1095 días de ruta

No es común que dos argentinos viajando por Europa durante más de nueve meses no hayan puesto nunca un pie en Madrid. Tiene su lógica: la gran mayoría de los vuelos que unen Sudamérica con el viejo continente aterrizan en la capital española. Sin embargo, en nuestro caso el primer contacto con suelo europeo lo tuvimos en la lejana y poco conocida Ekaterimburgo, allá donde los Montes Urales anuncian el fin de Siberia y al mismo tiempo trazan la frontera natural entre la Rusia asiática y la europea.

Llegamos a Madrid, pues, a ponerle fin a un período de 3 años, 2 días y 17 horas fuera de Argentina. Una aventura que nos llevó por 40 países, 4 continentes y 233 ciudades y pueblos. En el medio hicimos 150.212 kilómetros, totalizando 42 días, 12 horas y 18 minutos sólo en traslados. Viajamos 89 veces en colectivo, 53 en tren, 46 en avión, 17 en auto, 12 en embarcaciones, 7 en traffic, 2 en aerodeslizador y una en remolque. ¿Más? De las 1095 noches que pasamos afuera 542 fueron en casa/departamento compartido, 323 en casa/departamento solos, 70 en hostel, 56 en hotel, 30 en la van, 27 en guest house, 9 en el tren, 9 en el auto, 8 en carpa, 8 en couchsurfing, 4 en el avión, 3 en el colectivo, 2 en un barco, 2 en casa de amigos, una en un campamento en el Sahara y otra en un aeropuerto.

Con todos estos datos no hace falta aclarar que Madrid nos recibió cansados. Entre horas de sueño, compras de último momento y otros preparativos necesarios antes de cruzar al Atlántico, el tiempo que destinamos a recorrer fue más bien escaso. Apenas unas horas para conocer los puntos básicos y cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos con un pie en el avión. De todas maneras, las grandes ciudades —a excepción de algunas asiáticas— nunca fueron nuestro fuerte. Demasiada gente, demasiados autos, demasiado estrés.

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No es el antiguo Egipto, es Madrid

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¿Nos dejan llevar uno de estos en el avión?

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Y a pocos kilómetros de Madrid, Toledo

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Toledo

Así que más que hablar de Madrid este debería ser el espacio para esbozar algunas conclusiones sobre este tiempo en el exterior, y digo debería porque en realidad no tengo ninguna. Quizás sea porque durante todo este tiempo he ido volcando mis pensamientos en el blog, o porque todavía no caigo de que nos encontremos nuevamente en Argentina, pero la realidad es que no he dado con ninguna idea interesante que valga la pena compartir. Así que por esta vez nada de aburridas reflexiones personales. Prefiero mejor responder algunas de las preguntas que más nos han hecho desde que llegamos, como por ejemplo, “¿qué lugar les gustó más?”.

Si hablamos de países, nos quedamos con Japón, Islandia, Croacia, Italia y Gales —no necesariamente en ese orden. En cuanto a ciudades: Tokio, Singapur, Roma, Dubrovnik, Estambul y Atenas. Y de lugares naturales o sitios de interés nuestros favoritos son la Muralla China, la laguna de Jökulsárlón en Islandia, el desierto del Sahara, el volcán Kawah Ijén en Indonesia, el lago Baikal en Rusia, las pirámides de Egipto, Pamukkale en Turquía, los alpes austríacos y el Parque Nacional Abel Tasman en Nueva Zelanda. Si la consulta va más apuntada a dónde nos gustaría vivir —poniendo en consideración no sólo la belleza natural sino la sociedad, la economía, la seguridad y la infraestructura—, la respuesta no admite dudas: Croacia.

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Japón, para volver una y mil veces

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Islandia, naturaleza en estado puro

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Roma, el encanto de lo histórico

Otra pregunta recurrente que solemos contestar es “¿qué fue lo más extraño que han hecho?”, es decir, aquellas cosas que no son simples actividades al alcance de cualquier viajero y que requirieron un poco de suerte, improvisación o agallas. En este caso, ir a un onsen (baño público) con Miyu y su papá en una ciudad del interior de Japón sería una buena respuesta. También cuando cruzamos de Alemania a República Checa caminando entre los pueblos de Haidmühle y Nove Udoli. O cuando compramos un vuelo para ese mismo día en Kununurra, Australia. Tampoco puedo dejar afuera la visita al museo de Maradona en un sótano de Secondigliano, el barrio de la camorra en Nápoles. Y cómo olvidar aquella vez que entramos a la mezquita de Christchurch con mis padres, donde nunca ningún turista había puesto un pie, y el imán del lugar nos preguntó en qué creíamos.

Una de las dudas más interesantes que nos han planteado fue “¿cuál fue el momento más duro que pasaron?”, y respondimos recordando nuestro primer mes en Australia, cuando el dinero escaseaba, no conseguíamos trabajo y teníamos firmado un contrato de alquiler por seis meses. Durante esas semanas, nuestro regreso a Argentina estuvo cerca de adelantarse por falta de fondos. En cuanto a los momentos más desafiantes durante los viajes, sin dudas califican cuando fundimos el auto dando la vuelta a Nueva Zelanda, cuando el colectivo que nos llevaba de Halls Creek a Darwin canceló el viaje por las inundaciones y nos dejó tirados en Kununurra —el mismo día que terminamos comprando un vuelo para irnos de ahí—, cuando esperamos un colectivo urbano que nunca llegaría afuera del aeropuerto de Vladivostok, con 22 grados bajo cero y cuando, estando con mis viejos, tomamos otro bus urbano para volver de Pushkin a San Petersburgo, con la salvedad de que lo hicimos en el sentido contrario y terminamos en medio de un descampado lleno de nieve donde finalizaba el recorrido. Solos, con un frío considerable y unos perros hambrientos rondando a nuestro alrededor, ese fue uno de los momentos más complicados de los últimos meses.

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El lago Baikal congelado fue, probablemente, una de las cosas más impactantes que vimos en estos tres años

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Croacia, para mudarnos mañana mismo

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Gales, las praderas verdes más hermosas del mundo

La pregunta definitiva, la madre de todas las preguntas, es “¿y ahora qué van a hacer?”. Por lo pronto, descansar. Viajar, aunque sea por placer, agota. Seguidamente, vamos a seguir viajando; por dos horas, cuatro días o tres semanas, siempre es una buena excusa para descubrir cosas interesantes. También vamos a seguir escribiendo. Al fin y al cabo, con nuestra llegada a Argentina desembarcamos también en el último continente que nos faltaba visitar: América.

Volvimos, aunque no me gusta esa palabra porque implica la idea de que retomamos algo, de que todo sigue igual. En realidad siento que continuamos con una idea de vida, que en este momento nos agarra en Argentina. Así que mejor digamos: ¡llegamos!

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