Historias de Londres

Londres inspiró muchas de las más famosas obras de la literatura, el teatro, el cine y la televisión. Pero como la realidad siempre supera a la ficción, aquí va una recopilación de historias que hacen honor a la ciudad desde el punto de vista del ciudadano común. Aquel que espera el domingo para ir a gritar los goles del Chelsea, el que merodea por los rincones que popularizó Harry Potter, el que sigue tomando una colación a las cinco de la tarde, el que pasa horas viajando en los trenes subterráneos y el que sigue los pasos de sus ídolos musicales más famosos.

Todo por un perro

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De todos las historias fundacionales de los clubes de fútbol de Londres la del Chelsea es, por lejos, la más curiosa. Todo comenzó en 1877, cuando se construyó un estadio en Stamford Bridge, zona bohemia de la ciudad muy frecuentada por músicos, pintores y poetas. En un principio se utilizó para el criquet y el atletismo, hasta que en 1904 fue adquirido por los Mears, una poderosa familia de constructores.

Los Mears tenían planes más ambiciosos para el estadio, por lo que se lo ofrecieron en alquiler al Fulham, el club de fútbol más popular del barrio. Pero los blancos prefirieron seguir en su cancha de Craven Cottage y desecharon la oferta, dejando a Gus Mears, cabeza de la familia, muy irritado y con ganas de vender el estadio a una compañía ferroviaria y olvidar para siempre el asunto. Un allegado de Mears, Frederick Parker, le propuso en cambio fundar un nuevo club que utilizara el estadio y rivalizara con el Fulham, pero la idea no convenció al mandamás.

—Voy a aceptar la oferta de los ferrocarriles y no se hable más —le dijo Mears, con absoluto convencimiento.

Parker, abatido por la pronta desaparición del estadio, caminaba cabizbajo al lado del empresario cuando el perro de éste llegó en silencio por detrás y lo mordió en la parte trasera de la pierna, haciéndole sangrar. Enojado, Parker le mostró la herida a Mears, quien se mantuvo impasible.

—Terrier escocés, siempre muerde antes de hablar —comentó tranquilamente.

Ante lo absurdo de la respuesta Parker, un poco cojo y sangrando, no pudo menos que echarse a reír.

—Pues es el perro más inteligente que he conocido —admitió entre carcajadas.

Al cabo de un minuto el semblante severo de Mears desapareció y también esbozó una sonrisa.

—Se ha tomado ese mordisco malditamente bien —dijo al fin—. La mayoría de los hombres habrían montado un escándalo. Mire, estoy de acuerdo con usted. Nos encontraremos aquí mañana a las nueve y nos pondremos a trabajar.

En vez de vender el estadio al ferrocarril Mears hizo construir una nueva tribuna y puso en marcha la fundación de un nuevo equipo. Así, gracias al oportuno mordisco de un perro, nació el Chelsea Football Club. A pesar de lo simpática de la anécdota fundacional, si nosotros tuviéramos que elegir un club londinense para simpatizar ese sería el West Ham, el de mayor tradición obrera y representante del East End, la zona históricamente más desfavorecida de la capital.

El andén secreto

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Kings Cross es una de las estaciones de tren más importantes de Londres. Desde allí es posible viajar a la mayoría de las ciudades de Inglaterra e incluso a algunas de Escocia. Su destino más famoso, sin embargo, es el colegio Hogwarts de magia y hechicería donde estudió el célebre Harry Potter.

JK Rowling, la escritora que dio vida al joven mago, situó la partida del Expreso de Hogwarts en el secreto andén 9 ¾ de Kings Cross, situado entre los andenes 9 y 10. Esto fue fruto de un error, ya que Rowling pretendía que el andén mágico estuviera en la parte principal de la estación, y sin embargo los 9 y 10 se encuentran en un edificio secundario. Sucede que al momento de escribir el primer libro la autora confundió la estación de Kings Cross con la de Euston, lo cual derivó en la confusión con los números de los andenes.

Para enmendar este error, en las películas de Harry Potter se filmó la escena del tren entre los andenes 4 y 5, numerados como 9 y 10 respectivamente. Además, se utilizó para el rodaje el exterior de la vecina estación de St. Pancras como si fuera Kings Cross, dado que su fachada resultaba mucho más llamativa.

Para dar respuesta a los miles de fanáticos de Harry que se acercaban a la estación a conocer el lugar desde donde cada año su héroe viajaba a la escuela, Kings Cross instaló una señal del andén 9¾ sobre una pared del edificio secundario cercana a los auténticos andenes 9 y 10. También hay un carrito portaequipaje que parece estar a medio atravesar la pared, en referencia a la historia de Harry donde para acceder al andén secreto había que cruzar el muro.

El té de las cinco en punto

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La tradición más refinada asociada con la cultura inglesa es, quizás sorpresivamente, bastante nueva. De hecho el té, originario de China, no fue introducido en Gran Bretaña hasta bien entrado el siglo 17 por el rey Carlos II y su esposa Catalina de Portugal. Y recién a mediados del siglo 19 se popularizó el concepto del afternoon tea.

Anna Maria Russell, Duquesa de Bedford y amiga cercana de la reina Victoria, sufría horrores las horas entre el desayuno y la cena, servida alrededor de las ocho de la noche. En esa época la gente tenía por costumbre tomar sólo dos comidas al día y a la Duquesa el intervalo se le hacía eterno. Cierto día, alrededor de las cinco en punto, se le ocurrió pedirle a una de sus criadas que le llevara a sus aposentos una bandeja con té, pan, manteca y tortas varias para paliar el hambre de media tarde.

Esta nueva comida se le hizo hábito a la Duquesa y pronto comenzó a invitar a sus amigos de la alta sociedad a compartir esa especie de cena ligera. Rápidamente la nueva costumbre se expandió y en poco tiempo hasta las clases más bajas estaban tomando el té a la mitad de la tarde.

Para no ser menos, en nuestro último fin de semana en Londres fuimos a degustar el té inglés a una coqueta confitería del barrio de Paddington, en concepto de regalo de cumpleaños que Ro recibió de parte de Juan y Marianela —hermano y cuñada respectivamente—, quienes presionaron especialmente para ser mencionados en este artículo.

Un mundo subterráneo

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El subte de Londres ejerce un magnetismo especial sobre los visitantes extranjeros. No por la calidad del servicio —caro, con interrupciones y sin buena ventilación—, sino por su iconografía reconocida en todo el mundo, su tradición —comenzó a circular en 1863— y su amigable mapa de líneas y estaciones, las cuales suman más de 250 en la actualidad.

Pero el subte no es más que una pequeña parte de un vasto mundo subterráneo que se extiende en las profundidades de la capital inglesa. Hasta hace no mucho tiempo el correo  también contaba con su propia red de túneles y trenes, que le permitía entregar correspondencia en el mismo día dentro de los márgenes de la ciudad. Lamentablemente el sistema se dejó de utilizar en 2007 debido a los altos costos.

Otra institución que pisa fuerte bajo tierra es el Banco de Inglaterra, que distribuye billetes y monedas a las distintas sucursales a través de sus túneles blindados y almacena en sus bóvedas una exuberante cantidad de lingotes de oro que constituyen la reserva de la nación.

La red subterránea más importante en manos privadas es la de Harrods, la prestigiosa tienda departamental inglesa cuya única sucursal en el mundo se encontraba en Buenos Aires, hasta su cierre en 2011. Un sistema de galerías y pasadizos que se ramifica bajo gran parte del barrio de Knightsbridge permite a Harrods tener bajo tierra sus frigoríficos, su bodega e incluso su estación de policía.

La razón de que existan tantos recovecos por debajo del nivel del suelo radica en que demoler las estancias abandonadas resultaría terriblemente caro. Aunque caigan en desuso, como las 30 o 40 estaciones de metro cerradas o los túneles del correo, mejor clausurarlas y dejarlas simplemente al olvido de la posteridad.

El cruce más famoso

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Abbey Road fue el último álbum grabado por The Beatles. Corría 1969 y los cuatro miembros estaban todos peleados entre sí, pero dispuestos a dejar de lado sus diferencias personales para realizar un último gran trabajo. Inicialmente el disco iba a llamarse Everest, en referencia a la marca de cigarrillos que solía fumar el ingeniero de sonido Geoff Emerick, y hasta se había planificado un viaje al Himalaya para fotografiar la portada. Pero los ánimos no estaban para viajes y la idea fue desechada. Alguien sugirió entonces que podrían hacer una foto allí mismo, fuera de los estudios de grabación, y todos estuvieron de acuerdo.

Salieron pues, Paul, John, Ringo, George y el fotógrafo Iain Macmillan a la calle una tarde de verano en Londres. Abbey Road, la calle en cuestión, tenía bastante tráfico, y por eso dispusieron de apenas diez minutos para lograr una buena toma. Subido a una pequeña escalera, Macmillan tomó sólo seis fotografías de los cuatro músicos cruzando la calle mientras un policía detrás de cámara detenía los vehículos. La ropa con la que los Beatles salen en la foto del disco era la que cada uno había llevado desde su casa ese día.

En la icónica imagen quedó inmortalizado un Volkswagen Escarabajo, que era propiedad de un vecino de la zona. El hombre vendió el auto en 1986 por unas escasas 2530 libras esterlinas, desconociendo la fama que su vehículo habría de adquirir por encontrarse en el lugar y el momento adecuados.

Casi enfrente del Escarabajo aparece un hombre de pie observando la escena, quien también pasó a la posteridad en la tapa de Abbey Road. Su nombre era Paul Cole, un turista estadounidense que no tomó dimensión de lo que estaba sucediendo hasta verse en el álbum meses después.

—¿Qué está sucediendo aquí?— le preguntó a uno de los policías que controlaban el tráfico.

—Es un conjunto musical, están haciendo unas tomas fotográficas

El disco fue un éxito tan grande que la imagen de The Beatles cruzando Abbey Road se convirtió en una de las más famosas del mundo. Y hasta el estudio de grabación de EMI en el cual se habían grabado la canciones adoptó posteriormente el nombre de la calle. The Beatles se separaría definitivamente en 1970 y tras el asesinato de John Lennon diez años después cualquier esperanza de reunión quedaría sepultada para siempre. Pero el espíritu de los cuatro irreverentes jóvenes de Liverpool siempre estará vivo en la memoria de quienes, como nosotros, se aventuran al cruce peatonal cada vez que disminuye el tráfico para tratar de imitar la icónica foto.

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