Hay una famosa cita que se le atribuye a Winston Churchill sobre los Balcanes, pronunciada durante la Segunda Guerra Mundial: “Los Balcanes es una región que engendra más historia de la que puede consumir”. La frase, no por manida carece de actualidad. Los países de la antigua Yugoslavia están lejos de considerarse “asentados”. Eslovenia y Croacia son quizás los que más van en punta en este aspecto, pero el resto está en veremos. Bosnia todavía se debate entre tres etnias que pugnan por el control, Montenegro clama por una identidad propia, Serbia “hace los deberes” para que Europa por fin le abra las puertas, Kosovo declaró su independencia pero es reconocida a medias. Y Macedonia del Norte, de la que poco solemos escuchar, cambió oficialmente su nombre dos días antes de que nosotros llegáramos.
Hasta hace no mucho, si uno veía un mapa de la zona se leía “Macedonia”, y entre paréntesis ARYM, que significaba “Antigua República Yugoslava de Macedonia”. Era una denominación provisoria, con la que la comunidad internacional quería reconocer la soberanía del país y al mismo tiempo no irritar a los griegos, que veían como una ofensa que ese Estado al norte de la península helénica pretendiera llamarse como el antiguo reino de Alejandro Magno. En cierta medida, la postura griega es entendible: Alejandro era griego, hablaba griego y su reino estaba en lo que hoy es Grecia (la actual provincia de Macedonia, cuya capital es Salónica). A principios de 2019 el parlamento de Macedonia (el país) aprobó un acuerdo con Grecia mediante el cual el pequeño Estado pasaría a llamarse Macedonia del Norte, y fin de los problemas. Por ahora.
La cuestión de la identidad de Macedonia del Norte no termina en el nombre. Skopie, la capital, es el fiel reflejo del dilema existencial que tienen los macedonios, o al menos sus gobernantes. En 2010 se lanzó un proyecto llamado Skopie 2014, destinado a dotar a la ciudad de una serie de monumentos y edificios públicos que le dieran un aspecto más histórico y atrajera turistas. Se gastaron millones de euros (entre muchas denuncias de corrupción) y el resultado fue nefasto: Skopie parece hoy un parque de atracciones de Disney. Hay cientos de estatuas por todas partes, que recuerdan a personalidades normacedonias de dudosa importancia, edificios gubernamentales con arquitectura de la Grecia clásica, y otros grotescos solo porque sí, como la casa-museo en homenaje a la Madre Teresa de Calcuta (nacida en Skopie).
Además de lo ridículo que es construir edificios nuevos como si fueran viejos, hay que tener en cuenta que ni siquiera es un patrimonio cultural propio. Quisieron hacer de Skopie una especie de Atenas remodelada a su aspecto del siglo cuatro antes de Cristo, excepto que Skopie no es Atenas, y Macedonia del Norte no es Grecia. La frutilla del postre del plan Skopie 2014 es la estatua gigante en la plaza central del “guerrero a caballo”, apelativo impuesto para no llamarlo impunemente “Alejandro Magno”. Cosa que, por otra parte, sí hicieron con el principal aeropuerto del país y con la autopista más importante, aunque luego tuvieron que dar marcha atrás y nombrarlos de otra manera.
Y para redondear esta kermesse bizarra que es la capital de Macedonia del Norte, los colectivos urbanos que circulan por Skopie son rojos, de dos pisos y aspecto sesentoso, diseñados de esa manera a pedido del gobierno, para parecerse a los colectivos de fabricación británica que se usaban en Skopie durante los años 1950 y 1960, y sumar así otra atracción a la ciudad. La introducción de estos colectivos, fabricados en China, ha recibido críticas de la propia población y de los partidos de la oposición, que afirman que el aspecto retro y la altura más alta de los vehículos no es práctico para las calles de la ciudad. Quizás lo más triste de todo es que, pese a estos denodados esfuerzos por atraer más turistas, las cifras de visitantes extranjeros están casi tres veces por debajo que cuando el país formaba parte de Yugoslavia.
En un intento por comprender de dónde salieron tantos conflictos identitarios, visitamos el Museo de Macedonia del Norte, donde un guía local nos llevó por un recorrido de dos horas a través de diversas figuras de cera que ilustraban la historia nacional. Según el recorte del museo, todo comenzó con unos guerrilleros búlgaros, que en el siglo diecinueve se cansaron de las vejaciones que implicaba vivir bajo el imperio Otomano y empezaron a combatirlo. No obtuvieron demasiados resultados, pero sentaron las bases de lo que se considera la identidad nacional, y muchos de esos combatientes son hoy los próceres del país.
A medida que avanzaba el recorrido, estábamos cada vez más confundidos. La historia que contaba el guía no estaba muy bien hilvanada, y había muchos puntos sin aclarar. A veces nos mostraba unos mapas en cirílico, con fronteras difusas, y decía cosas como:
—Macedonia era más grande, pero después de la Primera Guerra Mundial los griegos se quedaron el sur, le pusieron Macedonia y ahí empezaron los problemas.
Curiosa visión de los hechos. Antes de que pudiéramos decir nada, aclaró:
—Pero no tenemos reclamaciones territoriales.
Lo que sí iba quedando claro a medida que avanzábamos por las distintas salas era que Macedonia del Norte tenía (o tiene) tres enemigos clave: los serbios, los griegos y los búlgaros. Con los dos primeros están los problemas territoriales, y con los últimos reside quizás el aspecto central de la identidad normacedonia: que la población, durante muchísimos años, era búlgara. De hecho, el mismo guía se refería a los guerrilleros del principio como “búlgaro-macedonios”.
Cuando llegó el momento de la época yugoslava, pareció que la velocidad de la historia que contaba el museo avanzaba de forma abrupta. Apenas un par de salas (bastante críticas, por cierto) para mostrar casi cincuenta años de historia, siendo que habíamos recorrido al menos otras diez salas para conocer los años de la guerrilla en la montaña. Antes de que siguiéramos adelante, le pregunté al guía qué pensaban los macedonios del Mariscal Tito.
—La mayoría de la gente tiene un buen recuerdo, fue un balance entre oriente y occidente. Y para la gente más grande…
Hizo una pausa. Pensé que se venía una catarata de insultos.
—…fue lo mejor que les pasó en la vida —concluyó—. Abrió fábricas, construyó viviendas, podían irse de vacaciones dos o tres veces al año.
Después de esto, y cuando esperábamos que vinieran las salas que hablaran de la independencia de Macedonia del Norte, llegamos al vestíbulo donde habíamos comenzado la visita.
—Bueno, y eso es todo. En el 91 declaramos la independencia, ahí pueden ver una copia del acta. Muchas gracias por venir.
Nos fuimos un poco aturdidos, con la sensación de que nos habíamos perdido de algo importante.
Cuarenta kilómetros al oeste de Skopie visitamos Tetovo, una ciudad donde los problemas de identidad de Macedonia del Norte se complican todavía más, ya que ahí la mayoría de la población es albanesa. En Tetovo hay muchas más mezquitas, mucho menos alfabeto cirílico (en el que se escribe el macedonio) y hasta cementerios exclusivos para los albaneses. Todos estos derechos fueron conquistados en un acuerdo del año 2001, después de meses de enfrentamientos entre el ejército de Macedonia del Norte y la guerrilla albanesa del UCK, que había culminado su tarea con éxito en Kosovo, logrando la expulsión de los serbios. De esta manera, Macedonia del Norte, que era la única república de la ex Yugoslavia que se había mantenido al margen de los conflictos armados, también tuvo su guerra.
Tetovo es también una muestra de la idiosincrasia de las poblaciones balcánicas más pequeñas, donde se ve un enorme predominio de hombres en las calles o sentados en los bares, fumando, pasando horas y horas con apenas un café. Una cantidad demasiado llamativa, que supera casi siempre a las mujeres en una proporción de diez a uno.
Para salir un poco de los dilemas históricos viajamos al sur de Macedonia del Norte, en busca de los lugares más turísticos que el país tiene para ofrecer. Así llegamos a Bitola, una agradable ciudad cerca de las montañas, puerta de entrada del Parque Nacional Pelister. Es un entorno natural muy agradable, lleno de senderos entre los pinos, aunque, por coincidir nuestra visita con el invierno, estaba bastante nevado. Después de una agotadora caminata atravesando desoladas pistas de esquí, fuimos recompensados con unas sillas frente a una chimenea a leña, donde esperamos junto a dos hombres mayores sin hacer nada, casi sin hablar, con la vista perdida en el fuego, a que llegara el taxi que nos llevaría de vuelta a la ciudad. Una experiencia muy eslava.
El taxista, por su parte, resultó ser todo un personaje. No paró de hablar un segundo en los veinte minutos de trayecto, destacando a cada momento su admiración por Estados Unidos.
—En dos años me voy a mudar a Estados Unidos con mi familia. Macedonia es muy pobre, trabajando acá apenas alcanza para sobrevivir. Allá hay muchas oportunidades. ¿Conocen a Nikola Tesla?
—Sí.
—Él era serbio, y nosotros con los serbios somos hermanos, así que vivíamos juntos en Yugoslavia. Bueno, un día Tesla fue a hablar con el rey de Yugoslavia y le ofreció iluminar Belgrado con electricidad, prometiéndole que habría más luz de noche que de día. Pero el rey le dijo que estaba loco y no aceptó su oferta. Así que Tesla se fue a Estados Unidos, y allá sí pudo desarrollar su trabajo e inventó la corriente alterna.
Una anécdota interesante, pero incomprobable. En un intento de cambiar de tema, elogié el paisaje que nos rodeaba.
—Sí, no está mal —concedió el taxista—. ¿Ven esa montaña de ahí? La llamamos Montaña Baba, que significa “abuela”. Es una de las más altas de Macedonia, pero no es la gran cosa. En Estados Unidos hay cientos como esa.
Y así siguió el resto del viaje, contándonos las bondades del país del norte.
La última parada antes de abandonar Macedonia del Norte fue en Ohrid, quizás el lugar más turístico del país. Está junto a un hermoso lago del mismo nombre, tiene un pequeño centro histórico con antiguas casas otomanas y algunas lindas iglesias. Un lugar apacible, para disfrutar del sol y de la deliciosa gastronomía balcánica.
Veinticuatro horas después abandonamos la Antigua República Yugoslava de Macedonia, ahora Macedonia del Norte. En la frontera acababan de cambiar la cartelería por una provisoria, con la nueva denominación. Igual que sus vecinos, Macedonia del Norte está en una cruzada para redefinir su identidad.
Hay mucha historia escrita, pero seguramente sus pueblos han tenido que sobrevivir como pudieron con tantas idas y vueltas.