Cada país tiene su libro fundacional, aquel que marca los mitos originarios de la sociedad y define una serie de rasgos comunes a sus habitantes. En Argentina podríamos decir que es el Martín Fierro; en España, el Quijote; en Grecia, La Ilíada. Por supuesto, es una lista muy arbitraria y sujeta a discusión, pero si hubiera que elegir un libro fundacional para la ex Yugoslavia sería Un puente sobre el Drina, de Ivo Andrić.
Es una novela de algo más de quinientas páginas, estructurada sobre la historia de un puente: el Mehmed Paša Sokolović, en Višegrad, actual Bosnia y Herzegovina, muy cerca de la frontera con Serbia. Usando el puente como excusa, Andrić brinda un relato costumbrista sobre la vida en Bosnia a través de los distintos avatares políticos que sufrió la región en casi cuatrocientos años. Un territorio que, en ese tiempo, alternó entre el dominio otomano y austrohúngaro, circunstancias que modificaron la vida de los habitantes de la región.
No es un libro de historia. No hay fechas precisas, nombres muy exactos ni explicaciones de causa consecuencia. Sí se menciona como al pasar, por ejemplo, el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria a manos del serbio Gavrilo Princip (uno de los detonantes de la Primera Guerra Mundial), pero solo para entender cómo este hecho afectó a la zona de Višegrad y el día a día de sus habitantes: una mezcla de turcos, serbios, austríacos y húngaros, que profesaban hasta cuatro religiones distintas. Una ciudad multicultural, fiel reflejo de Bosnia antes de las guerras yugoslavas.
Un puente sobre el Drina comienza con un niño serbio separado de su madre en la ribera del río Drina como parte del devşirme, la práctica por la cual el Imperio otomano reclutaba niños de familias cristianas, los convertía al islam y los entrenaba como soldados de élite leales al sultán. El niño se hace musulmán, adopta el nombre turco de Mehmed y llega a ser Gran Visir. Ya en el poder, manda a construir un enorme puente en el lugar donde lo separaron de su madre para subirlo a una barcaza y cruzar el río. Y es ese puente, que se bautizó con su nombre honorífico, Mehmed Paša Sokolović, el protagonista de la historia.
El libro, publicado en 1945, fue un éxito en Yugoslavia, elevado de inmediato a la categoría de clásico y adoptado como lectura obligatoria en las escuelas secundarias. Su mensaje multiétnico y tolerante iba muy bien con los aires federalistas de la nueva nación, que acogía en su seno a habitantes de diversas religiones e idiomas. Pero no solo en su país Andrić obtuvo reconocimiento. Un puente sobre el Drina fue traducido a muchos idiomas en los años siguientes, y en 1961 el autor ganó el Premio Nobel de Literatura.
En los actuales países de la ex Yugoslavia todos quieren para sí una parte del autor. Hay calles y monumentos en su honor en muchas ciudades de las distintas repúblicas, y todos reivindican que fue en sus países donde Andrić escribió la mayor o mejor parte de sus obras. Otro tema es el asunto de su nacionalidad. Para los bosnios era bosnio, porque nació en su territorio, cerca de Travnik; para los croatas era croata, porque sus padres lo eran; y para los serbios era serbio, porque vivió gran parte de su vida en Belgrado y parece estar comprobado que en esa ciudad escribió Un puente sobre el Drina y otras de sus novelas, en los años que estuvo bajo arresto domiciliario por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los homenajes más importantes a Ivo Andrić provino del cineasta serbio Emir Kusturica, que entre 2011 y 2014 construyó Andrićgrad, una especie de pueblo-monumento en Višegrad, muy cerca del famoso puente. Es un conjunto de manzanas con calles empedradas y construcciones de aspecto antiguo, que albergan instituciones estatales, bancos, oficinas, locales gastronómicos y negocios de souvenirs. En la plaza central, como no podía ser de otra manera, hay una enorme estatua de Ivo Andrić.
Visitar Višegrad para ver el puente no nos resultó fácil. Desde Sarajevo, aunque solo está a cien kilómetros, no había transporte para ir y volver en el día, y las excursiones de agencia se cobraban una fortuna. Por eso no nos quedó más alternativa que ir desde la ciudad serbia de Užice, pagando un taxi hasta la frontera a la vuelta, y de allí un colectivo de regreso a la ciudad. Pero después de haber leído Un puente sobre el Drina, ver en persona esa magnífica obra valió mucho la pena.
Bosnia y Herzegovina siempre ha sido un país donde los puentes tienen mucha importancia. El Mehmed Paša Sokolović de Višegrad, el puente Viejo de Mostar, el puente Latino de Sarajevo… Y también los puentes simbólicos: un puente entre oriente y occidente, entre culturas, etnias y religiones distintas. Aunque lamentablemente, en esta Bosnia de posguerra de hoy, donde los territorios están marcados con banderas y templos religiosos, poco ha quedado de ese carácter multiétnico tan orgulloso que exhibía la ex Yugoslavia y su obra literaria más importante, Un puente sobre el Drina.