Feos, sucios y malos

Durante años, Serbia fue castigada por muchos países occidentales. Sus ciudadanos tenían la visita restringida a la Unión Europea y estaban obligados a someterse a engorrosos trámites para obtener, en el mejor de los casos, un visado de una semana o menos. La razón radicaba en aberraciones cometidas por algunos sectores del ejército serbio en las guerras que desmembraron Yugoslavia, en Croacia, Bosnia y Kosovo: detenciones arbitrarias, matanza de civiles, torturas, establecimiento de campos de concentración, violaciones y un largo etcétera. Crímenes por los que muchos de sus líderes fueron condenados por el Tribunal Internacional de La Haya, incluido el ex presidente de Serbia y Yugoslavia, Slobodan Milošević.

Ahora bien, si ya era bastante malo hacer pagar al pueblo por los excesos de sus ejércitos, no deja de sorprender cómo Occidente toleró las mismas acciones de parte de los croatas, que produjeron graves masacres y vejaciones en la región de la Krajina y en el sur de Bosnia, equiparables todas ellas a las cometidas por el ejército serbio. Mientras los croatas eran reconocidos y ayudados por la comunidad internacional, los serbios eran vistos como feos, sucios y malos, igual que la película de Ettore Scola.

Dos argentinos en Serbia

Llegamos a Serbia de madrugada, siendo los únicos extranjeros en un colectivo que viajaba de Podgorica, Montenegro, a Belgrado. El chofer se detuvo en medio de la autopista cuando nos aproximábamos a Užice, nuestro destino, sin darnos tiempo a nada. Para cuando nos dimos cuenta de que esa era la parada en la ciudad, ya avanzaba a toda velocidad por una ruta de tres carriles. A puro grito, lo obligamos a detenerse, y finalmente accedió a regañadientes.

Bus station closed —fue su tibia explicación de por qué nos bajaba en medio de la autopista a la una de la madrugada.

Užice no tenía para nosotros mayor interés que estar cerca de dos lugares que queríamos visitar: Višegrad y Mokra Gora, de los que ya hablé en otros artículos. En el poco tiempo que nos quedó libre no hicimos mucho más que tomar una cerveza local y acercarnos a la pekara (panadería) más cercana para probar unas exquisitas medialunas rellenas con chocolate. Las pekara están por todas partes en los Balcanes, y Serbia no es la excepción. Y como experto en la materia, puedo certificar que sus productos son de excelente calidad.

Desde Užice nos tomamos un tren a Belgrado. Toda una novedad para una región que no se caracteriza por sus conexiones ferroviarias. A bordo de unos modernos vagones, en cuatro horas atravesamos la poco poblada llanura serbia del centro país. Llegamos a una estación que de tan nueva todavía estaba en obras, y desde ahí tuvimos que caminar unos dos kilómetros hasta el departamento que habíamos reservado. En realidad pensábamos llegar a una estación más céntrica, pero resultó que recientemente la cerraron para demolerla y levantar ahí unos modernos edificios. Belgrado no se queda afuera de la tendencia global.

Nuestra llegada al departamento que habíamos alquilado tuvo algo de las bizarras películas de Kusturica. Para empezar, esperamos veinte minutos afuera de un edificio muy venido a menos sin que nadie nos abriera. Pasado ese tiempo llegó un auto, del que se bajó un hombre que orillaba los setenta años. Como no hablaba inglés, solo pudo transmitirnos tres cosas: que se llamaba Igor, que su hijo había ido a estacionar, y que idolatraba a Maradona. Nos hizo entrar al departamento y, sin mediar consulta, sacó tres pequeños vasos de trago corto y sirvió sendas medidas de licor de lima con miel, que pasó como fuego a través de nuestras gargantas. Algunos minutos después llegó Jadranka, su esposa, que hablaba apenas un poco más de inglés, pero, sobre todo, ruso. Y parecía encantada con que Ro tuviera un primer nombre tan ruso (“Maríaaa”, decía antes de comenzar cada frase). El comité de bienvenida lo completó Stefan, el hijo, que hablaba inglés y fue el encargado de traducir todo lo que sus padres nos habían estado diciendo hasta entonces. Se pasaron de atentos, e incluso el día que nos fuimos nos hicieron un regalo.

La gran capital

Belgrado, la capital y la ciudad más grande de la ex Yugoslavia, es también la que más se parece a una gran capital europea. Una metrópoli de enormes dimensiones, con amplias avenidas, espectaculares edificios gubernamentales, hoteles históricos y una larga peatonal donde se alinean librerías, tiendas de ropa y museos. Belgrado transmite un aire más cosmopolita en comparación con las otras capitales de la antigua Yugoslavia, donde es raro entrar a un negocio en el que además del dueño no haya también uno o dos amigos pasando el rato, o subirse a un transporte público y que dos desconocidos no se pongan a hablar a los gritos.

Como corazón político de Serbia y Yugoslavia, Belgrado exhibe muchos lugares que marcaron la historia de la región. Allí están, por ejemplo, el Palacio Blanco, residencia oficial de Josip Broz Tito y más tarde de Slobodan Milošević, el Museo de Yugoslavia, el mausoleo de Tito y hasta el Kafana SFRJ, un bar donde toda su decoración recuerda a la ex Yugoslavia (“SFRJ” es la sigla en serbocroata de “República Federal Socialista de Yugoslavia”).

En Belgrado todavía quedan también edificios característicos de la época comunista
Kafana SFRJ

Pero la joya de la yugo-nostalgia en Belgrado es sin dudas el Tren Azul de Tito. Se trata de un tren privado en el que el presidente yugoslavo realizaba visitas de Estado y hospedaba a mandatarios extranjeros. A bordo del Tren Azul, Tito recorrió unos 600 mil kilómetros y recibió a gobernantes como la reina Isabel II de Inglaterra y Jawaharlal Nehru, de la India.

El tren dejó de usarse en 1980, tras la muerte de Tito, y hoy está guardado en un galpón a las afueras de la capital. Se lo puede visitar, pero llegar no es nada fácil. Tuvimos que ir a una pequeña estación lejos del centro a comprar las entradas, y de allí a unos depósitos todavía más lejos, en una zona muy poco habitada, que parecía un cementerio de trenes viejos. Allí nos recibió un hombre que no hablaba una palabra de inglés, pero que amablemente nos abrió los vagones del famoso Tren Azul, que reposa en ese lugar casi abandonado.

Afortunadamente, por dentro el tren está muy bien conservado. Todavía se puede ver mucho del mobiliario original, como sillas, mesas, vajilla con el escudo de Yugoslavia, pinturas, alfombras, una radio y hasta un teléfono. Los distintos vagones del tren azul albergaban dormitorios, despachos, salas de reuniones, cocina, bar y comedor. Un verdadero hogar oficial, para uno de los pocos presidentes que no tenía su propio avión.

La OTAN al ataque

En el marco de la guerra de Kosovo, la OTAN decidió bombardear Yugoslavia (lo que quedaba de ella, básicamente Serbia y Montenegro) en 1999. Oficialmente, los ataques se hacían sobre objetivos estratégicos específicos y buscaban obligar a Serbia a detener su avance militar sobre la población albanesa de Kosovo. Extraoficialmente, la OTAN se había cansado del presidente Slobodan Milošević, el mismo con el que habían negociado la paz en Bosnia, y querían sacarlo del medio.

Como operación de guerra, los bombardeos fueron un fracaso: alcanzaron pocos objetivos militares de interés, y en cambio mataron a muchísimos civiles, lo que en la terminología oficial de la OTAN se denominaba “daños colaterales”. La Embajada China en Belgrado fue uno de estos “daños”, donde murieron tres personas. Como justificación, la OTAN se excusó diciendo que utilizaban mapas viejos de la zona. Otro de los principales edificios destruidos fue la sede de Radio Televisión Yugoslavia, que aunque no tenía nada que ver con los militares, los atacantes se justificaron diciendo que era el centro de la propaganda de Milošević y, como tal, muy peligroso. En el ataque murieron dieciséis operarios, que apenas se limitaban a cumplir con su horario laboral.

Así quedó el edificio de Radio Televisión Yugoslavia
Pequeño homenaje a las víctimas del bombardeo sobre la embajada china

Lo más frustrante para la OTAN era que los serbios estaban lejos de darle la espalda al gobierno de Milošević, como esperaban que sucediera. Viéndose a sí mismos solos contra el resto del mundo, aguantaron estoicamente los bombardeos, burlándose en muchos casos de ellos. No era raro ver manifestaciones festivas a plena luz del día, donde se mostraban enormes pancartas con una diana dibujada. Por si faltaba algo, el 27 de marzo de 1999 fue derribado un avanzado avión F-117 Nighthawk estadounidense, aparentemente detectado por obsoletos radares soviéticos. Fue la primera y hasta ahora única vez que un avión furtivo fue derribado, y el hecho sirvió como una infusión moral muy fuerte para los serbios: además de repetir a toda hora las imágenes de la población civil bailando sobre el avión derribado, la televisión divulgó una pancarta enarbolada por un hombre con el irónico mensaje: “Perdón, no sabíamos que era invisible”.

El interior también existe

La antigua Yugoslavia tenía una especie de balance en cuanto a atractivos turísticos. Si Bosnia y Montenegro albergaban las mejores montañas, Croacia las mejores playas, Eslovenia y Macedonia los mejores lagos, Serbia en cambio tenía las mejores ciudades. Por eso, nuestro recorrido por el país incluyó más que nada núcleos urbanos.

Además de Belgrado y Užice, también visitamos Niš, en el sur, la tercera ciudad más poblada del país. Es una de las localidades más antigua de los Balcanes, conocida particularmente por ser el lugar de nacimiento del emperador romano Constantino. Es un lugar agradable, rodeado de colinas y atravesado por el río Nišava, con una importante población universitaria.

Niš

Niš también forma parte de los aspectos trágicos de la historia Serbia. Fue uno de los blancos de la OTAN durante los ataques de 1999, y allí murieron 56 personas y más de 200 resultaron heridas en los tres meses de bombardeo. Además, la ciudad albergó el Crveni Krst concentration camp, un campo de concentración nazi establecido a mediados de 1941 y liberado en 1944 por los partisanos yugoslavos, donde se asesinaron a más de diez mil personas, la mayoría de ellos serbios, judíos y romaníes. Durante la época yugoslava, en las colinas de las afueras de Niš se construyó un monumento con forma de tres puños cerrados, para simbolizar el desafío de los niños, mujeres y hombres que murieron en la guerra (foto de portada).

Desde un costado más colorido, Niš tiene un Monumento al primer tratado entre Alemania y Serbia, en el siglo doce. La leyenda cuenta que cuando en 1189 el emperador Federico I Barbarroja de Alemania se entrevistó en Niš con el jefe serbio Stefan Nemanja, se quedó sorprendido al verlo comer con un tenedor, ya que nunca había visto ninguno. Y además, parecía que el cubierto de Nemanja era de oro. La anécdota se volvió tan popular que en 1989 se construyó un monumento para conmemorar el encuentro, con tres hendiduras que representan el tenedor. Desde entonces, a los serbios les gusta decir que ya en el siglo doce comían con cubiertos de oro.

El monumento al tenedor

Otra ciudad importante que conocimos en Serbia fue Novi Sad, en el norte, capital de la provincia autónoma de Voivodina. La antigua Yugoslavia estaba dividida administrativamente en seis repúblicas y dos provincias autónomas, Voivodina y Kosovo, que pertenecían a Serbia. Al igual que en Kosovo habitaban muchos albaneses, Voivodina tenía una fuerte presencia de húngaros, ya que había formado parte del Imperio austrohúngaro hasta 1918. Sin embargo, hoy la región está completamente integrada a Serbia y no tiene aspiraciones separatistas, a diferencia de lo que ocurre en Kosovo, donde la mayoría albanesa declaró unilateralmente su independencia en 2008. Una herida que está lejos de cerrar en el pueblo serbio.

De todas maneras, la influencia austro-húngara se deja ver en Novi Sad a través de sus muchos edificios señoriales, construidos por el gran imperio de antaño. También dejaron cierta herencia gastronómica. Fue en Novi Sad donde volví a reencontrarme con el trdelník, una delicia de la pastelería húngara que había probado por primera vez en Budapest. Es una masa de harina en forma de cilindro hueco, espolvoreado a veces con azúcar, canela, chocolate y otros ingredientes. Solo por eso ya se justificaba la visita a Voivodina.

Novi Sad

Mirando hacia adelante

Serbia nos trató muy bien. La gente fue amable, tuvimos buen clima, pudimos hacer todas las visitas que queríamos y comimos platos deliciosos. Nos fuimos también con la sensación de que el país ya no es el villano de turno de Occidente. Hay un turismo incipiente, entregó a los criminales de guerra que la Unión Europea pedía como condición para ingresar al bloque continental y hasta normalizó las relaciones bilaterales con Croacia, el eterno enemigo. Todavía le quedan muchísimos problemas por resolver, pero el futuro se ve bastante promisorio.

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