Flojos de camping

Antiguamente el nombre del blog era “Flojos de mochila”, una forma irónica de reírnos de nuestras gigantes valijas de 25 kilos cada una, que nos hacen palidecer como viajeros ante otros que únicamente cargan una mochila de diez kilos. Por eso, el título de esta nota es para mirar también cómicamente nuestra nula experiencia como gente que acampa. Es que tanto Rosario como yo no habíamos visto ni de cerca una carpa antes de venir a Nueva Zelanda.

Pero eso tenía que cambiar.

Aprovechando el fin de semana libre, agarramos nuestra carpa sin estrenar que habíamos comprado en el Warehouse (una especie de Easy o Ikea local), la manta y las almohadas de la cama, algunos pertrechos más y partimos hacia el Arthur’s Pass National Park, un parque nacional situado 150 kilómetros al oeste de Christchurch. Elegimos ese lugar tras una búsqueda del clima por Internet, tratando de encontrar alguna atracción donde no lloviera ninguno de los dos días.

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Llegamos el sábado al mediodía y elegimos un par de caminatas para hacer, tras hablar con las poco amables guías del centro de visitantes. Decidimos encararlas según el orden de dificultad, así que fuimos a la más larga primero, para aprovechar que estábamos con el físico intacto. Fue una hora de subida sin parar, por un camino de piedras que te arruinaba los tobillos a cada paso y que cada tanto te hacía tambalear. Al final había un refugio abandonado, que en su época debió de servir de guarida para esquiadores temerarios, desde donde se podía apreciar una hermosa vista de las imponentes montañas del Arthur’s Pass.

Después de bajar quedamos fusilados, y decidimos tomar unos mates para recuperar el aliento. Sacamos del baúl del auto un anafe que vino incluido cuando compramos el vehículo, y nos topamos con el primer contratiempo: no lo pudimos hacer funcionar. Así que la merienda fue a pico seco.

Medianamente recuperados, encaramos la segunda caminata, mucho más corta y fácil, que llegaba a la base de una cascada de 130 metros. Durante esos momentos empezamos a ver cómo el pronóstico empezaba a fallarnos, ya que mientras hacíamos el recorrido empezó a lloviznar.

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Finalizada la actividad física del día buscamos un lugar para acampar, y llegamos a un pequeño claro en el bosque entre la ruta y las vías del tren. Ahí montamos una carpa por primera vez en nuestra vida, y hay que decir que quedó bastante bien (tampoco era mucha ciencia). Después vino un desafío más complicado, que fue prender fuego para calentar agua y poder cocinar la sopa que habíamos llevado para la cena. Complicado, porque la persistente llovizna había humedecido el piso y todos los troncos, con lo cual nos llevó como media hora y bastantes frustraciones hasta que la primera llamita sobrevivió los embates del clima.

Pero después de la lucha vino el triunfo, y un hermoso fuego se elevó por los aires, dejándonos calentar agua para el mate y para la comida. Satisfechos con nosotros mismos y con la panza llena, nos fuimos a pasar nuestra primera noche a la intemperie.

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Si habría que ponerle un puntaje sería un seis, porque pese a todo sobrevivimos y aguantamos unas cuantas horas bajo las estrellas, pero tuvo varios contratiempos. Desde los clásicos ruidos extraños de alimañas del bosque (que cabían esperarse, pero al no estar acostumbrados los sentimos bastante) hasta el tren que siguió pasando toda la noche, iluminando la carpa y haciendo un ruido tan fuerte que parecía que se nos venía encima. Y además la lluvia, que lejos de conformarse con esas chispas de la tarde, se largó con todo su esplendor y cayó ininterrumpidamente hasta las siete de la mañana. La buena noticia es que la carpa aguantó lealmente la lluvia y no dejó filtrar ni una gota de agua. La mala es que nuestra inexperiencia aventurera nos privó de llevar más abrigo para el frío y algo para aislar el suelo del resto de la carpa.

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A la mañana, sin anafe y ya sin posibilidades de hacer fuego (la lluvia de toda la noche anuló cualquier chance) premiamos nuestro aguante con un café no muy barato en un bar de la pequeña villa de Arthur’s Pass.

El resto de la mañana lo dedicamos a hacer algunas caminatas cortas, que era lo único que nuestros devastados cuerpos podían aguantar, y cerca del mediodía emprendimos la vuelta a casa.

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La experiencia terminó siendo muy positiva y los inconvenientes que enfrentamos quedan como sabias enseñanzas para nuestro próximo campamento. Porque está más que claro que habrá un próximo. Quizás sea más pronto de lo que creamos.

7 thoughts on “Flojos de camping

  1. Que hermoso el paisaje chicos!!! Me alegro que hayan superado su experiencia de campamento con el buen condimento de la lluvia. No sé si les habrá pasado lo que pienso, pero si ayuda para la próxima el anafe viene con la hornalla dada vuelta.
    Besos grandes desde Rosario!!!
    Ana Inés

  2. Hasta esa parte del anafe llegamos a entender, en algún momento descubriremos qué es lo que no estamos haciendo bien. Lindo saber de vos prima, beso grande!! Y vos Morelli no te burles de mi sopa

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