Todavía faltan unas siete horas para que dejemos Darwin, en el norte de Australia, pero aun así ya es factible pasar a las inevitables conclusiones de otro fin de año laboral/viajero. No es que descarte una sorpresa de último momento, porque de eso este país nos ha dado un montón, pero a esta altura creo que ya nada puede sorprendernos.
Es que nos ha pasado de todo este año. Y no lo digo en un sentido dramático ni ególatra, sino como una descripción corta y acertada de lo que ha sido nuestra estadía. A diferencia de Nueva Zelanda, nuestro año en Australia ha tenido muchos más matices, sin que esto signifique nada bueno o malo por sí mismo.
Melbourne
La comparación es inevitable. Un año en Nueva Zelanda, otro en Australia, ¿cuál es mejor? ¿En qué se diferencian? A esta última pregunta respondería: en casi todo. Desde los paisajes naturales a los deportes que los apasionan (los kiwis adoran el rugby, los aussies el footy) hasta la forma de ser de la gente. En Australia hay una multiplicidad de etnias y nacionalidades inexistente en sus vecinos. A la enorme ola migratoria de ingleses, italianos, chinos, vietnamitas, griegos, malayos y un largo etcétera, hay que sumarle los aborígenes originarios de estas tierras, masacrados durante la primera colonización y desterrados al outback en tiempos más modernos.
No existe una identidad australiana como tal, pero no es de sorprenderse. Es un país joven, y con semejante crisol de personas es de esperar que pasen varios años antes de que la cultura de origen de cada uno remita y comience a aflorar un apego hacia este lugar. Estamos hablando quizás de una o dos generaciones más, cuando niños nacidos en Australia puedan decir que tienen padres australianos y, quizás, recién algún abuelo chino o italiano.
Perth
Mientras tanto, y si vienen leyendo el blog, sabrán que lo que se denomina al día de hoy “australiano” no nos ha gustado demasiado. Muchas ocasiones en las que nos hemos sentido defraudados, engañados y estafados como para tenerles demasiado aprecio. Sumado a eso que muchos tienen una forma de ser, digamos, ruda. Falta de educación como para eructar en todo momento y lugar, no bañarse todos los días, emborracharse cada noche, discriminar, entre otras. Sí, lamento desencantarlos, pero Australia no es el país civilizado que describen en las revistas dominicales de los diarios.
Por supuesto sus ciudades son seguras y limpias, el transporte público funciona con relativa puntualidad, los salarios son altos (como así también el costo de vida) y todo tiene aspecto de estar bien organizado. No es un mal lugar para vivir en absoluto.
Halls Creek
Australia es grande, enorme. Tanto que de Halls Creek a Perth, la capital del estado (lo que nosotros llamaríamos provincia), hay 2800 kilometros. O como para que un vendedor de computadoras en Darwin me diga que puede mandar a pedir el modelo que quiero a Alice Springs, a 1500 kilómetros, describiéndolo como “relativamente cerca”. Esto tampoco ayuda en la construcción de una identidad nacional. Miles de australianos que viven en Melbourne en su vida han puesto un pie en Perth o visto Uluru.
Pero fuera de divagaciones, ¿qué fue Australia para nosotros? Fue otra gran experiencia y crecimiento personal, y volviendo a las comparaciones, mayor que en Nueva Zelanda. Tuvimos, por si hacía falta, que valernos todavía más por nosotros mismos, porque durante mucho tiempo estuvimos bastante solos. Mejoramos en gran medida el inglés, tanto que terminamos atendiendo un bar/restaurant por nuestra cuenta. Hicimos amigos internacionales como nunca antes, ya que casi no nos cruzamos con latinos en toda nuestra estadía. Ahorramos más dinero que en Nueva Zelanda, e incluso más del que imaginábamos en primer lugar. Tenemos nuestras críticas, sí, pero en absoluto ha sido un año negativo.
Ahora es tiempo de disfrutar de nuestro trabajo, que ha sido intenso. Un avión nos espera para empezar un nuevo capítulo de esta aventura. ¿A dónde nos llevará? ¿Qué nuevos y locos destinos tenemos pensados? Tendrán que esperar un poco para leerlo. Lo único que puedo adelantarles es esto: yo mismo no puedo esperar para estar ahí.