, un cabildo. Y no cualquier cabildo, sino una replica en escala real del Cabildo Histórico de Buenos Aires, con el tamaño original que tenía antes de que empezaran con las demoliciones. Una iniciativa (cuando no), de Alberto Rodríguez Saá para el Bicentenario de la Revolución de Mayo.
El complejo también tiene una réplica de la Casa de Tucumán, inaugurada en 2016 (Bicentenario de la Independencia), y ambas construcciones están comunicadas por un sendero de piedra que representa el antiguo Camino de la Patria, que llevaba de Buenos Aires a Tucumán, con placas donde constan las 67 postas que había en el trayecto.
Lamentablemente, la Casa de Tucumán estaba destruida. Un hombre custodiaba el final del Camino de la Patria, para que nadie se acercara a las ruinas. Sin embargo, se mostró poco comunicativo cuando le pregunté qué había sucedido.
—No tengo ni idea —contestó, sin levantar la vista del teléfono.
Una rápida búsqueda en Internet me dio la respuesta: en 2017, un incendió propagado por el viento destruyó el edificio. El fuego se habría originado en una quema de pastizales de la zona, aunque tampoco se descarta que fuera intencional. De todas maneras, ya hay planes de comenzar la reconstrucción y dejarla como estaba antes. Los tiempos de San Luis, como siempre, son diferentes a los del resto de Argentina.
Muy buena síntesis, la comparto
Gracias Gabriel. Un abrazo!
MUY BUENO ¡¡¡¡¡
Muchas gracias por la lectura de siempre.