Las tierras bajas

Holanda no es un país. No sé cuándo, cómo y por qué empezamos a referirnos a ese territorio entre Bélgica y Alemania como Holanda pero es incorrecto. Su verdadero nombre en español es Países Bajos, lo cual tiene sentido porque una cuarta parte del terreno está situada al nivel del mar o por debajo de este. De hecho su nombre original, Nederland, está formado por las palabras tierras (land) bajas (neder). Holanda es apenas una región situada en la parte occidental del país. 

Lecciones de geografía que te da viajar por Europa. Geografía en la que que otros países están todavía más atrasados que nosotros, como comprobamos luego de hacer check in en un hostel en las afueras de Ámsterdam. Subimos a nuestra habitación compartida, en la que ya había dos jóvenes instalados. Uno no nos dio ni la hora pero el otro enseguida quiso entablar charla —no sé cuál de las dos actitudes nos sienta mejor verdaderamente.

—¿De dónde son? —preguntó, en inglés porque, no importa en el lugar del mundo en que te encuentres, siempre hay que asumir que todos hablan inglés.

—Argentina —respondimos, y agregamos más por respeto que por interés— ¿y vos?

—California.

La última vez que chequeamos California era un estado de Estados Unidos, cosa que igual no tendríamos por qué saber, ya que dudo que él entendiera de qué hablábamos si nosotros le decíamos que éramos de Santa Fe. Pero es esa costumbre tan yanki de contestar con el nombre de su provincia y no del país —a veces es peor, cuando te responden “América” por ejemplo. No, hermanito, América es un continente, yo también soy de América.

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Como el famoso cartel de “IAmsterdam” está siempre lleno, Ro posó sólo con la R

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Tras sacarnos un cero en la materia “amistad en el hostel” salimos a recorrer la ciudad. No importa que tan lejos se esté del centro, Ámsterdam se mantiene ordenada, segura, limpia y cara. Un boleto simple de tranvía cuesta tres euros, razón de más para dejar de lado la posibilidad de viajar en alguno de esos modernos vehículos pintados con la figura del segundo mejor jugador de la historia del fútbol, el holandés —sería neerlandés en realidad, pero a fines prácticos voy a insistir con el error— Johan Cruyff, fallecido recientemente.

Para combatir los sobreprecios del transporte los locales usan y abusan de la bicicleta. No hay calle que no tenga bicisenda exclusiva para ellos —también pueden circular motos—, muchas a veces a expensas de dejar a los peatones sin vereda, y cuidado con osar circular por el camino marcado para las bicis. Lo más suave que te pueden hacer es llamar tu atención con una molesta campanilla que todas tienen incorporada, pero han llegado a gritarnos o hasta tratar de atropellarnos decididamente. Las bicicletas no frenan, no dan paso, no respetan el semáforo y cuando tienen ganas usan también la vereda. Los ciclistas han hecho propios todos los vicios que ellos mismos les cuestionaban a los automovilistas.

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La ciudad de los canales

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…y las bicis

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La dejan en cualquier lado

La estructura urbana tiene otro detalle extraño, los barcos anclados que funcionan como casas en algunos de los cientos de canales que tiene la ciudad. Son hogares como cualquier otro, con cocina, baño, plantas y perro, con la única salvedad de que están sobre el agua. Los precios son algo más económicos que las casas normales pero requieren mucho más mantenimiento, ya que a las más viejas hay que llevarlas cada tres o cuatro años al astillero. Además, se paga un alquiler por el espacio para estacionar el barco, sumado a los gastos comunes de agua, electricidad y gas. Si aun así les parece una buena idea, es posible comprar alguna de las 2256 viviendas flotantes de Ámsterdam. Su precio varía entre los 300 y los 750 mil euros. Una ganga.

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Vivir sobre el agua, ¿por qué no?

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Ro testeando el jardín de una casa bote

Aunque nosotros estábamos interesados en otra casa, sobre tierra firme y convertida en un museo desde hace casi sesenta años. Estamos hablando de la casa de Ana Frank, la niña judía que se hizo famosa tras su muerte en un campo de concentración nazi gracias a que su padre publicó años más tarde el diario que Ana escribía mientras se escondía con su familia del régimen alemán que ocupaba Holanda. Aunque queda muy poco del mobiliario original —el mueble de madera que ocultaba la puerta del escondite sigue allí—, es un lugar interesante y sirve para entender las consecuencias del nazismo en aspectos de la vida cotidiana.

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La construcción en Ámsterdam es… curiosa

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Haarlem, un mini Ámsterdam a 17 kilómetros

Hicimos un alto en el paseo para desafiar al presupuesto y sentarnos en uno de los muchos restaurantes argentinos que tiene la capital holandesa. Después de comer un bife bastante insulso y desabrido salimos por la calle Warmoesstraat en dirección a Oude Kerk, una vieja iglesia. Al doblar en Enge Kerksteeg tuve un susto de muerte cuando en una de las vidrieras apareció de la nada y sin previo aviso una mujer muy ligera de ropa de gesto desafiante. De repente caí en la cuenta de que todas las vidrieras de la cuadra exhibían lo mismo, aunque lejos de intentar cautivar a los transeúntes las chicas hablaban por teléfono, fumaban o charlaban entre ellas.

Habíamos llegado sin previo aviso a la zona roja, una sucesión de estrechos callejones con prostitutas ofreciendo sus servicios detrás del vidrio, sex shops, cabarets, bares, pequeños hoteles y coffee shops, los famosos bares donde se vende y se consume la tan mentada marihuana legal en Holanda. Los coffee shops no son patrimonio exclusivo de la zona roja ya que los hay por toda la ciudad, y allí la marihuana se ofrece en formas tan variadas como té, pastelitos y magdalenas.

Por pura curiosidad entramos al Dampkring, uno de los coffee shops más famosos, para conocer esos lugares por dentro. Era un lugar de iluminación tenue, música relajada y mobiliario rústico. Había una barra principal donde ordenar bebidas y otra más pequeña en el fondo para comprar cannabis. Le pedimos dos cervezas al bartender, un barbudo rastafari que no superaba los 30 años, quien nos informó que por ley no pueden servir servir alcohol. Sabia decisión, ya que la mezcla de drogas y bebidas no produce los mejores efectos. De todas maneras nos fuimos a buscar otro bar. Aunque curioso, un coffee shop no parece el mejor lugar a donde ir solamente por un jugo de frutas.

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Róterdam

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Casas con forma de cubos. En fin…

Más allá de Ana Frank, Cruyff, las bicicletas, el faso legal y las casas flotantes, Holanda esconde otros atractivos fuera de su capital, como los conocidos molinos que antiguamente se usaban para extraer agua —los visitamos en el pueblo de Kinderdijk— y la portuaria ciudad de Róterdam, con un estilo muy diferente al de Ámsterdam, abundante en espacios verdes y edificios modernos y creativos que la hacen más parecida a Singapur que a cualquier otra ciudad europea.

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Los molinos de Kinderdijk

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Menos de una semana después abandonamos las “tierras bajas” para seguir nuestro camino. El tiempo apremia y los noventa días que Europa nos brinda para recorrerla están llegando a su fin. Aunque, por supuesto, todavía tenemos más de un as en la manga para vencer al sistema.

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