El primer día que aterrizamos en Australia nos invadió una sensación de extrañamiento, propia del que se da cuenta que está llegando a la otra punta del mundo, un lugar donde nunca nos habíamos imaginado estar antes. Pero las semanas fueron pasando, y lo que era nuevo y curioso se convirtió en lo cotidiano, como si lo hubiéramos hecho toda la vida. Por eso, prácticamente nos resultó de lo más común cuando volvimos a Australia para ver el primer grand slam de tenis del año.
Para los que no lo saben, los grand slams son los cuatro torneos más importantes en el tenis, que se juegan todos los años en los mismos lugares: Melbourne, Paris, Londres y Nueva York. En octubre, apenas salieron a la venta las entradas para el Australian Open, decidimos que era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. ¿Cuándo volveríamos a estar tan cerca de un evento así? (al menos el de Oceanía).
Comprar las entradas hace cuatro meses fue un salto al vacío, porque hasta 24 horas antes de viajar a Melbourne no sabíamos qué jugadores iban a enfrentarse en la cancha que habíamos seleccionado. Pero el destino nos dio un guiño, y puso en nuestro camino nada menos que a Roger Federer, el mejor tenista de todos los tiempos y una leyenda viviente de este deporte. Además, el mismo día salió sorteado un partido con la número dos del mundo de mujeres y otro con Lleyton Hewitt, el último gran ídolo australiano, aunque un poco venido a menos.
Melbourne nos recibió el lunes cerca de la medianoche, con unos agradables 44 grados (!) y un hostel con inesperado wi-fi gratuito y desayuno sin costo (si vienen siguiendo el blog, sabrán lo difícil que es encontrarse con estas delicadeces en Oceanía).
El martes a primera hora salimos hacia el estadio donde, para nuestra suerte, gozamos de sombra durante todo el día y evitamos el sol abrasivo. El partido más entretenido fue el tercero y último, el de Hewitt contra Andreas Seppi. El italiano ganó los dos primeros sets, pero el australiano se recuperó ganando el tercero y el cuarto, aunque terminó cayendo finalmente en el quinto después de una maratón de más de cuatro horas. Para destacar un grupo de unas diez personas que le hicieron el aguante a Hewitt todo el partido, con cantos de los más desopilantes.
El miércoles a las seis de la mañana ya estábamos en el aeropuerto, listos para emprender el regreso y dar por finalizadas nuestras mini vacaciones. Air New Zealand nos sorprendió gratamente cuando, al llegar el momento de dar las tradicionales y aburridas indicaciones de seguridad, pasó un video muy divertido donde mostraban un vuelo lleno de habitantes de la Tierra Media (Señor de los Anillos) mostrando cómo había que abrocharse el cinturón de seguridad, usar el salvavidas, etc.
De Melbourne no vimos casi nada, porque llegamos y nos fuimos de noche, tras poco más de 24 horas de estadía. Pero la ciudad nos dio buenos indicios, y tal vez merezca una segunda visita. Por lo pronto, volvimos a nuestro trabajo con las blueberries, que mejoró notablemente en su regularidad, y a nuestro nuevo hogar, del que les hablaré en futuras ocasiones. Nos estamos leyendo.