La perla del oeste

Perth es considerada una de las ciudades más bonitas de Australia y ha aparecido numerosas veces en las listas de lugares con mejor calidad de vida del mundo. Aun así resulta algo extraña, y no porque la gente viva en las cavernas o en la calle todavía se ande con arco y flecha. Es que la siguiente ciudad más cercana es Adelaida, a más de 2 mil kilómetros de distancia, y volar desde Perth a Sydney, por ejemplo, lleva 4 horas y media, una más que hacerlo a Bali, en Indonesia. Por cosas como esta, se dice que Perth es la metrópolis más aislada del mundo.

A pesar de su cercanía a Asia, irónicamente vimos menos asiáticos que en Melbourne, donde eran amplia mayoría. En las calles de Perth se apreciaban muchos más australianos de los que habíamos visto hasta el momento. También nos sorprendieron las numerosas obras públicas en construcción y el ordenado (aunque caro) sistema de transporte público que incluía colectivos, trenes y un ferry para cruzar el río Swann, que divide a Perth a la mitad.

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Callejón comercial en el centro de Perth

Cumplida la misión de devolver la campervan que nos llevó hasta allí nos dedicamos a buscar alojamiento por internet, y como estábamos un poco cansados nos decidimos por lo primero que vimos: un cuarto en una casa de dos pisos donde vivían cinco italianos, un poco vieja pero grande y bien ubicada. Tenía ciertas reminiscencias de la casa de Jane, en Christchurch, pero el nivel de caos era un 70% menor.

Lo siguiente era buscar trabajo pero sin volvernos locos, así que después de dedicar algunas horas de la mañana del primer lunes en la ciudad a mandar aplicaciones y algunos emails salimos a recorrer. Si bien estaba nublado y amenazaba lluvia, no hacía tanto frío como en Melbourne y el clima invitaba más a estar al aire libre.

Uno de los primeros lugares a los que fuimos fue el Kings Park, el séptimo parque urbano más grande del mundo. Entre las numerosas cosas que tiene para ofrecer se destacan las impresionantes vistas de la ciudad desde la colina y su enorme jardín botánico, con vegetación que representa a todas las zonas de Australia.

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Vista de Perth desde Kings Park

El barrio de Fremantle es otro de los atractivos de Perth, una sucesión de callejuelas sin orden lógico llena de restaurantes, bares y demás locales de venta de comida. Si bien no está cerca del centro, tiene su propia estación de tren a la que velozmente se puede acceder desde casi cualquier lugar. Cerca de allí vimos la playa de Cottesloe Beach, con agua algo fresca pero de un bello color turquesa y sin algas.

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Cottesloe Beach

Entre las cosas que nos faltaron hacer podemos incluir visitar algunos barrios más de los muchos y variados que tiene la ciudad, acercarnos a conocer el Heath Ledger Theatre (teatro nombrado así en honor al famoso actor australiano, nacido en Perth, que personalizó al Joker en Batman: The Dark Knight) y entrar al zoológico a ver koalas, canguros y dingos, entre otros. En realidad a este último llegamos hasta la puerta, pero nos terminó desanimando su excesivo precio de entrada (cercano a los 30 dólares).

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La Bell Tower, símbolo de la ciudad, con sus campanas importadas de Trafalgar Square, en Londres

Y por qué no nos alcanzó el tiempo para todo esto? Es que sólo estuvimos cuatro días en Perth. El lunes, tras volver a la casa luego de uno de los paseos, nos llamó la dueña de un motel en el remoto outback australiano, al que habíamos enviado un mail buscando empleo hacía algunas semanas sin obtener respuesta. Estaba dispuesta a contratarnos a los dos pero teníamos que ir lo más pronto posible para empezar.

Tras muchas dudas, y después de pensarlo y repensarlo durante toda la noche, decidimos aceptar la oferta y abandonar la calidez de Perth para internarnos en lo desconocido. Fue así como tres días más tarde estábamos arriba de un avión con destino a Broome, desde donde recorreríamos 700 kilómetros en auto para llegar a Halls Creek, el pueblo donde iríamos a trabajar. Pero esa es otra historia.

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