La (no) fiebre mundialista en Dinamarca

Alguna vez escribí en este mismo blog sobre cómo se vivía el Mundial de fútbol en Nueva Zelanda. Ocho años después me toca ver el segundo Mundial fuera de Argentina, esta vez en Dinamarca, así que parece un buen momento para repetir la nota.

Para empezar, a diferencia de lo que pasaba en Nueva Zelanda, en Dinamarca el fútbol es el deporte número uno. Es por lejos el que más practican las niñas y los niños, el que más siguen los adultos y el que más dinero genera. La Superliga Danesa, a pesar de haber sido fundada apenas en 1991, es totalmente profesional, y cada año aporta uno o dos equipos a las principales competiciones europeas de clubes.

Hace algunas semanas fui a ver el principal clásico de Dinamarca, FC København contra Brøndby, ambos de Copenhague. Como buen argentino, tenía pocas expectativas sobre el ambiente de la cancha, por esta idea que tenemos a veces de que “a pasionales no nos gana nadie”. Pero la verdad es que me llevé una grata sorpresa. El moderno estadio Parken estaba lleno a reventar con cuarenta mil personas (unos cuatro mil de ellos, visitantes), que desde bastante antes del inicio del partido cantaban y gritaban consignas contra sus rivales. Claro, la principal diferencia con Argentina es que estos cantos y consignas eran mucho más “ingenuos”, por decirlo de alguna manera, ya que no apelaban ni a la homofobia, ni a las drogas, ni a la violencia física que tanto caracterizan nuestro “folclore” futbolero.

El recibimiento de los equipos fue espectacular, con más cantos, saltos, bengalas y papeles, además de que las dos principales tribunas detrás de los arcos se tiñeron, literalmente, con los colores principales de cada equipo: blanco, para el København; amarillo, para el Brøndby. El ambiente se mantuvo durante todo el partido y, a pesar de que el resultado fue 4 a 1 para el local, ninguna de las dos hinchadas dejó de cantar ni un minuto.

El Parken a pleno en el clásico de la capital danesa

Este entusiasmo por los equipos locales se multiplica por diez cuando se trata de la Selección Nacional. Los daneses son nacionalistas, a veces para cosas buenas, y a veces para cosas malas (ya volveré en otra ocasión sobre este punto). Hace un año se jugó la Eurocopa, y entre que a Dinamarca le fue bien (llegó a semifinales), algunos partidos se jugaron en Copenhague y que era verano, el mes entero se vivió como una gran fiesta popular, con gente vistiendo la camiseta de la selección en todas partes y cantando con desconocidos a cualquier hora del día.

Con ese antecedente, esperábamos que la locura se multiplicara por diez para el Mundial, pero las cosas están mucho más apagadas. Las camisetas apenas se ven, no hay casi negocios haciendo publicidades relacionadas al torneo y el tema se menciona poco en los medios (y cuando se lo hace, casi nunca se enfocan en lo deportivo).

Desde mi punto de vista, hay dos razones principales para el tibio interés de los daneses por la Copa del Mundo. La primera, es que es casi invierno, y acá las estaciones cambian mucho la personalidad de la gente en tanto sociedad. Pocas actividades al aire libre, mucho tiempo en casa con los más cercanos y un silencio general acorde con la oscuridad, que lo cubre todo desde las cinco de la tarde.

La segunda razón tiene que ver con Catar, el país organizador. Los daneses, como buenos nacionalistas, tienden a creer que su país es el mejor del mundo en casi todo, y que el resto deja mucho que desear. Lamentablemente, en este caso no están muy lejos de la realidad. Catar discrimina y persigue al colectivo LGTB, cercena los derechos de las mujeres y semi-esclaviza a los trabajadores extranjeros, especialmente a aquellos menos calificados, que irónicamente fueron los que más hicieron por construir la infraestructura del Mundial.

Todas estas cosas alejan a los daneses del sentimiento festivo que deberían tener por la competencia, ya que la “culpa” por aceptar tácitamente las injusticias de Catar, más no sea a través de la participación de su selección nacional en el torneo, no les permite sentirse en paz con la celebración. No pasa un día sin que los medios de comunicación saquen alguna nota con fuertes críticas al estado catarí, e incluso en algunos partidos de la Superliga previos al Mundial las hinchadas de ambos equipos se unieron para cantar “¡Boicot Catar!”. Nadie quería ir tan lejos como para demandar que Dinamarca no participara en el torneo, pero el pedido apuntaba más a la clase dirigente, para que ningún representante estatal (políticos o miembros de la realeza) viajara al Mundial.

¿Cambiarán los ánimos a medida que avance la competencia y, tal vez, la selección nacional? Ya veremos. Por lo pronto, al momento de escribir esto Dinamarca empató en su primer partido, lo que sin dudas no ayudó a encender los ánimos.

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