Este país está loco loco loco

A lo largo de los años he estado en países que podríamos considerar “extraños”. Países como Letonia, Indonesia, Macedonia, Japón y algunos otros. Pero, haciendo casi un ejercicio de extrañamiento (mirar mi propio país desde “afuera”), la verdad es que he estado en pocos lugares más extraños que Argentina. 

Un lugar donde para pagar con tarjeta te piden el documento, el pin, la firma y el número de teléfono. Un lugar donde se toma mate tres o cuatro veces al día. Un lugar donde la gente aplaude cuando el avión aterriza. Un lugar solidario como pocos, pero donde al mismo tiempo reina un individualismo irritante. Un lugar donde las charlas políticas alcanzan una extensión y una profundidad pocas veces vista. Un lugar con un austero mausoleo de Evita y con uno mucho más grande e imponente del dictador Aramburu a pocos metros. Un lugar donde pueden apuntarte con un arma para sacarte un celular, pero donde al mismo tiempo las luchas del feminismo están incluso más avanzadas que en lugares como Dinamarca.

La actualidad de diciembre de 2023 contribuye al cóctel de forma explosiva, con un presidente que se enorgullece de haber clonado a su perro y que asegura hablar con personajes históricos muertos a través de un médium. Otras de sus características, sin embargo, no son tan “simpáticas”. Sus rancias medidas de ultra derecha amenazan llevarse puesto a amplios sectores de la sociedad, y su impacto inicial ya puede verse en la descarada suba de precios a la que los argentinos están sometidos a diario. Productos que aumentan hasta un cien por ciento de un día para otro, llegando a cosas tan absurdas como que un juego de mate cueste ¡180 mil pesos! (unos 180 usd).

Es tan confuso todo que mi abuela de 96 años, con la mejor de las intenciones pero detenida en un limbo temporal que se congeló con precios de hace por lo menos diez años (y con una jubilación que tampoco da para mucho), le regaló dos mil pesos a mi mamá por su cumpleaños. La ironía es que ese mismo día ella pagó un café en jarrito dos mil doscientos pesos.

Así y todo es un país hermoso. Un país donde la gente no se conforma y sale a pelearla día a día desde su lugar; trabajando, cuidando a sus seres queridos o marchando para defender sus derechos. Es el país que juzgó a sus genocidas y que está a la vanguardia en muchas luchas sociales. El país de San Martín y Belgrano. De Evita y Perón. Del Diego. El país con los músicos más contestatarios del universo. El país que alberga y reivindica las Malvinas en cada esquina, en cada plaza, en cada calle de entrada a un pueblo. Porque son y serán argentinas, y me apiado de esos pobres corazones que lo dudan o le son indiferentes.

Un país que se ama y se odia a cada paso con una fuerza desmedida. Un país que ha estado al borde de (y en el) abismo muchísimas, demasiadas veces, y que en cada una de ellas ha resurgido más fuerte, más justo y más soberano. Un país que pese a tener muchísimos problemas no renuncia a su ambición de ser la mejor versión posible de sí mismo. Un país que tiene intenciones muy nobles, que muchas veces no consigue (o no lo dejan) materializar. 

Vuelvo a Argentina cada tanto y nunca deja de sorprenderme, enojarme, entristecerme y enorgullecerme, todo al mismo tiempo. Y aunque se me está haciendo costumbre cerrar las notas con alguna canción y quizás no tenga nada que ver con nada, voy a hacerlo una vez más con una parte de Inconsciente Colectivo de Charly, que me gusta mucho y, a mi entender, define Argentina de manera magistral:

Ayer soñé con los hambrientos, los locos

Los que se fueron, los que están en prisión

Hoy desperté cantando esta canción

Que ya fue escrita hace un tiempo atrás

Es necesario cantarla de nuevo una vez más.

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