Cuando la changa en la casa de Brian dejó de alimentarme, llegó el momento de salir al mercado laboral en Christchurch, para lo cual me propuse recorrer todas las agencias de empleo con cv en mano, tal como manda la costumbre en esta ciudad sureña. Pero no fue necesario. La tarde anterior a la recorrida, le respondí un mail a una de las agencias que había desestimado una semana atrás (cuando el trabajo con Brian estaba en su apogeo), que me preguntaba si estaba disponible para una entrevista. A los pocos minutos me respondieron que fuera al día siguiente a las nueve de la mañana. Ya tenía por donde empezar.
Me recibió una empleada muy amable, que me hizo llenar un montón de papeles sin darme muchas precisiones de para qué estaba haciendo eso, y cuando terminé vino otra mujer que me empezó a hablar como si ya estuviera contratado. La cosa es que la entrevista era para un puesto al que había aplicado en su momento por Internet, del que ya ni me acordaba. Era un trabajo en el depósito del Countdown (una de las cadenas de supermercados más grandes de Nueva Zelanda), bastante bien pago.
La empleada me hizo leer unas recomendaciones de seguridad, llenar nuevos papeles, me encajó un chaleco fluorescente y unas botas de seguridad que se pagarán con mi primer sueldo y quedé para empezar al lunes siguiente. Estaba todo muy lindo, excepto el horario, de cinco y media de la mañana (!) a dos de la tarde. Al menos me quedaba gran parte del día libre, si lograba la hazaña de levantarme de madrugada.
El primer día era para conocer la planta y los consejos de seguridad, así que fui a la tarde y me quedé solo una hora. El martes arranqué en el horario normal, y enseguida comenzaron los problemas. A los cuatro empleados nuevos nos dividieron en parejas, y a cada una nos asignaron un supervisor para que nos enseñara lo que teníamos que hacer. Mi compañero era un gordo local que la tenía re clara, porque ya había hecho el trabajo antes en la competencia del Countdown, así que no tuvo mayores problemas.
¿Pero de qué se trata el empleo? Básicamente, me tengo que subir a una zorra elevadora de pallets de madera y recorrer el enorme depósito bajando cajas de mercadería y armando los pedidos para las distintas sucursales del Countdown en toda la isla sur.
El primer inconveniente fue manejar correctamente la zorra, ya que en mi primer intento me llevé puesta la baranda de seguridad de una de las góndolas al intentar doblar. Por suerte Paul, nuestro supervisor, era buena onda y me tenía paciencia. El punto negativo es que hablaba un inglés ultra cerrado, lleno de lunfardo kiwi del que no entendía un carajo. “Yeah, yeah” le contestaba a todo, mientras por dentro me preguntaba: “¿De qué está hablando este tipo?”.
La famosa zorra que manejo todos los días
Además de la zorra, el trabajo se hace con una máquina con auriculares, que te va indicando a qué fila del depósito tenés que ir, qué cajas tenés que agarrar y cuánta cantidad. Así que también costó al principio la comunicación con el aparato, porque no solo yo no comprendía muchas veces lo que me decía, sino que la máquina me entendía cualquier cosa cuando yo le contestaba.
Para Paul lo más importante era cómo ordenar las cajas sobre el pallet, para optimizar el espacio y que no se cayeran durante el camino. Realmente un obsesivo el tipo. Yo ponía una caja, él venía, miraba y casi siempre me decía:
─No está mal así, pero de esta forma es mejor. ─ Y la corría.
Y las pocas veces que para su criterio las había ordenado bien, se emocionaba y decía:
─Beautiful! (hermoso). You are in a row! (estás en racha).
El miércoles parecía que iba a estar más canchero, pero descubrí a los golpes que me costaba ir marcha atrás con la zorra y rompí dos pallets al intentar levantarlos. Encima no estaba Paul, y el supervisor de ese día ni era muy copado ni tenía mucha paciencia. Eso sí, hablaba el mismo inglés atravesado que el otro.
Los pasillos donde se desarrollan mis aventuras
El jueves volvió Paul y anduve un poco mejor. Gracias al consejo de otro argentino que trabaja ahí, elegí una de las zorras más nuevas para usar, las cuales son más fáciles de maniobrar, especialmente cuando tenés que ir marcha atrás. Esta vez no rompí nada, aunque me hice un par de quilombos con algunas cosas que me indicaba Paul. Parecía que ya le había agarrado la mano. Pero todavía no había pasado lo peor.
Cerca de finalizar la jornada se me acercó un tipo planilla en mano y, como si nada, me preguntó si el viernes podía entrar a las cuatro y media (!!). Con mi mejor cara de poker le dije que sí, aunque la procesión pasaba por dentro.
Quizás por el sueño de haberme levantado una hora más temprano, o porque simplemente soy bastante distraído, cuando apenas había arrancado el viernes aceleré en una recta a lo Schumacher y al frenar sentí un “¡prum!” que venía de atrás. Se me había caído una caja de vino y hecho mil pedazos. Si bien en la capacitación del lunes nos habían dicho que eso era bastante normal, no era una situación que quería atravesar en mi primera semana laboral. Pero bueno, no hubo remedio. Así que junté coraje y fui a la oficina a reportar lo sucedido. Escucharon atentamente mi emocionante relato (bah, en realidad les dije “necesito un limpiador, se me cayó una caja de vino”) y me dijeron que tenía que acomodar mejor las cajas. Los sabios consejos de Paul se me vinieron a la cabeza en el instante.
El sábado tuve libre y me preparé física y mentalmente para volver con todo el domingo, primer día que iba a estar solo haciendo el trabajo. A la noche era el cumpleaños de uno de los chilenos de la casa, que se mandó alta fiesta, así que para poder dormir algo me prestaron unos tapones para los oídos que menguaron un poco el quilombo de la planta baja.
Así que finalmente encaré el último día de mi primera semana con todas las pilas, listo para romperla. Lo que casi rompo fue otra zorra, que choqué cuando estaba maniobrando para intentar dejar un pedido en la zona de entrega. Estaba estacionada sin ocupante enfrente de donde yo quería detenerme, y se la di de costado cuando iba para adelante. Aunque no se apreciaban daños, la máquina empezó a chillar, y no me dejó otra opción que agachar la cabeza e ir a la oficina a reconocer mi nuevo traspié.
Vino un tipo, hizo callar a la máquina con su tarjeta de la empresa y me preguntó qué había pasado. Tras oír mi breve relato de los hechos, me dijo:
─Esto (señaló la zorra que había chocado) no debería estar acá, pero vos tenés que prestar más atención.
Puse mi mejor cara de “sí señor”, y ya me disponía a reintentar la maniobra de estacionamiento cuando apareció Paul y me empezó a señalar que llevara el pedido a otro lado. Apurado para salir de ahí lo más rápido posible, di marcha atrás, doblé sin mirar y al hacerlo golpeé de lado un pallet con mercadería que estaba cerca, provocando que algunos productos salieran despedidos en varias direcciones. Justo al lado del tipo que había venido a inspeccionar el accidente. Horror.
Paul, con todo lo capo que es, vino corriendo y diciendo “it’s my fault, it’s my fault” (es mi culpa, es mi culpa), aunque nadie se tragaba ese intento de salvarme de la guadaña. Yo me recompuse como pude y acepté mi responsabilidad, ante la cara de pocos amigos del tipo de la oficina que me dijo algo así como:
─Es el segundo inconveniente en dos minutos. Realmente tenés que mirar a tu alrededor antes de hacer una maniobra.
Nuevamente con mi cara de “sí señor” me puse a ordenar lo que había tirado, mientras por dentro pensaba si me despedirían por telegrama o por mensaje de texto.
Por suerte, el resto del día pasé inadvertido (o sea que no me mandé ninguna), aunque cerca del mediodía me pidieron que fuera a la oficina a firmar un reporte de lo ocurrido a la mañana.
─No es que estés en problemas ─me aclaró el tipo─, pero tenemos que informar todo lo que sucede.
La cuestión es que después de las mil y un cagadas completé una semana de empleo y estoy a punto de iniciar otra. Es de esperarse que estos eventos vayan disminuyendo, o de lo contrario muy pronto tendré más tiempo para dedicarle al blog.
Animo bastardo, peor es vivir en Rosario!!!
Abrazo grande amigo y prestale mas atención a Paul.
Que estes super bien
Que buen bastardo que es Paul. Se la pasa jodiendo y hablando de fútbol. Es hincha del Liverpool y lo conoce a Mascherano
Si aprendes a manejar ese vehículo amorfo va a ser todo un logro, ánimo!