De Osaka a Kioto hay unos 50 kilómetros de distancia. Se tarda poco más de media hora en llegar en tren y es difícil saber dónde empieza y termina cada localidad porque el camino nunca deja de transcurrir a través del paisaje urbano. Con más o menos edificios, pero no se llega a estar en un área rural, dejando ver lo enormemente poblado que está Japón.
A pesar de la cercanía, son dos lugares bien distintos. Kioto se ve más próspera, limpia y ordenada. También más moderna y tradicional a la vez. Una probable explicación a esto es que durante la segunda guerra mundial fue una de las pocas grandes ciudades japonesas que no resultó bombardeada por los estadounidenses.
Kioto
Lo moderno y lo tradicional conviven en cada esquina
La religión en los tiempos de selfie
Kioto es, además, un lugar muy espiritual, con aproximadamente 2 mil templos y santuarios. Hay de todas las formas, tamaños y colores, y en su mayoría pertenecen a las dos religiones con más fieles en Japón: el budismo y el sintoísmo.
El sintoísmo es una religión nativa del país que consiste en la adoración de los espíritus de la naturaleza o kami. Hay una gran cantidad de deidades y muchas de ellas son tradicionales de una localidad o región, pero también las hay más generales, como Amaterasu, diosa del sol, o Fūjin, dios del viento. Los sintoístas no tienen reglas preestablecidas para rezar ni un dogma único, sino que cuentan con una serie de narraciones míticas para explicar los fenómenos del mundo. Y cuando sienten la necesidad de orar simplemente van a alguno de los templos a pedir lo que deseen a la deidad correspondiente.
El templo de Kioto que más nos gustó fue Fushimi Inari-taisha, un santuario sintoísta en la montaña dedicado a Inari, la diosa de los negocios. El templo está compuesto por varios pabellones donde rezar a lo largo del camino a la cima, conectados por un sendero delimitado con miles de toriis de color naranja. Los toriis son arcos tradicionales japoneses, generalmente de madera o piedra, que se encuentran en casi todos los templos sintoístas y marcan la frontera entre el espacio profano y sagrado. Cada uno de los torii que hay en Fushimi Inari-taisha fue donado por un japonés que ha tenido éxito en los negocios en forma de agradecimiento. Como curiosidad, el santuario de Fushimi Inari-taisha aparece en la película Memorias de una geisha, aunque no sabría aportar más datos porque no la vi.
Fushimi Inari-taisha
Subir hasta la cima de Fushimi Inari-taisha costó un pulmón. Pero la vista valió la pena
Otro de los templos que nos llamó la atención fue Kinkaku-ji, o Pabellón Dorado. En este caso pertenece a la religión budista aunque en sus orígenes era la villa de descanso de un shōgun (gobernante del país entre los siglos XII y XIX). Posteriormente fue su hijo quien lo convirtió en un templo. Lo más impresionante del lugar es que está completamente recubierto con placas de oro puro.
Kinkaku-ji, el Pabellón Dorado
¿Qué más? Aunque no entramos a su santuario, nos gustó mucho la enorme estatua de Kannon, diosa budista de la misericordia, que fue erigida en homenaje a las víctimas de la segunda guerra mundial.
Estatua de Kannon
Fuera de los templos, el barrio tradicional de Gion nos pareció muy agradable, con casas típicas de hace cientos de años, construidas en su totalidad en madera, con techos de tejas que terminan en formas extrañas y puertas corredizas. En algunos blogs se dice que es posible ver geishas en este lugar, pero aunque vimos muchas mujeres con vestidos tradicionales creemos que la mayoría eran turistas, ya que por todos lados hay carteles de alquiler de kimonos (desde 40 USD el día).
Gion
¿Geisha o imitadora?
Los mercados callejeros son muy comunes en todo Japón y Kioto no es la excepción. El más importante es Nishiki Ichiba, una estrecha y larga calle bajo techo con cientos de pequeños puestos donde se puede encontrar pescados, frutas, verduras, flores, dulces, especias, entre muchas otras cosas.
Mercado Nishiki Ichiba
Lo último que me interesa destacar de nuestro recorrido por Kioto es la visita al bosque de bambú de Arashiyama. Un agradable sendero a través de un bosque de altísimos árboles de bambú que te dan la sensación de estar inmerso en una película de samurais.
Después de entrar en contacto con el costado más espiritual de los japoneses nuestra recorrida sigue hacia el interior del país. Hay muchas más cosas interesantes por descubrir y también nuevas aventuras, como para no perder la costumbre.