Desde Argentina y otras partes del mundo se suele ver a Australia como una especie de tierra prometida. El jardín del edén en los confines de la tierra donde la vida es maravillosa y nada nos puede pasar. La mayoría de estas visiones están alimentadas por notas de diarios de domingo basadas en puras estadísticas (el 96 % de la gente en Australia es millonaria, y cosas así), y por escritores con su vida resuelta que pasaron unos meses de vacaciones y publican un libro sobre lo genial que es el principal país de Oceanía. Claro, ninguno de ellos viene a estas tierras con el objetivo de buscar trabajo y llevar una vida rutinaria, al menos por unos meses, con lo cual no llegan a comprender una variable fundamental del asunto: el factor humano.
Si algo tenía Nueva Zelanda, más allá de todas las críticas que supe hacerle, era la facilidad a la hora de buscar trabajo. Para el campo alcanzaba con mandar algunos mensajes de texto y ya empezabas a la semana (dejemos de lado las pésimas condiciones laborales), y en Christchurch las agencias de empleo te tomaban en el mismo día (al menos si eras hombre) o te llamaban tres o cuatro veces por semana para ofrecerte algo. Llegamos a Australia sabiendo que no sería lo mismo, pero nunca esperamos que nos costara tanto ni mucho menos otra serie de cuestiones que hacen a la selección de empleados.
A los dos días de llegar a Melbourne ya recorríamos agencias de trabajo con nuestros humildes currículums pero nadie quería aceptarlos. La razón era siempre la misma: en Australia nada de aplicar personalmente, todo por internet. Y lo mismo da si querés trabajar como abogado, en la construcción o lavando platos. No reciben CVs en mano y el primer filtro lo hacen a través de la computadora sin verte la cara. Pero como eran las reglas del juego nos adaptamos rápidamente y comenzamos a rastrillar la web enviando una cantidad descarada de aplicaciones laborales, para rubros en los que teníamos algo de experiencia y otros de los que no habíamos oído hablar en nuestra vida, siempre haciéndole alguna ligera corrección a los currículums para que resultaran más atractivos.
En internet buscan de todo, hasta arqueros!
Estuvimos una semana aplicando entre veinte y treinta trabajos por día pero nada. Recién al comienzo de la segunda semana Ro obtuvo respuesta de una mujer que le ofrecía una “prueba” para limpiar casas por tres semanas. Las condiciones no eran nada atrayentes: le pagaban 15 la hora (el mínimo legal es 18), eso no incluía los largos traslados entre casa y casa y no le daban ni un descanso para comer o tomar agua. Pero la recorrida por Asia había dejado nuestros bolsillos raquíticos y teníamos que arrancar con lo que había, así que no le quedó otra que aceptar.
Después de algunos días de hacer ese trabajo insalubre la llamaron para una posición de limpieza en una escuela. Fue a una entrevista y todo quedó arreglado para empezar a los dos días, con un sueldo mucho más atractivo y menos horas de trabajo pero estables. Así que trabajó un día más con la explotadora y le avisó que no iría más porque al día siguiente tenía que empezar en el colegio. Pero una hora antes de salir de casa para ir a tomarse el tren la llamaron para avisarle que no fuera ese día porque la escuela estaba cerrada y abriría recién el lunes (era viernes). Así que pasó el fin de semana, el lunes pasaban las horas sin novedades de esta gente y Ro tuvo que ponerse en contacto con ellos. La respuesta seca y lapidaria llegó a través de un mensaje de texto: “Te llamo cuando te necesite. Por ahora estamos bien”.
Pasando en limpio, no sólo le mintieron descaradamente diciéndole que tenía el trabajo, sino que se quedó sin el otro empleo de limpieza (que aunque era horrible al menos le daba plata), y a último momento le cambiaron totalmente la bocha sin darle ningún tipo de explicación. Una falta de respeto totalmente indigna del “primer mundo” que nos habían vendido que era Australia. De más está aclarar que nunca más volvieron a escribirle ni a llamarla de ese lugar.
En mi caso, después de varios intentos conseguí algunas entrevistas para ser ayudante de cocina en restaurantes. Algo irónico ya que la única cocina que pisé en mi vida fue la de mi casa cuando buscaba las facturas que había comprado mi mamá, pero es asombroso lo que algunas palabras de más pueden generar en un CV.
La cuestión es que tuve una prueba en un lugar, una entrevista en otro y nada. Al tercer intento llegué al lugar de la entrevista y me llamó la atención porque era una especie de fábrica abandonada en una zona cero comercial, con lo cual tuve que buscar en internet para chequear que era el lugar correcto. Una vez adentro no estaba tan mal, era un salón de fiestas bastante bien decorado y cuando me presenté me hicieron pasar a una oficina para charlar.
La mujer que me entrevistaba empezó con las preguntas de rutina: “háblame de vos”, “qué experiencia tenés”, “cuánto tiempo pensás quedarte en el país”, lo de siempre en estos casos. Pero después de un rato empezó a hacerme preguntas que iba leyendo de una hoja del tipo “con qué cinco adjetivos te describirías?”, “por qué crees que debemos contratarte?”, “cuáles son tus objetivos personales en este trabajo?”, “contame de algún inconveniente que hayas tenido con un jefe y cómo lo resolviste”. Todo esto para ser ayudante de cocina CASUAL los fines de semana, porque era una empresa de catering de eventos y no un restaurante que abría todos los días! Yo no sabía si me había equivocado y estaba aplicando para CEO de Samsung o si me estaban tomando el pelo, pero cada vez estaba más nervioso a medida que las preguntas se ponían más complejas.
Siguiendo con las selecciones de personal absurdas otra que se destaca es la de la Fórmula 1. Resulta que en marzo se corre el Gran Premio de Melbourne y vimos un aviso de internet donde buscaban gente más que nada para cortar las entradas, ubicar a los espectadores en las tribunas y ordenar el estacionamiento de autos. Si bien son unos pocos días de trabajo mandamos la aplicación igual y los dos (Ro y yo) conseguimos una entrevista. Fuimos, cada uno en un horario diferente, y participamos de una charla con tres o cuatro aspirantes más y dos personas de la oficina. Después de pedirnos que nos presentáramos y contáramos qué experiencia teníamos en atención al público hicieron una ridícula ronda de preguntas donde a cada aspirante le planteaban un escenario de situación y le preguntaban cómo lo resolvería. A Ro y a mí nos tocó justo el mismo, que era qué hacíamos si dos personas decían que tenían el mismo asiento. Lo absurdo de todo esto viene dado por el trabajo para el que estábamos aplicando: cortar entradas, acomodar la gente u organizar el estacionamiento…
Otra búsqueda laboral que me indignó fue la de un McDonald´s (y bue, se hace lo que se puede) para el que había llenado un formulario online re largo y con preguntas muy estúpidas del tipo ¨si un compañero de trabajo lleva armas a la cocina, qué harías?¨. Después de tardar como veinte minutos en completarlo lo mandé y en menos de treinta segundos me llegó un email diciéndome que habían dado ¨una cuidadosa consideración a mi aplicación¨ pero que era rechazada. Ahí ya me calenté y, aunque sabía que no me responderían más nada, me senté y les escribí: ¨Una cuidadosa consideración?? Increíble, eso fue muy rápido ya que la mandé hace menos de un minuto¨.
El intercambio de mails con McDonald’s
Pero sin dudas, lo peor del “ser australiano” lo vivimos hace unos días, cada uno por separado. En mi caso, conseguí una changa para dejar volantes publicitarios en los buzones de las casas de un tipo que arreglaba techos o algo así. El viernes, primer día, me citó a las dos de la tarde en una estación de tren a veinte kilómetros de casa. Él llegó tres menos veinte sin avisar y sin responder mis llamadas, pero como la necesidad a veces manda seguí adelante.
Repartí volantes ese día por cuatro horas y cuando terminé lo llamé para que me buscara y me llevara de vuelta a la estación como habíamos acordado. En primera instancia me dijo que me buscaría enseguida, pero al rato me volvió a llamar para decirme que estaba a dos horas de ahí atascado en el tráfico y que me volviera en colectivo. Eran las siete de la tarde, estaba a años luz del centro en un barrio que no tenía ni idea y a los pocos minutos empezó a arreciar una tormenta.
No obstante, como quería que me pagara (me había dicho que lo haría el domingo, tras trabajar tres días), volví el sábado aunque tenía muchas dudas al respecto. Quedamos en encontrarnos once y media en la estación pero el tipo llegó doce y cuarto. Con poca paciencia me subí al auto y le dije que si le parecía ese día me volvería directamente en transporte público, para no tener que esperarlo. Él se negó y se excusó por lo del día anterior, prometiendo que me buscaría a horario. Cinco minutos antes que se cumplieran las cuatro horas de trabajo me mandó un mensaje: “tomá el transporte público”.
El domingo era el último día y yo estaba que volaba de la calentura, pero quería cobrar. Así que a las 9 estaba otra vez en la estación de tren dispuesto a hacer un último esfuerzo. Nueve y diez le mandé un mensaje. Nueve y veinte lo llamé y me atendió el buzón de voz. Diez menos veinte le mandé otro mensaje diciéndole que no podía esperarlo más y que me iba. Menos cuarto finalmente me respondió (por mensaje!) que en diez minutos llegaría. Finalmente diez y diez tomé el tren y me volví a casa. Le avisé que me había ido y que le pasaría los datos de mi cuenta para que me pagara los días trabajados. Su única respuesta llegó once y media de la mañana y no sabía si reírme o llorar: “Volvé a la estación”, decía, así, en forma de orden. Al día de hoy todavía no me pagó. Qué linda gente.
Repartiendo volantes para garca local
Ro, por su parte, después de muchas idas y vueltas había conseguido un trabajo en una fábrica a través de Adecco, una agencia de empleo. La tuvieron más de una semana prometiéndole llamados que nunca llegaban y confirmaciones que se hacían esperar. Finalmente, un viernes le avisaron que empezaba el lunes. Como entraba muy temprano (5.30 de la mañana), todo el sábado se la pasó barajando alternativas de cómo llegar, ya que era un lugar muy alejado y había poco transporte público a esa hora. Incluso llegó a pensar en la posibilidad de pasar la noche en un McDonald’s o comprar una bicicleta para hacer los 30 kilómetros hasta la fábrica.
Nada de esto hizo falta. El domingo a las dos de la tarde la llamaron de Adecco para decirle que no trabajaría esa semana. Las excusas fueron las mismas de siempre; que es culpa de la empresa, que se rompió una máquina y bla bla, pero la única realidad era que de 36 horas de trabajo que le habían prometido esa semana pasaba a cero. Muy caliente, y con razón, les dijo que no podía ser, que no se trataba así a la gente, que estaban hablando de trabajo y no se puede confirmar algo y después no darte nada y un montón de verdades más. Un golpe de KO al mentón, aunque lamentablemente no alteraba nuestra realidad.
Estas agachadas se suman a otras como que un empleador se ponga en contacto porque necesita a alguien urgente y después de tu respuesta ya nunca más te escribe o llama, que te usen para “pruebas” no pagas en trabajos que nunca te van a tomar o que te ofrezcan pagarte en negro por debajo del sueldo mínimo. Y ni hablar del día en que caminando por el centro vimos un par de lugares de comida asiática que buscaban empleados y los carteles que te animaban a postular estaban escritos en chino! (nos dimos cuenta de lo que eran porque palabras como full time o working holiday visa eran las únicas en caracteres romanos). Una falta total de respeto.
Anuncios de empleo… en chino!
Evidentemente el país de las maravillas está lejos de ser lo que reflejan los diarios o los libros de turistas con la vida resuelta. Hay una desconsideración preocupante por la gente que personalmente no experimentamos hasta ahora en ningún otro lugar del mundo. Entiendo que es difícil percibir un problema cuando se hace una comparación de sueldos o de niveles de criminalidad, pero hay un índice que no registran las instituciones ni los medios y al final del día es el más importante de todos: el factor humano.
PD: Al momento de publicarse esta nota ya conseguimos trabajo. Pero esa es otra historia.