De la consola a la ruta

En la historia de este blog hemos elegido destinos por las razones más diversas: por ser escenario de alguna película, por haber aparecido en algún libro, para ir a un evento deportivo, para ir a un recital, por el Diego, por interés politico y varias más. Pero con nuestra más reciente escapada a Alemania sumamos una nueva razón a la lista: elegir un lugar debido a un videojuego.

Viaje al pasado

Los 90. Época de los tamagotchi, el ICQ, pizza con champagne, el uno a uno, Cablín y el Monkey Island. Bueno, tal vez Monkey Island no le dice mucho a la mayoría, pero para un niño que tenía acceso a una computadora por primera vez en su vida, ese juego marcaría a fuego sus años por venir.

No sé bien qué fue, si los diálogos hilarantes, o la dinámica de los acertijos, o la historia de ese perdedor llamado Guybrush Threepwood que aspiraba a convertirse en pirata, pero el Monkey Island me fascinó desde la primera vez que lo jugué. Por ese entonces no tenía ni idea de que el videojuego había sido creado en 1990 por un yanki llamado Ron Gilbert, que a su vez se había inspirado en el libro “En costas extrañas”, de Tim Powers.

En los años posteriores aparecieron secuelas del Monkey Island, algunas mejor logradas que otras, pero en mi memoria ninguna superaría la primera. No sé cuántas veces volví a jugar la aventura (ya no en su diskette original, pero en emuladores, online, la versión de Playstation 3), y siempre la disfruté como la primera vez. Quizás el punto culminante de mi fanatismo fue el video-invitación de mi casamiento, una edición personal donde Ro y yo nos ponemos en la piel de Elaine y Guybrush.

¿Y qué tienen que ver los alemanes, se estarán preguntando? Hacia allá vamos.

Rothenburg ob der Tauber es una pequeña ciudad en el estado de Baviera, en el centro-sur de Alemania. Más allá de su nombre poético (“castillo rojo sobre el río Tauber”) y de su pintoresco casco antiguo medieval, este lugar no destaca demasiado de muchos similares desparramados por toda Europa. Excepto, por el Monkey Island.

Uno de los principales escenarios del juego es el centro del pueblo de Melée Island, la isla donde comienza la historia. Es una intersección de dos calles que se unen en un ángulo muy cerrado, con casas entramadas, calles de adoquines y dos torres (una con un reloj) sobre una arcada al final de cada una. Todo el entorno está diseñado en oscuros tonos de azul, simulando ser de noche, lo cual Mark Ferrari, uno de los diseñadores gráficos de Monkey Island, explicó que se decidió debido a las limitaciones tecnológicas de la época, que no permitían escenarios con muchos colores.

Ron Gilbert jura que no se inspiró en Rothenburg para diseñar Melée Island y que ni siquiera supo de su existencia hasta bien entrados los años 2000. Pero Ferrari, sin embargo, reconoció que, aunque no lo recuerda explícitamente, “seguramente” haya utilizado Rothenburg como referencia visual para el centro del pueblo de Melée Island.

Y diga lo que diga Gilbert, la verdad es que la semejanza es demasiada para creer en las coincidencias. Además, el viaje de un fanático a Rothenburg, treinta años después de conocer el juego, cobra mucho más sentido si elegimos confiar en el diseñador.

Monkey Island, 2023

Visitar Rothenburg ob der Tauber estaba en los planes hacía tiempo. El problema es que nunca parecía estar cerca de nada que nos interesara, y desde Copenhague son casi novecientos kilómetros.

Por fin, en el contexto de una escapada de fin de semana “navideña”, nos decidimos a tacharlo de nuestra lista de pendientes. El viaje, dividido en dos tramos, nos llevó por unas autopistas alemanas de tres carriles en medio de un paisaje completamente nevado. También nos dejó dos certezas: una, los alemanes hablan menos inglés de lo que nos imaginábamos, y dos, son bastante mal llevados. Responder casi a los gritos y en un cerrado alemán, aun cuando está a la vista que uno no entiende ni jota, parece ser la tónica de gran parte de la población.

Llegamos a Rothenburg a la hora del almuerzo, justo para comer unas salchichas locales en el mercado navideño del centro del pueblo. La primera impresión del casco histórico confirmó que era un buen destino: casas entramadas, calles adoquinadas y murallas bien conservadas, con el extra de la nieve y las decoraciones navideñas. Todo muy lindo, excepto por una cosa; la famosa vista que recuerda a Melée Island no se veía por ninguna parte.

Atravesamos la calle principal de punta a punta, pasamos por la iglesia más importante, caminamos por lo alto de las murallas y nos asomamos a los límites del pueblo, desde donde se veía el río Tauber en medio de un paisaje blanco. Al borde de un ataque de nervios (¿había sido, acaso, víctima de una fake news, de un montaje creado por los buitres de la internet?), señalé un rumbo al azar que no parecía llevar a ningún lado, y así dimos por fin con la Spitalgasse, la calle que al cruzarse con la Kobolzeller Steige crea Plönlein, la intersección más fotografiada de Rothenburg, y la inspiración de Meleé Island.

Encuentre las diferencias semejanzas

Los rothenburienses (?) no parecen estar al tanto de esto, o al menos no parece importarles. En todo el pueblo no hay ni una referencia al Monkey Island, y para los miles de turistas que pasan por ahí cada año tan solo es un pueblo medieval más. Pero cada tanto llega alguno que, como yo, entrecierra los ojos y recuerda ese mismo paisaje, en tonos azulados y mucho más pixelado, con un rubio de camisa blanca deambulando medio perdido mientras repite a los cuatro vientos: “Me llamo Guybrush Threepwood y quiero ser pirata”.

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