Hacia rutas salvajes

Con motivo de hacer alguna actividad en conjunto por nuestra inminente partida decidimos ir con Loli y Juan (dos viejos conocidos de la casa) a compartir una jornada de campamento a lo boy scout. Por referencias no muy claras y azares del destino elegimos Lake Taylor, un destino a priori lindo y accesible, a 130 kilómetros de Christchurch.

Salimos el viernes cerca de las seis y media, cuando todos habíamos concluido nuestra jornada laboral (o casi todos, porque Ro pidió salir antes), y los pronósticos indicaban que cerca de las 8 deberíamos llegar, con tiempo suficiente de luz solar para armar la carpa y hacer el asado que habíamos llevado.

Después de recorrer más o menos la mitad del trayecto notamos que el GPS marcaba una vuelta medio rara, como que nos hacía seguir unos kilómetros para luego volver por el mismo camino. Luego de detenernos y analizar la situación durante unos instantes caímos en la cuenta de lo obvio: nos habíamos pasado. Así que volvimos sobre nuestros pasos hasta encontrar el cruce que llevaba a Lake Taylor.

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El próximo inconveniente surgió a los pocos kilómetros, cuando la hermosa ruta de asfalto desapareció para dejar camino a un camino rural de ripio en bastante mal estado. A todo esto nos faltaban como cincuenta kilómetros y recién en ese momento entendimos porque el GPS decía que tardaríamos una hora y media más. Debatimos brevemente qué hacer y decidimos aventurarnos a seguir adelante a ver si volvía la ruta pavimentada. A todo esto ya era casi de noche y las esperanzas de comer el asado ese mismo día se esfumaban. Lamentablemente con respecto a armar la carpa no teníamos opción.

Tras avanzar un poco más, y ya con la oscuridad cubriéndonos por completo, empezó a llover. Parecía una comedia dramática de bajo presupuesto, pero no estábamos dispuestos a darnos por vencido y continuamos el camino.

El asfalto volvió por un rato pero nos abandonó de nuevo y los últimos 35 kilómetros tuvimos que recorrerlos sobre ripio, de noche, bajo la lluvia y siguiendo un serpenteante acantilado en las montañas. Llegamos a eso de las diez al camping (donde no había ni un alma), y con la ayuda de las luces del auto nos pusimos a armar la primera carpa de las dos que habíamos llevado.

Cuando estuvo lista y llegó el momento de levantar la segunda notamos que las estacas no estaban allí. Y como entre el viento y la lluvia que arreciaban era imposible pensar en armarla igual sin soportes decidimos dormir los cuatro en una carpa pensada para tres personas. Pese a la recurrente sensación de claustrofobia la noche no estuvo tan mal y aunque amanecimos con los primeros rayos de luz del día siguiente descansamos relativamente bien.

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Campamento listo

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Instalados en el Sheraton versión carpa

El sábado nos despertamos con diez grados menos y nublado, aunque al menos no llovía (todo el tiempo…) y el viento sólo soplaba por momentos. Acá quiero destacar lo inestable del clima en Nueva Zelanda, ya que es de lo más común que durante el día llueva y se despeje como si nada, al igual que haga un calor infernal cuando sale el sol y tengas que ponerte un buzo cuando se esconde. O sea, en Argentina cuando hace frío o calor se queda igual todo el día, no es que varía minuto a minuto. Pero en fin, sigamos.

Lake Taylor era lindo pero no tenía demasiado para ofrecer. Un lago, montañas y árboles, algo a lo que ya estamos bastante acostumbrados por estos lados. Además estaba bastante cercado todo el terreno, por lo cual para realizar una caminata tuvimos que saltar un alambrado e irrumpir en la propiedad privada de algún terrateniente kiwi.

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Al mediodía llegó el momento de hacer el asado, el cual con mucha perseverancia, leña, papel, fósforos y carbón local de dudosa calidad pudimos cocinar. La carne no era la gran cosa pero al menos nos dimos el gusto de saborear algo así por primera vez desde que llegamos.

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Empezando el asado

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Va queriendo…

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Casi casi

Después de un intento de siesta frustrado por el sofocante calor que hacía en la carpa (cuando salía el sol, porque cuando se escondía… ya saben) emprendimos el regreso a Christchurch. Otra vez bajo la lluvia, otra vez sobre el ripio en mal estado, pero al menos de día.

Pese a los inconvenientes, no hace falta destacar que lo pasamos muy bien y que cada vez que hacemos algo con tantos problemas en ese momento no puedo evitar pensar: “esta nota la va a romper en el blog”.

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