Eslovenia. El corazón verde de Europa. La puerta de entrada a la ex Yugoslavia, el sueño de Estado paneslavo del Mariscal Tito, que comenzó a desvanecerse justamente en Eslovenia en 1991. Irónicamente, el mismo lugar donde Tito había muerto once años antes.
La desaparición física del líder fue el comienzo del fin. Los nacionalismos, contenidos hasta entonces por su figura, comenzaron a salir a la superficie en las repúblicas que componían Yugoslavia. En algunos lugares, como Serbia, mediante masivas manifestaciones y violentos enfrentamientos con la policía. Y en otros, como Eslovenia, en foros académicos y debates promovidos por revistas culturales. No por nada a los eslovenos se los considera los más “sofisticados” de la región. Los que más importancia dan a la forma de vestirse, de comer y de comportarse, y los más fríos a la hora de relacionarse. Gente obsesionada con el trabajo, tacaña y que no sabe divertirse. En serbocroata (el idioma que se habla en casi toda la ex Yugoslavia, exceptuando Eslovenia y Macedonia) se usa la expresión janez (Juan), que es el nombre propio más común en el país, para designar en forma despectiva a un esloveno.
Liubliana, la capital, es la fiel expresión de la idiosincrasia eslovena. Limpia, ordenada, tranquila, llena de bares y negocios con estilo. Un lugar donde los automovilistas siempre dan paso al peatón, nadie grita, nadie corre, los trenes y colectivos salen a la hora señalada y hasta los taxistas dan recibo. En cualquier negocio, para pagar con tarjeta no hace falta más que acercar el plástico al posnet y esperar un segundo a que valide la compra. Nada de firmas, pines ni datos personales.
Eso sí, cuando hubo que arremangarse los pantalones para conseguir la independencia, los eslovenos no dudaron. En un abrir y cerrar de ojos controlaron todas las fronteras y cercaron los cuarteles del Ejército Popular Yugoslavo en el país. Incluso llegaron al punto de derribar un helicóptero militar que se dirigía al centro de Liubliana. Luego se comprobó que la nave solo llevaba provisiones y que además el piloto, que falleció en el acto, era un esloveno en las filas del ejército, formado por soldados de todas las repúblicas. Ironías de la vida en la ex Yugoslavia.
Ayudó a la causa eslovena el hecho de que en el país casi no vivieran serbios (“un país étnicamente homogéneo” decía el ex presidente serbio Slobodan Milošević) y de que por la misma época estuviera comenzando la guerra en Croacia, donde Serbia tenía importantes reclamaciones territoriales. Por estas razones, la guerra de independencia eslovena duró apenas diez días y no llegó a contabilizar ni cien víctimas. Una vez conseguida la independencia, los eslovenos se apresuraron a remover todos los monumentos públicos que tuvieran que ver con la época comunista. Montones de placas y bustos de Tito terminaron en los museos. Cambiaron su moneda y la bandera, y en 2004 pasaron a formar parte de la Unión Europea.
La decisión tuvo funestas consecuencias para los yugoslavos de otras repúblicas que vivían en Eslovenia, que llegaban de a montones, alentados por el gran desarrollo del país (su PBI era dos veces superior al de Serbia). Cuando Eslovenia se independizó, todos ellos (unos doscientos mil) recibieron un ultimátum de seis meses para registrarse legalmente, aun cuando hasta ese entonces tenían todo el derecho de vivir ahí. Al fin y al cabo, Yugoslavia era un solo país. Muchos cumplieron con la normativa, pero por una u otra razón casi veinte mil no se presentaron, y fueron borrados de los registros sin previo aviso. Algunos terminaron descubriendo su inexistencia legal años después, al ir a renovar un carné de conducir o sacar el pasaporte.
Política aparte, Eslovenia tiene mucho que ofrecer en el aspecto turístico. Sus montañas, lagos, ríos, cuevas y bosques, comprimidos en un territorio más pequeño que Tierra del Fuego, son la envidia de muchos otros países europeos. El Lago Bled, que rodea la única isla natural de Eslovenia, es uno de los más lindos del continente, aun cuando se lo contempla con unos cuantos grados bajo cero y en medio de un paisaje nevado, como fue nuestro caso.
También hay pintorescas ciudades medievales sobre la costa del Adriático, como Piran, y castillos enclavados en el corazón mismo de la montaña, como Predjama. Fue justamente camino a este castillo cuando tuvimos la oportunidad de hablar largo y tendido con un esloveno: Matjaz, un taxista cincuentón que había aprendido inglés a fuerza de conversar con los turistas.
—Cuando yo iba a la escuela era la época comunista, así que solo nos enseñaban ruso. Ahora aprenden inglés y alemán desde chicos, y hasta un poco de español. Incluso en la universidad las clases solo se dan en inglés.
Matjaz nos contó además que era de Liubliana, pero que hacía dos décadas que se había mudado al campo en busca de tranquilidad y mejor calidad de vida. Como ejemplo, nos explicó que en la zona de Predjama pudo construirse una casa con apenas veinte mil euros.
—Acá vivo tranquilo. Sigo estando a media hora en auto de la capital, gano lo suficiente y en mi tiempo libre salgo a cazar osos. Antes no había osos en Eslovenia, pero llegaron en los noventa desde Bosnia, escapando de la guerra.
Su mención a la guerra no nos pasó desapercibida, pero fuimos con cuidado. Lo último que pretendíamos era remover una herida que todavía está demasiado fresca en la zona. Pero Matjaz no tenía reparos en abordar el tema.
—Antes de la Primera Guerra Mundial nos gobernaba el Imperio austrohúngaro, después vino el Reino de Yugoslavia, después la época comunista y desde el 91 la independencia. No sé qué va a pasar en el futuro. Hay poco trabajo, y muchos jóvenes prefieren irse al exterior. Unos treinta mil al año, que en general eligen Alemania, Austria o Inglaterra. En Eslovenia viven dos millones de personas, pero la mitad son de los otros países de la ex Yugoslavia, donde se vive peor.
Un vistazo a las estadísticas oficiales demostrará luego que Matjaz exageraba. Algo común en los países de la región cuando se trata de ensalzar logros propios o de criticar a los čefur, los inmigrantes pobres del resto de Yugoslavia.
Después de visitar el castillo en la montaña y despedirnos de Matjaz nos tomamos el colectivo a Liubliana. Era un domingo a la tarde, y con nuestros treinta años a cuestas resultamos ser los pasajeros más veteranos, rodeados por jóvenes universitarios que volvían a la capital después de un fin de semana en familia. Cuando llegamos, la mitad se metió en un McDonald’s de la estación apenas se bajaron del colectivo. Señales de la nueva Eslovenia, que dejó atrás la herencia yugoslava. Y pese a todo, en una encuesta reciente un 45% de eslovenos afirmaron que la ruptura con el Estado federal dañó al país más de lo que lo benefició. Y aunque parezca mentira, el rango etario de entre quince y treinta y cinco años fue el que más validó esa opinión. ¿Entonces?
Los países de la ex Yugoslavia son complejos. Y al fin al cabo, nosotros apenas somos dos turistas argentinos que están de paso.