Dos ciudades, un destino

Hablar de Budapest es hablar de Buda y Pest, dos ciudades separadas por el río Danubio que en el año 1873 se unieron física y políticamente, puentes mediante. Buda era el lugar de la realeza, la aristocracia y los nobles, en tanto que Pest pertenecía a los artesanos, los obreros y los esclavos. Para quien visita la capital húngara en la actualidad aún es notorio que en algún momento fueron lugares distintos, y en nuestro caso no tomó mucho tiempo elegir una favorita.

Una primer diferencia fundamental es geográfica: Pest es llana mientras que Buda se encuentra en la ladera de una colina. Si conocen de nuestra predilección por la movilidad ecológica (a saber, caminar hasta que las suelas se gasten), entenderán que nuestra simpatía por la primera fue casi automática. En Buda cualquier desvío o calle equivocada podía derivar en un esfuerzo extra al de los quince kilómetros promedio que solemos caminar en las ciudades.

La mayor atracción de Buda es el castillo del mismo nombre, que solía ser el símbolo del poder de la realeza en tiempos del imperio austrohúngaro. Actualmente alberga un amplio museo en su interior y un agradable paseo en sus alrededores, accesible a pie o en funicular. En una imaginaria diagonal cruzando el Danubio, en el lado de Pest, se levanta el imponente edificio del Parlamento, inaugurado en 1904. Coincidencia o no, es curioso que el castillo como ícono monárquico se halle en Buda y el Parlamento como representante del poder del pueblo en Pest.

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El castillo domina la colina tanto de día como de noche

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Todas las caras del edificio del Parlamento compiten en belleza

La zona que rodea el castillo de Buda es un barrio señorial, de calles adoquinadas y prolijas casonas de época que hoy en día albergan muchas embajadas. Es un lugar donde solían vivir artistas y figuras de renombre de la sociedad húngara, de los cuales por supuesto no conocíamos a ninguno. El paseo lo corona el Bastión de los Pescadores, antiguo lugar de reunión de estas celebridades y hoy parada obligar para fotografiar al Parlamento desde la orilla opuesta del Danubio.

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Por estos rincones de Buda vivían y paseaban personajes de renombre que desconocemos

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El Danubio no se ve muy azul que digamos

En términos más mundanos, otra diferencia llamativa entre las dos ciudades es que en Pest la oferta culinaria es más amplia y accesible, abarcando desde McDonald´s hasta bodegones turcos pasando por económicos sitios de noodles asiáticos. En Buda, por su parte, sólo había unos pocos y sofisticados bares y restaurantes con precios elevados, al punto de que un plato de comida costaba lo mismo que una noche de alojamiento. De todas maneras, vale aclarar que dormir en Budapest es muy barato, especialmente, claro, en el lado de Pest.

En la actualidad siete puentes conectan Buda con Pest y viceversa. En nuestra visita cruzamos cinco de ellos, y si bien el más famoso es el Puente de las Cadenas, nuestro favorito es el Puente Margarita, desde el cual se puede acceder a la Isla Margarita. Este espacio deshabitado alberga un enorme parque con prácticamente nada de tráfico donde muchos húngaros aprovechan para relajarse o hacer ejercicio.

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Los leones del Puente de las Cadenas se llevan la mayoría de las fotos

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Las estatuas abundan en la ciudad e invitan a imágenes como ésta

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Homenaje a los judíos perseguidos durante la ocupación nazi, a quienes obligaban a saltar al río

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Es primavera y la Isla Margarita lo sabe

La isla es también mundialmente conocida entre los jóvenes por ser sede del festival de música anual Sziget. Durante una semana miles de personas acampan allí para disfrutar de actividades y conciertos de grandes estrellas bajo el lema de “la isla de la libertad”, lo que según un italiano que conocimos en un hostel de Darwin implica que “todo es legal”. Su entusiasmo con el evento era tal que nos mostró un video de la edición 2014 para contagiarnos sus ganas de ir. Quizás el próximo agosto el tano pueda cumplir su sueño, pero nosotros estaremos lejos de la ciudad para ese entonces.

El departamento donde nos alojamos en Pest merece un párrafo propio por su curiosa distribución. En esta ocasión optamos por reservar un cuarto en una casa compartida a través de Airbnb, donde vivía quien alquilaba las habitaciones y otros huéspedes ocasionales como nosotros. Lo llamativo es que una de las piezas tenía su única puerta de entrada… ¡en el baño! Esta maravilla arquitectónica resultaba un poco incómoda ya que a la hora de ducharse había que coordinar con la persona que dormía allí.

Más allá de lo particular del lugar disfrutamos mucho de estar afuera. Las calles de la ciudad se prestan para caminar, en especial sus bulevares llenos de verde y atractivos edificios. Además de las visitas obligadas al Castillo, el Parlamento, el Puente de las Cadenas y alguna que otra iglesia, nos interesamos también por los llamados Ruin Bars (bares en ruinas). Así que una tarde nos pusimos nuestra mejor ropa encima, es decir el pantalón no-jogging con el pulóver y las zapatillas menos aparatosas, y nos dirigimos al Szimpla Kert, un bar ubicado en un viejo caserón sin mantenimiento pero decorado con objetos antiguos y coloridos. Cualquier similitud con algún antro que hayamos frecuentado en nuestra juventud es pura coincidencia.

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Uno de los famosos bares en ruinas de la ciudad

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Según la leyenda, al tocar esta estatua los escritores reciben inspiración. ¿Será cierto? Ya veremos…

Nuestro último día en tierras húngaras estaba destinado para subir a un monte en el lado de Buda desde el que se obtienen lindas vistas, pero la insistente lluvia que no paraba de caer frustró los planes. De todos modos, nos quedó la sensación de que el encanto de Budapest no estaba en la postal obtenida desde un mirador sino más bien al ras del piso en sus imponentes edificios, bulevares y peatonales.

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El Mercado Central resultó un buen refugio para la incesante lluvia

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El mirador quedará para la próxima

Para coronar la tarde lluviosa nos agasajamos con una kürtőskalács, torta típica que venden en carritos en la calle, y un ischler, especie de alfajor relleno de mermelada y bañado en chocolate. No entendemos mucho de cocina húngara pero estos dos postres pasaron la prueba y se acabaron en poco tiempo, como nuestro paso por esta bella ciudad. Esperemos que los próximos destinos nos sigan cautivando y que mi vuelta a la escritura sea más que un rapto de inspiración momentáneo.

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¿Quieren un pedacito de kürtőskalács?

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