En estos casi tres años de viaje tuvimos muchas ideas que por una u otra razón no prosperaron. Trabajar en Tokio, viajar a las islas Maldivas, aprender francés, mudarnos a Londres o aplicar para la visa Working Holiday en Dinamarca, por ejemplo. El sistema es similar al de Australia y Nueva Zelanda: un año para trabajar y vivir en el país, con el agregado de un curso gratis de danés por seis meses. Durante algún tiempo nos pareció una buena opción para después de Australia.
¿Y qué pasó? Varias cosas. Mientras corrían los meses en la tierra de los canguros nos empezamos a cansar un poco de la idea de asentarnos nuevamente en un lugar distinto, que además era considerablemente más caro e incluía el aprendizaje de un idioma desconocido. Quizás a veces desde afuera nuestra vida se ve como una especie de vacaciones interminables, pero la realidad es que trabajamos muy duro para llevar a cabo nuestros planes y vivir en el exterior no es fácil. Por si fuera poco, las perspectivas de ahorrar dinero en Dinamarca con una Working Holiday estaban muy lejos de las de Australia, o incluso Nueva Zelanda. Con todo esto en la balanza terminamos desestimando la posibilidad de pasar una temporada en Escandinavia.
Cuando llegamos recientemente a Copenhague para una visita de cuatro días fue inevitable pensar cómo hubiese sido nuestra vida allí. ¿Habríamos encontrado un buen trabajo en la capital? ¿Tendríamos que habernos mudado a una granja en el despoblado interior del país? ¿Nos habríamos unido en el desempleo a la gran cantidad de inmigrantes que juntan envases de cerveza en la calle a cambio de una corona (dos pesos) por cada uno?
Ya no lo sabremos, pero no es algo que nos perturbe demasiado. Por regla general tratamos de no arrepentirnos de las decisiones que tomamos. Además, después de haber paseado por Copenhague tampoco sentimos que tuviéramos demasiado de que estar arrepentidos. La ciudad estaba lejos de los estándares de primer mundo que imaginábamos, con edificios viejos y descuidados, gran cantidad de basura suelta y mucha gente tomando alcohol en la vía pública. Si es cierto que es uno de los países con mejor calidad de vida del mundo, no es algo que se note de a pie.
Tampoco es que la capital danesa sea especialmente turística. Si bien visitantes no le faltan, la cantidad y calidad de atracciones de que dispone están lejos de otras capitales europeas. Los edificios del Parlamento y el Ayuntamiento, la zona de los canales de Nyhavn, algunas iglesias y una pobre estatua de La Sirenita —en memoria de Hans Christian Andersen, el escritor danés autor del cuento— son los pocos sitios que destacan en una ciudad del tamaño de Rosario.
En realidad hay otro lugar que atrae muchos turistas, aunque personalmente me abstendría de recomendarlo. Es una zona entre canales que llaman Ciudad Libre de Christiania, un ex espacio militar que en los sesenta se convirtió en refugio hippie, organizado como una comunidad libre e igualitaria donde se permitían cosas que en el resto de la ciudad se consideraban ilegales. El consumo de todo tipo de drogas, por ejemplo.
—Es un paraíso, tienen que ir —me dijo con entusiasmo un entrerriano que conocí en el hostel—. Ahí no entra la policía y venden cualquier droga que te imagines. Por ejemplo el hachís, que es difícil de conseguir en Argentina, está a muy buen precio.
Desconozco la cotización internacional del hachís, pero debo reconocer que no me pareció suficiente incentivo para visitar Christiania. Sin embargo, cuando contactamos a nuestro amigo Danny y nos propuso que nos encontráramos allí aceptamos sin dudarlo. Qué mejor que recorrer ese sitio tan extraño que con un local.
Nyhavn
El Ayuntamiento
Danny es un danés de 25 años que conocimos mientras juntábamos arándanos en un campo de Nueva Zelanda, hace más de dos años. Siempre nos mantuvimos en contacto y la idea era poder volver a encontrarnos en algún momento, lo cual finalmente sucedió en Christiania. Llegó en bicicleta, el método de transporte preferido por todos los daneses, y a pesar de ser rubio y alto como la mayoría de sus compatriotas lo reconocimos al instante.
Mientras nos acercábamos a la entrada del barrio empezamos a hablar de todo un poco, empezando por ponernos al día sobre la vida de cada uno después de los arándanos neocelandeses y los planes para el futuro inmediato. Aunque prestaba atención a la charla, no pude evitar mirar de reojo un letrero que indicaba el comienzo “delimitado” de Christiania y una serie de reglas, entre las cuales la principal era no tomar fotografías.
—Sinceramente, no esperaba encontrar un lugar así en Dinamarca —le confesé a Danny, a medida que comenzábamos a ver puestos de venta de marihuana—. Leí en internet que no se consideran parte de la Unión Europea, ¿qué hay de cierto en eso?
—Bueno, les gusta verse a sí mismos como una comunidad libre —me explicó con una sonrisa—, pero siguen estando dentro de Dinamarca y de Europa, bajo las mismas leyes. La policía odia este lugar y quiere destruirlo a toda costa, pero a mucha gente le atrae y no sólo por las drogas. Yo tengo una tía de 74 años que comenzó a frecuentarlo en los sesenta y todavía le gusta venir los domingos a tomar algo.
La Sirenita de Hans Christian Andersen
El infaltable cambio de guardia en uno de los palacios reales
Avanzamos un poco más y los puestos de venta en la calle no sólo se multiplicaban, sino que quienes los atendían tenían la cara totalmente cubierta con una capucha negra. De repente, nos sentimos caminando con los guerrilleros de las FARC por la selva colombiana y no en uno de los países más desarrollados del mundo.
—¿Por qué las capuchas? —le pregunté a Danny.
—Para ocultar su identidad. Aunque hay un acuerdo tácito para que estén acá lo que hacen no deja de ser ilegal y podrían ser detenidos. Hace pocas semanas hubo una fuerte redada policial y destruyeron muchos de los puestos de venta. Una de las razones para que los dejen es que si los echan de Christiania no dejarían de vender drogas, sino que se esparcirían por la toda ciudad y serían más difíciles de controlar. Además, estaría el peligro de una posible guerra de bandas. Acá cada uno tiene su espacio y se respetan.
Me pareció un argumento razonable, bien escandinavo. Nada de empezar a los gritos contra aquello que no nos gusta o no entendemos, sino siguiendo un orden lógico y ordenado para sacar conclusiones. Una de las causas por las que en el último tiempo me empezaron a gustar algunas series danesas, como Borgen, Forbrydelsen (Crónica de un asesinato) o Bron/Broen (El Puente).
Consecuencias de sacar una foto a las 12 de la noche después de haber tomado unas cuantas cervezas danesas
Después de unas horas comprobando que Christiania no valía mucho la pena seguimos recorriendo la ciudad con Danny, intercambiando ideas, proyectos y reflexiones. Nos contó cosas de todo tipo sobre su país, como que el fútbol es el deporte más popular y que los taxistas odian Uber. También sobre el hecho de que la sociedad danesa es en general bastante limpia, pero que cuando se consume alcohol los códigos civiles pierden fuerza, haciendo que la persona que de lunes a viernes es tranquila y ordenada, al beber algo el fin de semana tira sus residuos en la calle, por ejemplo. Interesante como dos países tan diferentes como Dinamarca y Argentina pueden parecerse en algunas pequeñas cosas.
Nos despedimos de Danny con la promesa de un futuro encuentro en otra parte del mundo y nos fuimos de Copenhague. La vida danesa tendrá que esperar.
Vivimos en Copenhague dos años, y coincido contigo en que tienden a ser un poco sucios. Las latas y botellas se las llevan personas que, como dices, las cambian por dinero (pero ojo! Se está convirtiendo en mafias que se trasladan al país principalmente en la temporada de verano que es cuando la gente más bebe en la calle) sin embargo otras tantas personas y jóvenes (lo que es un mal augurio) tiran papeles y restos al suelo pero tienen un buen servicio de recogida de basura que difumina cuan sucios pueden llevar a ser. Aun así hay unos cuantos sitios que si valen la pena visitar; todo esto lo puedes leer en idowhatiwanto.com
Gracias por leer y compartir tus apreciaciones. Saludos