Ya repuestos de la pérdida del auto y habiendo planificado a grandes rasgos lo que queda del viaje, seguimos camino yendo hacia el norte de la isla sur de Nueva Zelanda y dejando atrás lugares que no vamos a olvidar como Dunedin y Milford Sound.
En la última semana estuvimos dos días en Queenstown, donde anduvimos en jet boat (una lancha de alta velocidad que puede navegar sobre 10 centímetros de agua), jugamos al frisbee-golf (como el golf pero con frisbees, je), comimos churros en la cafetería Patagonia y visitamos Glenorchy, un hermoso pueblo en la montaña donde se filmaron varias escenas del Señor de los Anillos.
Después subimos y atravesamos la región de la West Coast, donde pasamos por lugares como Haast, el pueblo más caro del mundo (16 dólares por un poco de pan, jamón y queso para hacer unos sandwiches), Blue Pools (las aguas más transparentes de Nueva Zelanda), y Reefton, un pueblo que mantiene una arquitectura típica del siglo XIX, cuando estaba en plena fiebre del oro.
Luego de eso entramos en la región de Marlborough (nada que ver con los puchos), famosa por ser el hogar del Parque Nacional Abel Tasman, uno de los más conocidos de Nueva Zelanda, con vegetación semi tropical y hermosas playas de arenas blancas y aguas cristalinas (aunque fría como en todo el país). Allí realizamos una caminata de 20 kilómetros que nos llevó siete horas y nos dejó de cama, pero conocimos un pequeño paraíso caribeño en la otra punta del mundo.
En esa zona aprovechamos también a conocer Te Waikoropupu Springs (o como lo llaman los kiwis, Pupu Springs), el manantial de agua más puro del mundo, la increíble playa de Wharariki Beach, con sus dunas de arena blanca y extrañas formaciones rocosas, y Farewell Spit, el banco de arena natural más largo del mundo. Todo junto forma la Golden Bay, una de las regiones más lindas que hemos visto en este país.
La recorrida por la isla sur finalizó visitando de pasada la interesante ciudad de Nelson y la no tan interesante Blenheim para terminar en Picton, un pequeño pueblo junto al mar que no tiene nada excepto el puerto desde donde salen los ferries que cruzan a la isla norte. Aquí pusimos en cuestión la famosa puntualidad anglosajona, ya que la embarcación que nos llevaría a Wellington partió con dos horas de retraso, con lo cual no pudimos ver nada durante el viaje porque se hizo de noche apenas zarpamos.
En Picton con el Pato Donald
Así le dijimos adiós a nueve meses increíbles en la isla sur de Nueva Zelanda, de la cual podemos orgullosamente decir que la recorrimos de punta a punta. Otros destinos nos esperan y seguramente nos sorprenderán también en su momento, pero siempre guardaremos un lugar en nuestra memoria para este hermoso pedazo de tierra.