De Christchurch a Hollywood

¿Salió la working holiday Los Angeles? Nada de eso. Pero por un día saqué lustre a mi pasta de actor y trabajé como extra en una publicidad en Nueva Zelanda. ¿Me hice famoso de golpe? ¿Ya soy millonario? ¿Conocí a Peter Jackson? Pasen y lean.

Cómo venía la mano: un día Agustín, uno de los chicos con los que comparto la casa, me comentó que se había postulado para ser extra en una publicidad de Vodafone, una de las compañías de teléfonos más importantes de Nueva Zelanda. Pagaban bastante bien el día de trabajo así que también mandé mi CV. Al poco tiempo me contestaron que había quedado, junto a otros chicos de la casa: el ya mencionado Agustín, Román y Guido, mi amigo marplatense con el que compartimos andanzas desde Kopu.

Y entonces?: el lunes a las seis de la mañana nos presentamos en el lugar de la filmación, la peatonal de Cashel Street en Christchurch. Es un lindo lugar que quedó devastado después de los terremotos de 2011, y que lo reconstruyeron con la original idea de transformar containers (sí, como los del puerto) en locales comerciales. Después de tomarle el café a la producción y comerle galletitas pasamos a las manos de las vestuaristas, quienes primero eligieron entre la ropa que habíamos llevado (nos habían pedido varias opciones) el vestuario de cada uno. A continuación pasamos al camión de maquillaje, donde a todos nos pusieron una peluca con un corte casco (o taza, como prefieran). Tras media hora de risas nos pusieron a trabajar (?).

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Lookeado para matar.

Qué fue lo que pasó: nos desperdigaron a todos los extras a lo largo de la peatonal y Agus, Román y yo quedamos juntos en una esquina. Básicamente, lo que teníamos que hacer a la orden de “¡acción!” era caminar por el mall (centro comercial) y detenernos con el grito de “¡cut!” (corten). El detalle es que no sólo caminábamos de espalda a la cámara, sino que la misma estaba por lo menos a treinta metros de nosotros, con lo cual éramos sólo pequeñas manchas en la pantalla.

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Todos los “casquitos” en el set.

Después de hacer lo mismo por lo menos una docena de veces, siguieron con la segunda escena, donde salimos de pobres y pasamos violentamente al frente. Esta vez Román y yo quedamos de fondo de una charla de los protagonistas (dos pibes de unos quince años incapaces de expresar emoción alguna), mucho más cerca de la cámara que antes. Además, teníamos otras responsabilidades: él empezaba sentado en una mesa leyendo el diario y yo me le acercaba y empezábamos a hablar.

Cuando terminamos (unas seis tomas después), Guido y otros argentinos que también estaban ahí nos bajaron a la tierra: si bien estábamos más cerca de la cámara que antes, aparecíamos totalmente desenfocados en el fondo. Otra vez manchas.

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Con Agus en un descanso de la filmación.

A eso de las doce se hizo un parate para almorzar, que empezó mal porque nos corrieron de la mesa en la que nos habíamos sentado para que comiera ahí la gente importante (posta), y después tuvimos que esperar hasta que ellos terminaran para poder servirnos. Lo bueno es que comimos a reventar y estaba todo muy bueno. Lo malo es que había que volver a trabajar.

La tercera escena fue la más larga de todas, ya que se rodó unas quince veces. Los dos protagonistas hablaban en el medio de la peatonal, mientras los extras iban y venían rellenando el espacio. Mi tarea era pasar caminando a escasos centímetros de los pibes, con lo cual se me iba a ver re bien en cámara. Mi debut en Primera.

Lo hice la primera vez, a mi criterio bastante bien, pero cuando me preparaba para la segunda toma vino una de las asistentes del director y me reemplazó… ¡por Guido!

Totalmente decepcionado, no me quedó más que apoyar desde afuera, aunque Guido tampoco duró mucho. Dos tomas después también lo sacaron, y su (mi) lugar fue ocupado por un kiwi increíblemente feo. No lo digo mal, pero realmente no era muy agraciado, y me cuesta entender cómo pusieron a ese tipo para aparecer en primer plano. ¡Y rodó todas las tomas de esa escena hasta el final!

Después de tan duro golpe, los latinos del casting nos resignamos al ostracismo y nos quedamos atrás de donde estaba la acción, comiendo unos snacks que la producción tenía en una bandeja. Cuando nos habíamos bajado más o menos la mitad, vino una mina de la agencia a decirnos que las golosinas eran para la gente importante (textuales palabras).

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Guido, una mezcla de Pipi Romagnoli y Rafa Di Zeo.

Será porque nos vieron ociosos o comprendieron el talento desperdiciado (supongo que fue la primera opción), que para la cuarta escena nos vinieron a buscar para que hagamos de una gang (pandilla. Cero prejuicios, eh. ¿De qué otra cosa iban a actuar una media docena de latinos?). Estábamos MUY en el fondo, con lo cual nos la pasamos hablando y riendo sin prestar mucha atención a lo que pasaba en la parte importante. Ya estábamos resignados a no convertirnos en estrellas.

Terminamos haciendo una escena más donde caminábamos detrás de uno de los protagonistas mientras miraba una vidriera, con lo cual sólo se veía nuestro reflejo de fondo. Hollywood tendrá que esperar.

Cómo terminó todo: finalizamos la jornada sumamente agotados, ya que a las doce horas de filmación hay que sumarle el estar la mayor parte del tiempo parados, el frío que hacía y que cada vez que filmaban teníamos que estar en remera porque la publicidad no tenía que reflejar ninguna estación del año en particular.

Por lo pronto pasamos un día distinto y conocimos de cerca el glamour de Holly… Christchurch. Famosos no vimos ninguno, aunque seguramente los dos pibes protagonistas son los Teen Angels de acá y nosotros ni los registramos. Igual, si efectivamente esos púberes son alguien,  habla de la decadencia de Nueva Zelanda.

Bonus track: ¡La publicidad! 0’03”: Juro que el de campera Adidas desenfocado en el fondo soy yo.

2 thoughts on “De Christchurch a Hollywood

  1. Vale aclarar que las mujeres de la casa intentamos saltar a la fama también pero los muy machistas de la producción no nos seleccionaron. Otra vez será, Caro

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