Mis expectativas eran bajas cuando llegamos a Liverpool. Estaba cansado luego de una agotadora semana caminando por las montañas de Gales, el repentino caos de tráfico, que no experimentábamos desde Londres, tampoco ayudaba y mucho menos el hecho de que nuestro anfitrión de Airbnb decidiera no abrirnos la puerta. Era la ciudad los Beatles, sí, pero eso no significaba gran cosa para mí, ya que soy incapaz de recitar dos versos seguidos de cualquiera de sus canciones.
Sin embargo, todo cambió a poco de empezar a recorrer sus calles. La ciudad era más atractiva de lo que esperaba y se esforzaba en resultar interesante, con gran variedad de museos y muestras completamente gratuitas. Por supuesto que los Beatles aparecían detrás de cada esquina, en forma de souvenirs, monumentos callejeros y todos sus hits sonando en cuanto negocio entráramos. En Matthew Street, la calle donde se sitúa el famoso club The Cavern donde la banda hizo su debut, todos quieren un pedazo de la historia. El pub The Grapes, por ejemplo, se jacta de ser el lugar de reunión donde John, George, Ringo y Paul iban por unas cervezas antes de cada presentación.
Liverpool
Los Beatles por todos lados
Eran las once de la mañana cuando entramos a The Cavern, un horario completamente inusual para cualquier otro club nocturno del mundo. Mucho más extraño era que también entraban niños, ancianos y grupos de turistas con grandes cámaras de fotos, es decir, todo tipo de personas excepto las que uno esperaría encontrar en un local de ese tipo.
Descendimos diez o doce metro bajo tierra por una escalera pintada de negro y nos encontramos con el típico antro nocturno, de esos que frecuentábamos nos contaban en nuestra época universitaria: techos bajos, poca luz, pisos pegadizos por el alcohol derramado y cerveza servida en vasos de plástico. A un costado había un pequeño escenario, donde un cuarentón entonaba éxitos de los Beatles y por todas partes se veían fotos de famosos, instrumentos y merchandising a la venta.
The Cavern, por dentro y por fuera
Sí, no era la gran cosa, y ni siquiera era el Cavern original, demolido en 1973, pero aun así, con las inconfundibles melodías de los Beatles sonando de fondo, uno no podía menos que contagiarse del espíritu beat de los 60. Al fin y al cabo, reformado o no, era el lugar preciso donde la mejor banda de todos los tiempos debutó en 1961 y realizó 292 recitales hasta su última aparición en agosto del 63. Fanático o no, empezaba a entender que The Cavern y los Beatles son una referencia cultural ineludible. Después de terminar la cerveza más temprana de nuestras vidas a las 11.30 am, salimos del subsuelo de The Cavern para seguir explorando Liverpool.
Aunque las letras de los Beatles siempre me sonaron bastante lisérgicas y psicodélicas —y probablemente algunas de ellas lo son—, también es cierto que contienen referencias a la ciudad que los vio crecer. Strawberry Fields Forever, ese himno que Lennon escribió casi como un psicoanálisis de sí mismo, menciona un sitio real como Strawberry Field, un orfanato del Ejército de Salvación que realizaba eventos a los que al pequeño John le encantaba asistir. Hoy en día, lamentablemente, Strawberry Field no es más que un terreno baldío con unos yuyos de la altura de Ginóbili, en el que sólo queda una réplica de la verja roja decorada con frutillas que le daba nombre al sitio.
Strawberry Fields Forever…
Esto no tiene nada que ver con los Beatles, pero no podía dejar de mencionar la curiosa iglesia católica de Liverpool
Y por dentro…
En la misma senda de la nostalgia por los primeros años en Liverpool, McCartney escribió Penny Lane, una canción que habla de la vida diaria en una pequeña calle de un barrio periférico de la ciudad, donde él y Lennon solían encontrarse para tomar el colectivo que los llevaba al centro. Penny Lane describe con exactitud la vida del barrio, que incluye al peluquero —quien, por supuesto, se jacta de haberle cortado el pelo a John, Paul y George cuando eran niños—, la estación de bomberos y un cobertizo en el medio de una rotonda.
La calle se ha convertido, junto con Abbey Road, en una de las más famosas del mundo, y es habitual ver siempre muchos curiosos —como nosotros— paseando en busca de una foto. De hecho, a alguien se le ocurrió que era una buena idea abrir una tienda temática, pintar fuera un gran mural de los Beatles y terminar la obra colocando el submarino amarillo original que se utilizó para promocionar Yellow Submarine, la película animada de la banda de 1968. Aunque pequeño, es un submarino real, fabricado por un joven de la pequeña ciudad de Grimsby meses antes del estreno de Yellow Submarine. El muchacho era un entusiasta de los mares, y no se sabe con certeza si conocía o no la canción al momento de construir su obra, pero ganó tanto reconocimiento con su llamativa nave subacuática mientras la probaba en una pileta local que el representante de los Beatles ofreció comprársela para fines publicitarios por 50 libras.
En realidad, la canción que había escrito Paul —y cantaba Ringo— poco tenía que ver con la vida en el océano. Y aunque McCartney siempre aseguró que la letra estaba pensada como una canción para niños, no fueron pocos los que creyeron que se trataba de algo más… extraño. De hecho, la película apoyó todavía más esas versiones, con un argumento que más que un relato infantil parecía una versión marítima de Alicia en el país de las maravillas. Connotaciones al margen, la canción fue un éxito, y prácticamente todo el mundo reconoce ese pegadizo estribillo que repite: “we all live in a yellow submarine, yellow submarine, yellow submarine…”.
Penny Lane y el yellow submarine de fondo, más Beatle imposible
Sí, otra iglesia. En este caso la catedral anglicana que cita la biblia en luces led
Al momento de irnos de Liverpool no me invadió la nostalgia, ni tampoco fue de esos lugares que desearía haberme quedado más tiempo o espero volver en el futuro cercano. Pero mientras caminábamos bajo la lluvia rumbo a la estación de colectivos e intentaba recordar por enésima vez la letra de A Hard Day’s Night —aquella canción que el gran Sandro inmortalizó en español como Anochecer de un día agitado—, supe que la ciudad ya nunca más volvería a resultarme indiferente. Que cada vez que escuchara uno de esos alegres estribillos sesentones de los Beatles no podría menos que recordar los días que pasamos en la siempre nublada y portuaria Liverpool. Y que una sonrisa vendría inevitablemente acompañada de esos recuerdos. Después de todo, all you need is love.