A pesar de ser vecinos, Macedonia y Albania no están muy bien conectados. Apenas un colectivo diario une Skopie y Tirana, de una empresa que, poco antes de nuestro viaje, protagonizó un grave accidente cerca de la capital macedonia. El hecho impactó tanto a la sociedad que durante días fue de lo único que se hablaba en las noticias. Una mujer llegó incluso a decirnos que “arriesgábamos nuestras vidas” si tomábamos ese colectivo a Tirana. Pero como nos gusta la aventura (?), y no es que tuviéramos muchas más alternativas, viajamos en el colectivo de la polémica rumbo a la capital de Albania. El trayecto transcurrió sin incidentes, y hasta llegamos antes de lo previsto.
El diablo rojo
Cuando viajo, manejo tres niveles de prejuicios. Paréntesis: un prejuicio no implica necesariamente algo malo. Como la palabra lo dice, es una opinión previa sobre algo. Cierro el paréntesis. Decía que antes de conocer un lugar nuevo tengo uno de estos tres prejuicios: que sea exactamente lo que pensaba, que sea peor de lo que pensaba o que sea mejor de lo que pensaba. Tirana entró en esta última categoría.
Quizás fuera por la mala fama que se le da en los medios de comunicación, o porque muchos blogs de viajes la pintan como “una capital exótica que no parece Europa”, pero me sorprendió llegar y ver un lugar como cualquier otro, con cierto aire que hasta me recordó un poco a Buenos Aires. Calles en aceptable estado, edificios modernos, locales gastronómicos, gente paseando… En fin, nada del otro mundo.
Una de las razones por la que muchos esperan (esperamos) otra cosa es que durante casi cincuenta años Albania estuvo gobernada por comunistas (¡tiembla ciudadano estadounidense de clase media!), y en la última época tendió mucho más al aislamiento, incluso de socios ideológicos como China o la Unión Soviética.
El líder/villano del caso era Enver Hoxha, un intelectual que tomó las armas durante la Segunda Guerra Mundial para expulsar a los fascistas italianos y alemanes, y que después estableció un Estado situado a la izquierda del mapa durante la Guerra Fría. Muy pronto, sin embargo, Hoxha pretendió ser “más papista que el Papa”. Primero rompió relaciones con la Yugoslavia de Tito, a la que acusaba de ser traidora a los ideales comunistas. Después de la muerte de Stalin también se alejó de la Unión Soviética, cuyos nuevos gobernantes le parecían demasiado blandos. Y para culminar, rompió con China luego del fallecimiento de Mao, ya que, por supuesto, los que lo reemplazaron emprendieron una serie de reformas aperturistas y pseudo capitalistas que no le gustaban nada al líder albanés.
Vale aclarar que, aunque ahora todos lo consideran un tirano y lo peor que les pasó en la vida, Hoxha murió en el cargo en 1985, y no fue recién hasta principios de los 90 que se empezó a cuestionar su figura. Uno de los momentos más simbólicos de ese cambio fue cuando, en plena protesta por mejoras en la calidad de vida y mayor libertad individual, los manifestantes derribaron una enorme estatua de Hoxha ubicada en la plaza principal de Tirana. Poco después quitaron todas las otras esculturas del líder comunista esparcidas por la ciudad, y la mayoría fueron a parar al basural. Solo hay una que todavía se puede ver, tirada en un patio abandonado detrás de la Galería Nacional, junto a monumentos a Lenin y Stalin.
Otra herencia relacionada con Hoxha que aún resiste es la enorme pirámide que iba a ser su mausoleo en el centro de la capital. El proyecto fue impulsado por su hija, pero cancelado con la caída en desgracia de los comunistas. Por algunos años funcionó ahí una discoteca llamada La Momia, y luego la base de la OTAN durante la guerra de Kosovo. En la actualidad está abandonada y con planes de demolición.
Y para terminar con el tour de la nostalgia comunista, la otra “atracción” que Albania tiene para ofrecer al respecto son sus búnkeres. Según parece, para protegerse de un posible ataque del bloque capitalista durante la Guerra Fría, Hoxha mandó a construir una importante cantidad de refugios por todo el país. Algunos toman esta actitud como un delirio paranoico, pero personalmente no me suena tan irracional. Pensemos en un país pequeño, aislado, que era un blanco demasiado fácil para cualquiera que quisiera emprenderla contra él.
Sea como fuere, se exagera con la cantidad de búnkeres en Albania. Algunos hablan de setecientos mil (!), lo cual, en un país de treinta mil kilómetros cuadrados, consistiría en un búnker cada cuarenta metros. Para mí, a los que citan estos números se les escaparon varios ceros. Como anécdota personal, durante el tiempo que duró nuestra visita contabilizamos ocho.
La historia oficial
Derribada la estatua de Hoxha, la plaza principal de Tirana alberga hoy una escultura de George Kastrioti Skanderberg, el héroe albanés por excelencia. Era un aristócrata y militar que, durante algunos años del siglo quince, retrasó la invasión otomana, que terminaría por ocurrir en 1468, con los turcos quedándose hasta principios del siglo veinte.
Frente a la estatua de Skanderberg está el Museo Nacional de Historia, cuyo frente exhibe un enorme mosaico que representa la evolución de la sociedad albanesa a lo largo del tiempo. No somos demasiado fanáticos de los museos, pero como en este viaje habíamos entrado al menos a uno en cada país, decidimos darle una oportunidad.
El primer piso estaba lleno de objetos arqueológicos, de poco interés para nosotros, por lo que lo pasamos rápido. En el segundo piso la cosa se ponía más interesante, con la historia moderna de Albania, pero con el problema de que las explicaciones solo estaban escritas en el idioma local. Aun así, nos llamaron la atención un par de detalles que pudimos reconocer. Por ejemplo, que ya en mapas antiguos, de hace varios cientos de años, colocaban a Kosovo dentro de la frontera de Albania. Pero iban mucho más lejos. En uno de los pocos párrafos que estaban en inglés se leía: “A principios del siglo veinte, muchos albaneses fueron forzados a abandonar sus hogares y emigrar a Turquía. En la actualidad, los ciudadanos turcos de origen albanés superan en número a los albaneses viviendo en los territorios propiamente albaneses, como Albania, Kosovo, Macedonia, Grecia y Montenegro”. No hay un error de tipeo. Las reclamaciones territoriales de Albania son, por lejos, las más grandes de los países balcánicos.
A partir de ahí, el museo solo desmejoraba. Por ejemplo, había un panel donde se pretendía presentar al filosofo Antonio Gramsci como albanés, porque sus abuelos, italianos como él, tenían antepasados albaneses. U otro en el que se afirmaba que Albert Einstein había huido de los nazis rumbo a Estados Unidos con un pasaporte albanés, cuando los hechos marcan a las claras que lo hizo con un documento suizo. Lo peor de todo, sin embargo, era cuando llegaba la parte de la historia posterior a la Segunda Guerra Mundial. Ahí todo se concentraba en una sala llamada “El Terror Comunista”, donde se dejaba de hablar de historia propiamente dicha para enumerar una serie interminable de víctimas del “régimen” de Hoxha. Cincuenta años en donde no ocurrió otra cosa que los rojos liquidando a sus opositores.
Vamos a la ruta
Manejar en Albania es algo que no se recomienda mucho en Internet. Si uno busca experiencias de otros viajeros, la mayoría tiene algo malo para decir sobre el estado de las rutas o la forma de conducir de los albaneses. Pero la verdad, después de hacerlo durante varios días, no nos pareció nada extraordinario. Sí, a veces sobrepasan en formas indebidas, y en ocasiones hay que esquivar algún que otro bache en el camino, pero nada muy diferente a lo que sucede en Argentina, donde, por otra parte, se alcanzan velocidades escalofriantes, mientras que en Albania son raros los conductores que circulan a más de cien kilómetros por hora.
Comenzando el recorrido desde Tirana, nos acercamos a la costa del mar Jónico, una tranquila extensión de agua turquesa y transparente, fresca, pero no helada. La zona se conoce como la Riviera Albanesa, y es uno de los destinos turísticos más populares del país en verano. Son unos sesenta kilómetros de costa, con las montañas muy cerca del mar y pequeños pueblos cada tanto. Cuando las temperaturas son más altas, la Riviera se llena de gente y es bastante bulliciosa, pero en pleno invierno las playas estaban desiertas, y la temperatura del ambiente igual resultaba muy agradable.
En Sarandë, al sur, nos alejamos definitivamente del mar para internarnos en el centro de Albania. Es una región de montañas con picos nevados, verdes praderas e impresionantes valles atravesados por algunos ríos. En esta zona hicimos varias paradas interesantes, empezando por un sitio llamado Blue Eye (“ojo azul”), un manantial natural donde el agua tiene un intenso color azul. Desde ahí nos acercamos a Gjirokastër, un antiguo pueblo otomano característico por sus calles y casas, todas construidas en piedra. En 2005 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Gjirokastër también es conocido por ser el lugar de nacimiento de dos de los albaneses más famosos de la historia: Enver Hoxha e Ismail Kadaré. De Hoxha ya hablé antes. En cuanto a Kadaré, es el escritor más importante del país, y a propósito de su ciudad natal escribió Crónica de piedra, una novela donde repasa los años de la ocupación italiana, griega y alemana en el pueblo, durante la Segunda Guerra Mundial.
Siguiendo la ruta hacia el norte llegamos a Berat, otro de los patrimonios de la humanidad albaneses. Es una de las ciudades más antiguas del país, reconocida por la gran cantidad de ventanas que tienen las casas del barrio antiguo, razón por la que se apoda a Berat “la ciudad de las mil ventanas”.
Algo curioso que nos sucedió en el alojamiento de Berat fue que fuimos recibidos por un hombre mayor que, aunque no hablaba mucho inglés, se expresaba en un correcto italiano. No era la primera vez que nos sucedía en Albania, ni tampoco sería la última. Jóvenes, ancianos, empleados, estudiantes; todos parecían saber italiano. Algo extraño, considerando que las relaciones entre ambos países se reducen a una breve ocupación italiana durante algunos años del siglo veinte.
Fue en Shkodër, al norte, muy cerca de la frontera con Montenegro, donde encontramos una explicación a la importante cantidad de albaneses italoparlantes. Cuando la joven que atendía el hostel donde nos hospedábamos afirmó también poder hablar italiano, no nos resistimos a preguntarle la razón de la popularidad de ese idioma en Albania.
—Lo que pasa —dijo— es que durante la época comunista el país estaba muy cerrado hacia al exterior, y todo lo que tuviera que ver con Italia estaba prohibido. Por eso, entre la población disidente del gobierno se veía como un acto de resistencia aprender italiano. Como Italia era el país “occidental” que teníamos más cerca, muchos lo veían como una especie de tierra prometida.
La empleada del hostel añadió que el italiano terminó de expandirse en los noventa, luego de la caída del comunismo, ya que solo tenían un canal de televisión y era italiano, así que muchos aprendieron de ahí. Según ella, Italia es el país extranjero donde más albaneses viven.
—Lamentablemente, no vienen muchos italianos a Albania. Tienen un mal prejuicio sobre nosotros, debido a algunos mafiosos y a cierta gente sin educación que emigraron.
El partido de la discordia
Mientras estábamos en el hostel de Shkodër, nos llamó la atención la gran cantidad de fotos y camisetas que había de un futbolista llamado Elseid Hysaj.
—Es el cuñado del dueño —explicó la empleada—. Juega en el Napoli y en la selección de Albania.
Una rápida investigación me llevó a comprobar que el tal Hysaj había estado presente en el único partido internacional de Albania que yo recuerde. Fue un encuentro de clasificación para la Eurocopa 2016 contra Serbia, en Belgrado, suspendido por incidentes luego de que apareciera sobre el estadio un dron llevando una bandera de la Gran Albania.
La Gran Albania es el conjunto de los territorios que los nacionalistas albaneses reclaman como propios, que incluyen, como vimos en el Museo Nacional, todo Kosovo, la mitad de Montenegro y Macedonia e importantes zonas de Grecia y Serbia. La aparición de esa bandera en pleno Belgrado desató la furia de los hinchas, que ingresaron a la cancha y se tomaron a golpes con los jugadores visitantes. El partido fue suspendido y la UEFA se lo dio ganado a Albania por tres a cero.
Mientras recordaba esto, se me vino a la mente el reciente comentario de la joven del hostel: “Italia es el país extranjero donde más albaneses viven”. ¿Y qué pasa con Kosovo?, pensé, donde hay unos dos millones de albaneses. No me atreví a preguntarle, porque entendía la sensibilidad del tema en la región. Así que no nos quedaba más opción que ir a verlo por nosotros mismos.