Japón, el país del sol naciente. De Oliver Atom y Dragon Ball. De los ninjas y los samurai. De Hiroshima y Nagasaki. De las novelas de Murakami y las películas de Miyazaki. Del honor y el respeto llevados a un extremo casi obsesivo. Volver era apenas un deseo expresado en las últimas líneas de la nota sobre nuestra primera visita. Nadie podía esperar que ese deseo se materializaría apenas un año después.
Para abrir el panorama decidimos volar primero a Osaka, tercera ciudad más grande del país y un punto estratégico desde donde visitar otros lugares interesantes de Japón. La impresión que nos dio en los cuatro días que estuvimos allí es que está un poco descuidada. Si bien los servicios públicos funcionan con la recurrente excelencia japonesa, el aspecto general de las calles y los edificios es algo deteriorado. Quizás tenga que ver con la gran cantidad de industrias y el enorme puerto que alberga la ciudad, pero lo cierto es que nos pareció más sucia y peor conservada que Tokio.
Tal vez también influyó el hecho de llegar desde Singapur, el país moderno por excelencia, donde todo se está haciendo en este momento y algo de treinta años ya es considerado viejo. En Osaka por ejemplo, la red de subte fue fundada en 1933. Y en el barrio de Shinsekai hay una torre con mirador de esas que ahora abundan en todas las ciudades del mundo, pero con la particularidad de que esa data de 1912!
El barrio de Shinsekai y la torre Tsutenkaku de fondo
Shinsekai
Osaka tiene dos íconos que la hacen famosa. Uno es el Castillo de Osaka, construcción de hace más de 500 años pero constantemente dañada y/o destruida, con lo cual lo que se ve en la actualidad es una réplica que terminaron en 1997. Por tal razón no nos interesó pagar la entrada para verlo por dentro y nos conformamos con la hermosa vista desde afuera y el parque que lo rodea.
Castillo de Osaka
El segundo ícono es realmente curioso: un cartel publicitario. Es de la marca japonesa de galletitas y chocolates Glico, que hasta donde yo sé no se vende en Argentina. El cartel muestra a un atleta corriendo sobre la pista, ya que en su origen se basó en la idea de que un chocolate Glico proveía la energía necesaria para correr 300 metros. El anuncio fue colocado en la concurrida zona de Dotonbori en 1935 y por sus enormes proporciones y brillantes luces se transformó en un símbolo de la modernidad de la ciudad. A lo largo de su historia ha sido rediseñado muy pocas veces y es una parada obligada para los turistas que pasan por Osaka posar con el cartel de fondo intentando imitar la pose del atleta.
Ro imitando al atleta de Glico
La ciudad no escapa a otras grandes aficiones japonesas, como la informática, el manga, el anime y los videojuegos, centralizado mayoritariamente en el barrio de Nipponbashi, con enormes edificios llenos de tiendas para los geeks. Como nosotros, claro, que nos costaba pasar de la tentación de entrar a dar un vistazo a cada uno.
Pero en Osaka descubrimos otra y quizás más fuerte pasión de los nipones que se nos había escapado en nuestra primera visita. Estoy hablando del pachinko, un juego de azar similar en apariencia a las tragamonedas pero con una dinámica muy distinta. Se juega insertando pequeñas bolitas de acero en la máquina que van cayendo por todo el tablero (parecido a un pinball), y sólo las que pasan por un pequeño agujero tienen premio. Lo único que se controla es la velocidad con la que caen las bolitas, con lo cual no exige demasiada destreza y depende casi en su totalidad de la suerte.
Lo llamativo del pachinko es que en Japón el juego es ilegal, por lo cual en teoría las bolitas que se ganan solamente pueden ser canjeadas por objetos como jabón, cigarrillos, encendedores, etc (tipo Sacoa). Digo en teoría porque hemos leído en ciertos blogs que al lado de cada local de pachinko siempre hay una oficina un poco escondida donde intercambiar estas cosas por dinero. Lamentablemente no lo pudimos comprobar porque los mil yenes (10 USD) que jugamos los perdimos en menos de treinta segundos. Es realmente difícil.
El pachinko es tan popular entre los japoneses que se llegan a ver dos o tres edificios de juego por cuadra en las zonas más concurridas y al menos uno cada dos o tres cuadras en los lugares más alejados. Se estima que desde 2007 estas máquinas dan más ingresos que Las Vegas.
¿Qué más hay en Osaka? La comida típica que venden en casi todos los puestos callejeros es el takoyaki, un buñuelo de pulpo que a juzgar por los comentarios y las ganas con que lo comió Ro es muy rico. Otra tradición de la ciudad es el Billiken, el dios de “las cosas como deben ser”. Afuera de la mayoría de los negocios hay una pequeña estatua de esta divinidad y se dice que frotar sus pies trae suerte.
“Tengo que dejar de comer takoyaki”
Namba Yasaka, curioso templo con forma de cabeza de león
Pero como dije al principio, Osaka también tenía interés para nosotros por su ubicación, que nos permitió visitar en un día la vecina ciudad de Nara, uno de los destinos más interesantes de Japón, lleno de templos bien conservados y calles tradicionales. La zona de Naramachi, antiguo barrio mercante, es especialmente rica en casas típicas del periodo Edo (1603-1867); en general construcciones largas y angostas de techos bajos, donde al frente se colocaba el puesto de venta y al fondo vivían el tendero y su familia.
El enorme parque de Nara es otra de las principales atracciones del lugar. Si bien está lleno de templos interesantes y vegetación (que al ser invierno no pudimos apreciar demasiado), lo que se lleva todos los flashes es la gran cantidad de ciervos salvajes que viven allí. Son totalmente amistosos (aunque por seguridad les cortan los cuernos) y su único interés es obtener comida de la gente. En el parque hay puestos donde venden “la” comida de ciervo, pero la realidad es que comen cualquier cosa, como lo comprobamos dándoles de nuestras galletitas dulces y saladas. Si bien recorrimos la mayoría de los templos que había que ver, la mayor parte de nuestra atención y fotos se las llevaron los ciervos.
Templo Kōfuku-ji en el parque de Nara
Más que satisfechos con el inicio de nuestro segundo viaje por Japón dejamos atrás Osaka y Nara por un destino no mucho más lejano pero sí mucho más conocido: Kioto. Desde allá nos leemos.