Una prueba para Asterix

Las doce pruebas de Asterix es una película animada en la que Asterix y Obelix se enfrentan a doce pruebas impuestas por Julio César para demostrar que son tan poderosos como los dioses. Paréntesis: quien no sepa qué o quiénes son Asterix y Obelix vaya ya mismo a su librería más cercana. No sabe lo que se está perdiendo. Cierro el paréntesis.

La prueba número ocho es una de las más complejas para ellos, ya que no se puede resolver por la fuerza. Se trata de entrar en un enorme edificio de oficinas y obtener un formulario especial, pasando a través de un sinnúmero de empleados que lo único que hacen es redirigir a nuestros héroes a otra oficina en busca de otro papel, en un bucle infinito e inútil. ¿Y qué tiene que ver esto con Dinamarca? Bueno, es que conseguir los documentos básicos para residir en el país se parece demasiado a una remake escandinava de Las doce pruebas de Asterix.

Técnicamente, al estar dentro de la Unión Europea, aplica el derecho de cualquier ciudadano de algún país de la comunidad a residir sin problemas. Y gracias a mi recientemente adquirida ciudadania italiana (gracias abuelo Mariano) puedo gozar de ese derecho también. Pero los daneses lo interpretan con algunas libertades, y lo que a priori debería ser una tarea sencilla se convierte en un camino plagado de burocracia. Y lo digo viniendo de Argentina, un lugar donde para pagar la compra del supermercado con tarjeta hay que presentar DNI, firmar un recibo y dejar tu número de teléfono…

Para empezar, sí, un ciudadano europeo puede vivir y trabajar en Dinamarca sin hacer ningún trámite hasta tres meses. Pasado ese plazo, y para poder quedarse más tiempo, ya es necesario obtener un documento llamado “residencia europea”. Acá empieza a ponerse interesante: para obtener la “residencia europea” hay que presentar un contrato de trabajo, que demuestre que no viniste a Dinamarca a hacer la plancha. Esto lo hablé muy claro con mi agente de empleo, Anders, cuando fui a la entrevista para el puesto de dækmontør.

—Sí, sí, no hay problema —fue su segura respuesta, antes de firmar un “acuerdo” laboral entre la empresa y yo.

Con el “acuerdo” en mano me dirigí a la Statsforvaltningen, la “Administración del Estado”, a solicitar la “residencia”. La empleada examinó mi “acuerdo” como si fuera la contratapa de una novela en la mesa de saldos, antes de devolvérmelo con una mirada gélida.

—Esto no es un contrato —dijo, señalando lo obvio—. No dice cuántas horas vas a trabajar ni cuánto te van a pagar. No sirve.

Frustrado, salí de la Statsforvaltningen y llamé a Anders para preguntarle si me podía enviar otro documento, con los datos requeridos por el Estado. Dudó, consultó con un colega y concluyó que no, que no podía.

—Lo que tenés que hacer es trabajar con nosotros doce semanas, y después con eso podés probar que tenés empleo y conseguir la residencia. Mientras tanto, necesitás registrarte en la página web del Skat para hacer tu tax card, así te podemos pagar el sueldo.

Paso en limpio. El Skat es el organismo estatal encargado de los impuestos (la Afip de ellos, para los argentinos). Algo curioso es que la palabra skat significa en danés, además de “impuesto”, “querido/a” y “tesoro”. Volviendo a los consejos de Anders, me apresuré a hacer mi tax card (una especie de declaración de ingresos) ya que, en caso contrario, el 55% de mi sueldo iría a manos del Estado (que, por otra parte, en condiciones normales se lleva un nada desdeñable 38%).

Cumplido ese trámite con relativa sencillez, el siguiente paso fue buscar un banco donde abrir una cuenta para que ingresara el vil metal. Después de un breve tour por las entidades financieras danesas, los requisitos principales se podían reducir a tres: pasaporte, contrato de trabajo y yellow card. La yellow card (en danés sundhedskort) se usa para recibir tratamiento médico en Dinamarca, así como identificación personal para la mayoría de los trámites estatales. ¿Y cómo se consigue ese pequeño plástico amarillo? Obteniendo el número de CPR, claro (si llegados a este punto ya se aburrieron, pueden al menos comprender la analogía con Las doce pruebas de Asterix).

CPR es la sigla para “registro central de la persona”, un número personal que deben poseer todos aquellos que pagan impuestos en Dinamarca, necesario para cualquier tipo de servicio que se quiera obtener del Estado, así como también de gran parte del sector privado. ¿Y qué se necesita para tener un CPR? ¡El certificado de “residencia europea”, por supuesto! Así que estaba en mi propio bucle infinito.

Dediqué los días siguientes a explorar los requisitos de los bancos más oscuros de Dinamarca (como esos que persiguen en la genial serie Bedrag) y di con dos que podían llegar a funcionar: una cooperativa de una cadena de supermercados y otro que solo operaba por Internet. El de la cooperativa exigía que te hicieras miembro, pagando doscientas coronas (30 USD) y de paso accediendo a una serie de descuentos en los negocios asociados. Pero una vez cumplimentado este paso, me topé con que uno de los requisitos para abrir la cuenta bancaria era (adivinen) la yellow card. Descartado, al menos me quedó el 10% menos en lácteos.

El banco online, por otra parte, pedía a su vez otro trámite (¿creían que exageraba con lo de Las doce pruebas…?), que era la obtención del NemID. Este nuevo hallazgo es un código personal (como el CPR, pero distinto) que se usa para verificar tu identidad de forma segura al hacer trámites por Internet. Sirve, por ejemplo, para realizar operaciones bancarias, registrar un cambio de domicilio, sacar turno médico y hasta para apostar resultados deportivos. Para conseguir el NemID bastaba con ir a la oficina municipal más cercana con un testigo que ya lo hubiera obtenido, pero claro que no iba a ser tan fácil. Cuando nos presentamos con Ro, que ya lo tenía, nos rebotaron porque era muy reciente y todavía no servía para ser testigo de otros. Así que tuve que recurrir a Sol, nuestra casera, que con su pasaporte islandés logró que me lo otorgaran en menos de cinco minutos. Ya con el NemID en mano, me dispuse a abrir la cuenta en el dichoso banco online, solo para avanzar algunos pasos y enterarme que necesitaba (¿adivinan otra vez?) la yellow card.

Graduado de paria financiero, tuve que recurrir a usar la cuenta de Ro para cobrar mi sueldo, y al menos esto funcionó sin problemas.

Un mes y medio después de haber empezado a trabajar me arriesgué a una segunda incursión en la Statsforvaltningen. Todavía no tenía contrato, pero sí trabajo confirmado por las dichosas doce semanas y una serie de emails donde figuraban las horas que iba a trabajar y lo que se me iba a pagar. Sabía que había pocas probabilidades de éxito, pero los vikingos se enfrentaron a peligros más grandes y desconocidos y salieron victoriosos.

No fue mi caso.

—Esto no sirve —me dijo un empleado con tono amable, pero firme—. Si no te dan contrato necesitás traer recibos de sueldo de tres meses para obtener el certificado de residencia.

Nuevamente derrotado, me dediqué a trabajar durante las siguientes semanas, resignándome a no estar en el sistema legal y financiero de un país que puso el año 2030 como límite para dejar de usar el dinero en efectivo.

Y a todo esto, ¿cómo sortean Asterix y Obelix la prueba de la burocracia? Cambiando el enfoque. En vez de pedir el formulario que necesitan, el A-38, Asterix empieza a preguntar sobre un formulario imaginario, el A-39, supuestamente requerido por un nuevo decreto, también falso. De esa manera, logra que los trabajadores caigan víctimas de su propia locura, sumiendo el lugar en un caos. Finalmente, el jefe del edificio les da la forma A-38 para que dejen de molestar a sus empleados.

Tres meses después, Copenhague me dio la bienvenida

Yo no volví loco a nadie, pero también recurrí a la técnica de cambiar el enfoque. Cuando todavía faltaban quince días para cumplir las dichosas doce semanas de trabajo y reunir los recibos de sueldo necesarios para obtener el certificado de residencia europeo (y la larga lista de papeles que venían detrás) conseguí otro trabajo, que desde el primer día me ofreció un contrato que cumplía todos los requisitos. Con el dichoso papel en mano, y 103 días después de haber llegado a Dinamarca, irrumpí por tercera vez en la Statsforvaltningen y emergí triunfante, habiendo cumplimentado la prueba. El jefe Abraracúrcix estaría orgulloso.

Bonus track: el segmento de Las doce pruebas de Asterix donde se enfrentan al desafío de la burocracia. Imperdible.

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